Picasso desencadenado (y desconfinado)

El museo barcelonés reabre sus puertas tres meses después sin turistas y buscando la complicidad del público local

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Y de pronto, una vez más, las palabras mágicas volvieron a la calle Montcada. «¿Estáis haciendo cola para Picasso?», pregunta una mujer justo antes de sumarse a la decena de personas que, con mascarilla y a lo que a simple vista se diría una distancia regulada y homologable, espera a las puertas del Museo Picasso de Barcelona. Aún faltan cinco minutos para las once de la mañana, hora oficial de la reapertura , pero la impaciencia puede más que la certeza de que, después de tres meses de cierre forzoso, ni el museo ni Picasso van a irse a ningún sitio, y la mezcla de visitantes, periodistas y personal del museo, provoca un pequeño alboroto en medio de la calle. Nada grave.

Abren las puertas, se reactivan las taquillas y ahí está, tal y como lo retrató Robert Doisneau hace más más de medio siglo, Pablo Picasso. Con su camiseta de rayas y ese gesto que bien podría interpretarse como un S.O.S en toda regla, un «sacadme de aquí» al que, por fin, alguien hace caso. De momento, sólo un centenar de personas ha reservado entrada por internet pero, después de tres meses de sequía y de actividad frenada ; de exposiciones temporales que ni siquiera se han podido desmontar, como ocurre con la que documentaba la amistad entre el pintor y Paul Eluard, cualquier gesto es bienvenido.

Lo sabe bien el director del museo, Emmanuel Guigon, que ha decidido celebrar esta reapertura de manera especial y aguarda junto al acceso principal para saludar personalmente a los primeros visitantes y regalarles el catálogo de la exposición «Picasso, Eluard. Una amistad sublime». En la taquilla, un hombre pregunta si existe algún descuento por ser de Barcelona, antaño una anomalía -antes de la pandemia, el 90% de los visitantes del museo eran turistas- que va camino de convertirse en norma de la casa. Al menos, claro, hasta que vuelvan los turistas. «Este museo se lo dio Picasso a Barcelona por amor, y eso hay que decirlo más», subraya Guigon, convencido de que el museo ha de hacer todo lo posible por atraer y retener al público local. «Es un buen momento para visitar los museos. Hacía tiempo que no veníamos aquí», confirma una de las primera parejas que ha aprovechado la ocasión para disfrutar de «Ciencia y caridad» como si de una visita privada se tratase. Y es que no todos los días se puede plantar uno delante del «Arlequín» sin dejarse el cuello como una hormigonera o escuchar el eco de los propios pasos en la sala de «Los pichones».

Las Meninas, a solas

También es verdad que, sin turistas, un museo como el Picasso es inviable, por lo que, a la espera de que se recuperen los 4.000 visitantes diarios del máximo apogeo estival, las salas de la colección permanente lucen inquietantemente espaciosas y desiertas. El ritual de mascarilla, gel desinfectante y distancia de seguridad se repite como en otras tantos museos, y mientras los primeros visitantes pasean por las salas, el personal de seguridad, acostumbrado a lidiar con grupos mucho más numerosos, ultima protocolos, memoriza recorridos e informa de que para ver el «El loco» y «Cabeza de mujer muerta» hay que seguir las flechas dibujadas en suelo.

Ante las vitrinas, una pegatina, la misma que puede verse en los bancos, recuerda que una persona es el máximo permitido. Y en la sala de Las Meninas, joya de la corona picassiana, un cartel informa de que el aforo máximo permitido es de 26 personas , cifra que queda aún lejos, muy lejos, del único visitante que, a esas horas, arrastra los ojos por la obsesiva reinterpretación de la obra de Velázquez. Ahí está, en su máximo esplendor, un Picasso desencadenado y, ahora también, desconfinado.

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