Miquel Porta Perales - El oasis catalán

Control

«En el fondo, el nacionalismo catalán responde a la concepción sociológica clásica de la teoría del control»

Miquel Porta Perales

El «proceso» -si ustedes lo prefieren, el nacionalismo catalán y sus compañeros de viaje- tiene mil caras y mil formas de manifestarse que vamos descubriendo, analizando y clasificando día a día. A lo ya sabido y sufrido hay que añadir -cosa absolutamente previsible- algo más. Ahora resulta que el «proceso» también tiene -según parece- sus espías.

Los unos, espiarían el patio de los colegios para detectar quienes hablan en castellano. Los otros, accederían de forma indebida a ciertos datos -ideología, religión, orientación sexual- de los jueces. ¿Para qué espiar en el patio del colegio a los niños mientras juegan y hablan? ¿Para qué fisgar en los datos personales de los jueces? Un par de preguntas que obligatoriamente nos remiten a la idea de control. De control social. En efecto, el nacionalismo catalán -lingüístico, cultural, social o político- lo quiere controlar todo. ¿Para qué? En los casos que nos ocupan, para detectar a quienes se escapan de la corrección nacional lingüística o para conocer o catalogar -adiós a la división de poderes- a quien interese o pueda llegar a interesar. En el fondo, el nacionalismo catalán responde a la concepción sociológica clásica de la teoría del control. A saber: el control como prevención del comportamiento desviado. Anoten el detalle: no hay control sin la existencia -o la sospecha- de un comportamiento desviado previo.

Y ahí es donde el nacionalismo catalán invierte la teoría sociológica. De hecho, lo que se invierte son los papeles. Los espiados u observados no incurren en un comportamiento desviado previo. Lo contrario es cierto: quien practica el comportamiento desviado es quien llega a espiar a los niños o quien llega a fisgonear a los jueces. La clave está en el criterio que distingue a unos de otros. El comportamiento desviado lo protagoniza quien incumple la legalidad vigente y amenaza los valores propios de una sociedad democrática. De lo cual cabe concluir que el control de nuestros espías y observadores es una obligación.

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