Juan Milián

La Generalitat psicotrópica

Con unos pocos centilitros de nacionalismo la percepción de la realidad se distorsiona gravemente

Aseguran que volverán a hacer aquello que ante el tribunal juran no haber hecho. Definitivamente el proceso ha entrado en una fase dadá. Lógico, el nacionalismo es un psicotrópico de masas. Es como abusar de la absenta. Afecta gravemente al sistema nervioso. Uno puede pasar a toda velocidad de las sonrisas sin motivo aparente al rasgamiento de las vestiduras en plena calle, más concretamente, en las plazas de los ayuntamientos. Son cambios de comportamiento instantáneos, de la euforia a la ira, de los vítores al insulto. Además, con unos pocos centilitros de nacionalismo la percepción de la realidad se distorsiona gravemente.

Así nos encontramos a la portavoz Budó afirmando que 15 concejales son la mayoría en un consistorio con 41 o al consejero Buch asegurando que “el Ebro está cerca del Estado español”. Es decir, una piensa que los concejales no nacionalistas de Barcelona no representan a catalanes -su jefe le habrá dicho que son simplemente los cabecillas de unas hordas de bestias con taras en el ADN- y el otro considera extranjeros a los miembros de la Unidad Militar de Emergencias que están luchando contra el fuego de la Ribera d’Ebre. Finalmente, si se aumenta un pelín más la dosis el efecto es tan potente que no solo se relativiza el espacio, también el tiempo, y 18 meses se asemejan a una eternidad.

Sin embargo, el momento actual es más grave de lo que parece. Los separatistas ya no se atreven con el Estado -los efectos pedagógicos de la Justicia contrarrestan la irrealidad nacionalista-, pero llaman al boicot a las empresas no adictas y agreden a la niña que pinta una bandera española o a la mujer que quita un lazo amarillo, porque contra el catalán no nacionalista se sienten impunes. La Generalitat psicotrópica solo persigue a aquellos que, como el mosso, afirmen verdades como la de la inexistencia de la república catalana. Así, es humanamente entendible el miedo o el hartazgo del constitucionalista que se enfrenta a tal sinsentido, pero sería una irresponsabilidad huir o callar ahora, porque, si el proceso fracasado iba de redefinir fronteras, el actual va de eliminar libertades.

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