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En el hemiciclo, JpC y ERC colocan lazos amarillos en los escaños vacíos de los fugados y prisioneros. Sigue la sociedad del espectáculo secesionista. Y ese victimismo y esteticismo que no cesa.

Ernest Maragall –referencia en materia de reconciliación-, presidente de la mesa de edad del Parlament, aprovecha la ocasión para hablar de «exiliados” y presos», de «acumulación de indignación», de la Cataluña que «no se rinde, no se resigna, para construir el país justo y libre que queremos ser», del «1 de Octubre que será recordado como el día en que la ciudadanía se hizo dueña de su destino», del Estado español que «humilla y castiga», del «proyecto de la República», de que «este país será siempre nuestro». El presidente de la mesa de edad del Parlament lo es de parte. Para él y sus iguales, solo cuenta la ciudadanía independentista, aunque únicamente constituya el 47,50%. ¿La mayoría ciudadana no independentista? Cataluña, una propiedad privada del nacionalismo.

Decían los Comunes: «tenemos mucho en común», «ni DUI ni 155: un nuevo tiempo de soluciones», «nuevo camino para Cataluña», «este país está parado por culpa de los viejos bloques», «es el momento de salir del bucle», «mucha gente está preocupada, cansada o decepcionada después de que nos hayan gobernado durante tanto tiempo unos irresponsables». ¿Qué queda de eso? Los Comunes, por omisión premeditada, facilitan que el “bloque” independentista domine la Mesa del Parlament. ¿Acaso tienen «mucho en común» con el nacionalismo? El sectarismo y oportunismo que no cesan.

El nuevo presidente del Parlament habla de respeto a los otros, país plural, identidades múltiples, coser la sociedad, convivencia, colaboración, diálogo, entendimiento, mano tendida, derechos sociales. Y, a diferencia de su antecesora, no acaba con un Viva la Republica Catalana. Se conforma con un Viva la Democracia. Para cumplir lo dicho se le recomienda leer o releer el Estatuto y la Constitución. Esa ha de ser su hoja de ruta. ¿Lo hará?