José García Domínguez - Punto de fuga

Final feliz

José García Domínguez
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El hombre, un anciano que arrastra el carrito de la compra camino del supermercado, parece confundido. Mira a la chica sin acabar de entender, diríase, qué clase de servicio se le ofrece. Ella, falda ceñida, medias negras, maquillaje discreto, sonrisa risueña, español precario, le pasa el brazo por el cuello al tiempo que lo invita a entrar en la peluquería presunta, que no otra cosa reza el rótulo bilingüe, en chino y catalán, del establecimiento. Como quiera que él sigue sin dar el paso, una segunda “peluquera”, la que hasta entonces contemplaba silente la escena desde el interior, se acerca también a la acera, parece que para reforzar la muy intensa labor comercial de su igual. Al final, y casi en volandas, entre las dos jóvenes introducen al hombre en una trastienda del bajo comercial, ya lejos de las miradas indiscretas del resto de viandantes.

A escasos veinte metros, un grupo de niños y niñas, alumnos todos de la Escola Mireia, esperan distraídos a que suene el timbre para entrar a clase. Más cerca aún, a menos de diez metros, los okupas que gozan del usufructo de una antigua sucursal de Caja Madrid siguen con los preparativos de la enésima fiesta alternativa del mes. Mientras, varones solos de mediana edad, siempre varones, siempre solos, siempre de mediana edad, vagan arriba y abajo por la confluencia de Ali-Bey con Roger de Flor y Ausìas March, en pleno Ensanche barcelonés. Sus miradas, siempre furtivas, siempre dirigidas hacia lo que hay tras los cristales de las peluquerías y tiendas de cuidado que de uñas, las innúmeras que de un tiempo a esta parte se han instalado en el barrio, todas regentadas por mujeres orientales, no pasan inadvertidas al observador avisado. Nunca se había visto en esta ciudad a tantos cincuentones tan preocupados por el cuidado de sus uñas. Eso sí, todo muy discreto. Nada de luces rojas, estampas sórdidas o escándalos en la calle. Y al final, el final feliz.

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