Artes&Letras

El verso respirado

Antonio Colinas recupera «La muerte de armonía» escrito en 1990 como homenaje a María Zambrano y definido por él mismo como «poema de poemas»

Antonio Colinas, en una imagen de archivo F. HERAS

WILLINTON TRIANA CARDONA

Cuando se cumplen cincuenta años del inicio de su andadura poética -con la publicación en 1969 de Poemas de la tierra y de la sangre-, Antonio Colinas da a la imprenta un texto central de su obra lírica que hasta ahora no había aparecido como libro exento: me refiero a La muerte de armonía. Y digo central tanto por la cronología -fue escrito en 1990, al mismo tiempo que aparece su primer Tratado de armonía- como por la sustancia de su composición, pues en él se condensan algunas de las ideas que vertebran la poética de Colinas.

En la nota que el propio poeta ha incluido en la edición -una joya más que se añade a la colección Maravillas Concretas, de la Diputación Provincial de Valladolid y la Fundación Jorge Guillén-, da cuenta de la esencialidad de La muerte de armonía, al calificarlo de «poema de poemas». Al mismo tiempo, confiesa haberlo concebido en sus orígenes como un libro, dedicado a María Zambrano -una de sus reconocidas influencias a la hora de forjar un pensamiento poético- por su cercanía vital a lo trascendente. Y es que, siguiendo el hilo que lleva de los poetas-pensadores como Valéry o Quasimodo -ambos traducidos al español por Colinas-, a los filósofos presocráticos, y el que conduce de la mística europea al taoísmo oriental, el poeta de La Bañeza ha tejido una red de símbolos que se ajustan a un claro sistema de dualidades y que, en todo momento, se integran con la experiencia personal y cotidiana. Esta integración es la que ha de conducir al hombre a la plenitud del ser: una consciencia total, o trascendencia, que se alcanza mediante el lenguaje poético.

Para Antonio Colinas -así lo ha expresado en múltiples libros y entrevistas-, el día a día es una lucha de contrarios, de extremos: el hombre ha de aspirar a deshacerlos, a fundirlos en una unidad. Esta idea, desarrollada en sus Tres tratados de armonía, configura una manera de entender el mundo -y, por lo tanto, la poesía-: la dualidad (materia y espíritu, noche y luz, corazón y razón, etc.) supone el desequilibrio y el desorden, que han de ser restablecidos en lo vital y en lo universal. La armonía, no obstante, es esquiva, y su consecución efímera: las dualidades tiñen el mundo de nuevo tras su muerte y el hombre ha de vivir en ellas al mismo tiempo que aspira a resolverlas.

La obra en su forma dramática se comporta como una ópera; de hecho, David Hoyland ha escrito la música

La muerte de armonía recoge estas ideas en forma de poema dramático, cuyos personajes alegóricos (Armonía, Serena, Fulgor…) representan esa tensión a la que nos acabamos de referir, en el contexto -impreciso pero suficientemente explícito- de un tiempo concreto, que es el de la destinataria del poema, María Zambrano. De ahí que el personaje del Poeta no sea otro que Antonio Machado, que personifica en el libro la primera de las vías para recuperar la unidad perdida: «¡Cómo vence el amor toda la guerra!». El amor, que asciende al hombre actual desde su infancia, supone la forma esencial de la armonía, disolviendo las fronteras entre razón y corazón, que para el niño son la misma cosa. Pero además del amor, la poesía de Antonio Colinas establece otra serie de recursos para el restablecimiento de la armonía, entre ellos el más evidente: la música.

La música es un componente inseparable de La muerte de armonía, que en su forma dramática se comporta de hecho como una ópera. De tal manera es así, que el compositor inglés David Hoyland ha escrito la parte musical de dicha ópera, aún no representada, pero manifiesta en esta edición a través de una serie de fragmentos de la partitura original que acompañan a los versos endecasílabos del poema. El ritmo armónico, propio de los ciclos naturales, es una presencia constante en la obra de Colinas: la sucesión de los días, las estaciones del año, los cantos de los pájaros (el ruiseñor, por ejemplo, en este poema). Pero la expresión simbólica más importante del ritmo y la armonía en la poética de Antonio Colinas es la respiración, o lo que él ha denominado la «palabra en armonía»: la materialidad física del verso se define en un proceso de inspiración y espiración que trascienden la palabra poética hacia la armonía universal. De ahí que el Coro responda a una agonizante Armonía de esta forma: «El verso dicho es verso respirado. / Inflamación la música del verso / en pecho y sangre que nos diviniza».

Cercano el final, sólo queda cerrar el ciclo de la vida: Armonía, cual Ave Fénix, es al mismo tiempo temblor infinito de muerte y esperanza: «Reverbera la luz en mi honda noche. / Por ser noche, ya soy flecha de luz». Antonio Colinas en estado puro.

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