El que resiste, gana

A nuestros separatistas domésticos les pasa como a cierto candidato a la presidencia de los Estados Unidos llamado Donald Trump. A imagen y semejanza del otro, únicamente estarían dispuestos a aceptar el veredicto de las urnas sin plantear objeciones en el hipotético caso de ganar; única y exclusivamente en ese caso. De ahí el muy súbito acceso de amnesia colectiva que sufrieron todos ellos al olvidar, así, de la noche a la mañana, el tan cacareado carácter plebiscitario de las últimas elecciones regionales. Recuérdese, las elecciones fueron plebiscitarias hasta el mismísimo nanosegundo en que quedó constatado al inequívoco modo que la mayoría del censo local no apoyaba el proceso independentista; después, ya no. Por cierto, una mayoría de catalanes refractaria a la independencia idéntica a la que acaba de reflejar la última cata demoscópica promovida por la propia Generalitat.

Y es que, aquí como en Escocia, ceder a la hiperlegitimación democrática de los nacionalistas convocando un referéndum para nada serviría. Y ello porque, en Escocia como aquí, los nacionalistas retornarían al monte en cuento se viesen desautorizados por la población en las urnas. Por algo los de Edimburgo no tardaron ni un mes, ni tan siquiera un mes, en volver con la cantinela de otra consulta tras el fiasco de la primera. ¿Habrá acaso prueba mayor de que claudicar ante la pretensión plebiscitaria de esa tropa no conduce a ninguna parte? ¿O tal vez algún cándido incurable todavía piensa que los nuestros iban a ser más honestos intelectualmente que los escoceses? Dígase de una vez: el fundamentalismo democrático al que apela esa gente remite a una pura y simple aporía. Porque no se puede legitimar una secesión tomando como base la mayoría de votos a favor. Y no se puede porque el método democrático resulta inane para ofrecer una respuesta a la pregunta crítica: ¿quién decide sobre quién decide - y quién no - en un referéndum de autodeterminación? ¿Puigdemont? ¿La ANC? ¿TV3? El que resiste, gana.