Guillermo Garabito

Teoría del verano

«A estas alturas del verano hay que ir haciendo un inventario para guardar lo importante y salvarlo del olvido»

Guillermo Garabito

De las noches del jardín empiezan a quedar los restos de una hoguera avivada por el viento de Torozos. El fulgor que destiñen las copas de madrugada. Y cantan las ranas sin saber que es agosto, casi enero. Y hay unos gatos pequeños que han nacido tarde y sopeso a que vecino dejarle la tutela. Unos gatos que no son míos, ni del vecino, pero alguien deberá mirarlos cuando llegue el otoño y yo recuerde que no me gustan los gatos. 

El otoño, en estos lares, supone irse preparando gradualmente para vivir un poco menos. Ir delegando incluso en eso del vivir. Lo mismo ocurre con los vecinos al llegar septiembre. En el pueblo casi todos son mayores y algunos tienen familia y otros, nada más, una soledad recia y castellana que aprietan entre las manos. Unas manos como «palomares que vuelven a la tierra». Cuando el pueblo vuelva a su rumiar ordinario de tardes cortas y poco concurridas se me hará necesario dejar a unos pendientes de los otros. En mi calle cada vez somos menos, el domingo se murió Matías. Se murió en medio de estos Torozos donde la vida es tan rotunda y es tan rotunda la muerte. 

A estas alturas del verano hay que ir haciendo un inventario para guardar lo importante y salvarlo del olvido. Siempre hay que hacer inventario. En la biblioteca de La Casa Grande me dedico a acumular veranos. Estíos que devuelvo a sus estantes encuadernados en ediciones de bolsillo junto a otros con sus tapas duras con achaques de pieles vencidas por la edad. La biblioteca de mi casa es un pedazo de todos los veranos que he vivido. Aunque a veces me toque parar para echar cuentas de si fue el de 2006 o el que pasé «en un lugar de La Mancha...». O si aquella fiesta, al año siguiente, fue en el jardín de un personaje de Fitzgerald o en el mío. 

Este año, el verano, es un libro inacabado marcado con las solapas. La forma de señalar la página en un libro dice más de alguien que todo su subconsciente interrogado por Freud, o por la KGB. Y a mí me han dejado un libro al que le sirven de memoria las solapas y que se quedó en la página cincuenta y ocho y a la espera. 

El verano es el constante retorno del verano. La promesa de desayunar en la cama cuando de septiembre. De este verano, como de una hoguera, rescato todo lo que no escribo.

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