«¡El Sol es Dios!»: Turner y el poder sublime de la luz

El MNAC dedica por primera vez una exposición al pintor inglés y confronta óleos con bocetos y estudios preparatorios poco vistos

Un vistante observa una de las piezas de la exposición que el MNAC dedica a Turner Efe

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Cuenta la leyenda que en un momento de su vida, uno especialmente temerario y aventurero, Joseph Mallord William Turner se hizo atar al mástil de un barco para poder experimentar una tormenta en primera persona y pintarla así desde dentro, con pleno conocimiento de causa. Los artistas, ya ven, siempre con sus cosas. También se dice que en 1851, segundos antes de morir, Turner exclamó que «el sol es Dios», luminoso epitafio que resume a la perfección una carrera entregada al poder sublime de la luz y al minucioso estudio del paisaje desde todos los puntos de vista posibles.

En realidad, solo una de las dos anécdotas parece ser cierta, pero ambas comparten protagonismo en la exposición que el MNAC dedica al pintor inglés hasta el 11 de septiembre. La muestra, una colaboración con la Tate londinense, no solo abre por primera vez las puertas del museo barcelonés al gran paisajista británico, sino que lo hace de manera harto original. Esto es: confrontando algunos de sus óleos con bocetos y estudios preparatorios.

Material privado que Turner jamás pensó que se llegaría a exhibir pero que ayuda a comprender mejor el proceso creativo de un artista que, según a quién se le pregunté, inventó sin saberlo el impresionismo y el arte abstracto. «Yo no creo que lo fuera, ya que la abstracción busca negar el significado, mientras que las obras de Turner están llenas de significado y sentimiento», apunta David Blayney Brown, comisario de una exposición que reúne más de una centenar de obras entre óleos de grandes dimensiones, cuadernos de bocetos, grabado y acuarelas preparatorias.

Bocetos de Turner comparte protagonismo con óleos terminados Efe

«Turner no era un hombre modesto. Era muy consciente de su importancia», subraya el comisario. De ahí, añade, que acabara amasando un legado descomunal que para cuando llegó a manos del gobierno británico en 1856 ya contaba con unos 400 óleos, entre 200 y 300 trabajos no acabados y lo que Blayney Brown califica de «dibujos secretos»: unos 35.000 esbozos, estudios de luz y composición y bosquejos preparatorios. «Son experimentos para representar formas de la naturaleza, para trabajar en el movimiento de las nubes o las tormentas. Tenía que saber cómo representar estas cosas para poder crearlas en sus pinturas», razona el comisario.

Sin orden cronológico ni afán retrospectivo, 'Turner. La luz es color' encadena ámbitos temáticos que, poco a poco, ayudan a descifrar las atmósferas etéreas y las explosiones luminosas de los cuadros del pintor inglés. Paradas obligadas son su portentoso uso de la memoria -a diferencia de los impresionistas, Turner siempre pintaba en su estudio confiando en sus recuerdos-, sus visitas a Italia y los Alpes suizos y sus constantes duelos con la naturaleza y con la mitología clásica. De ahí surgen, por ejemplo, ilustrativos estudios de color que desvelan el proceos pictórico de Turner, bocetos de ' Ulises burlándose de Polifemo' o licencias creativas como la de pintar una feroz avalancha en los Alpes cuando se sabe a ciencia cierta que siempre viajó a Suiza en verano.

El auténtico centro de la exposición, sin embargo, lo que Blayney Brown presenta como «el corazón y el alma» de Turner, es el apartado dedicado a la luz y las atmósferas. A los amaneceres de belleza deslumbrante y al cielo sobre Venecia; a «La rama dorada» y a todos los amarillos del mundo que caben en el lago Petworth. Y también, claro, la oscuridad: la de del lago Buttermere o los sopladores de vidrio de Venecia. «No puedes tener luz sin oscuridad», relativiza el comisario mientras pasa junto a obras exquisitas como esa 'Apolo matando a la pitón' en la que la oscuridad resulta deslumbrante. «Lo que realmente le interesaba era el efecto de la luz; cómo animaba la escena y creaba sombras», subraya el comisario.

«Licht! Mehr licht!», que diría Goethe y que Turner convertiría en obsesiva razón de ser.

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