Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Memoria personal del 77

La hegemonía marxista-leninista en la universidad era terminante, aunque no determinante

Sergi Doria
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El verano del 77 preparaba la matriculación en la UAB y publicaba en Mundo Diario -firmado con Alfred Picó- mi primer trabajo periodístico “oficial”: un reportaje sobre las “Sis hores de cançó” en Canet. El 17 de agosto, al comprar varios ejemplares del diario para repartirlos entre la familia, la noticia de la muerte de Elvis me hizo olvidar la experiencia narcisista de la firma impresa en el papel. Mundo Diario -del grupo Mundo de Sebastián Auger- fue, de alguna manera, el precursor de la prensa popular que representó, poco después, El Periódico. Barcelona contaba todavía con las cabeceras “de toda la vida”: el Brusi, el Ciero, El Correo Catalán, los diarios del Movimiento (La Soli y la Prensa)...

“¡Ánimo abuelo que ya volvemos!”, rezaba una pancarta de la CNT. Pese al masivo despliegue ácrata -seiscientos mil asistentes a las Jornadas Libertarias del saló Diana y el Park Güell-, los comunistas acabaron venciendo a la CNT. Cuarenta años después de los hechos de mayo que narró Orwell el sindicalismo correa de transmisión de partidos se impuso al anarcosindicalismo.

La hegemonía marxista-leninista en la universidad era terminante, aunque no determinante: tanto dogma nos llevó a leer, casi de forma clandestina, los libros de los “nuevos filósofos” franceses: Glucksman, Henry-Levy y Bruckner.

En las bibliografías del primer curso de periodismo, “Comunicación de masas e imperialismo yanqui” (Gustavo Gili, 1976) de Herbert I. Schiller, las paridas paranoicas de Dorfman y Mattelart sobre el Pato Donald, y “Periodismo y lucha de clases” de Camilo Taufic: este ensayo, de indigesta prosa estalinista, revela lo viejunas que son las propuestas “comunicativas” de la llamada “nueva política” que dice representar Pablo Iglesias Turrión. Así desautorizaba Taufic al periodista “profesional” como un simple apéndice del capitalismo para proponer, a renglón seguido, una “tutela” de la prensa en nombre de las clases populares: “Hay que recuperar los grandes medios de comunicación para el pueblo, expropiándolos por el pueblo y redefinir su función social, su contenido y su forma con el pueblo”. Las “células de información” de Taufic reconvertidas hoy en el ignaro y epidérmico “periodismo ciudadano”, los linchamientos populistas en Twitter, las consignas independentistas en los medios subvencionados y la entronización de eso que llaman “la gente”: puro maoísmo digital.

Otra “perla cultivada” de la época: “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, de la chilena Marta Harnecker. Justamente en 1977, un escritor melenudo y gafapasta, Roberto Bolaño, se instalaba en el 45 de la calle Tallers, junto al bar Céntric. Años después me confesó que gracias a las lecturas del libro de la Harneker fracasaron todas las revoluciones de América Latina. La psicóloga de origen austriaco ha seguido asesorando -como los chicos de Podemos- al régimen chavista venezolano: los resultados a la vista están.

Momentos decisivos de la memoria musical. Brian Eno publica “Before and after science”, el disco duro, junto a “Héroes” de Bowie y “Talking Heads 77” de toda la música que vendrá después. Sin olvidar el “Trans Europe Express” de los germanos Kraftwerk, padres espirituales del exitoso Sónar actual. Más intrahistoria del 77; el falsete de los Bee Gees en “Stayin alive”, la sensualidad de Donna Summer con el sonido Munich de Giorgio Moroder y el teclear de piano de Supertramp. El Nuevo Cine Alemán -Fassbinder, Herzog y compañía- en los cines de arte de y ensayo del Círculo A y las salas de repertorio: el Céntrico de Peu de la Creu y el Spring de paseo Bonanova. Las librerías quemadas por una ultraderecha desafiante que rubricaba sus atentados con las siglas del PENS.

El Barrio Chino recorrido y vivido como un parque temático: aquellas hembras de pechos generosos con minifalda que te interpelan desde los taburetes de Tapias y Robador; parada y fonda con las verdosas patatas bravas en la bodega Los Cuernos de San Pablo/San Olegario; cada incursión en la Barcelona canalla nos parecía un plató de Fellini de Cinecittà. A partir de los años ochenta, la heroína envenenó el Barrio Chino (todavía no se llamaba Raval): de las matronas al estilo de “Amarcord” se pasó a las yonquis esqueléticas y los asaltos de farmacias jeringuilla en mano.

El destape de la revista Interviu y las “canteradas” de Luis Cantero. Así definía sus escandalosas incursiones -siempre con gente en pelotas de por medio- este émulo bizarro de Talese: “Reportaje periodístico con pie forzado, popularizado en la segunda mitad de la década de los setenta por el plumilla Luis Cantero, que tenía la virtud de enervar a los exquisitos y complacer al populacho”. Los zapatos Yanko y Lotusse, los seats 132, la Telefunken Pal Color, la pana acampanada, las camisas entalladas (como ahora)… Sisa, Ocaña, Pau Riba y el rock “laietà”. “Groucho y yo”, editado por Tusquets. Y la letra de “Re-make, re-model” de Bryan Ferry, la curiosidad y el deseo como motores existenciales: “Todos sabemos que la próxima vez es la mejor / Pero si no hubiera próxima vez, ¿adónde iríamos?”

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