Fernando Conde - Al pairo

Picardías

El mastergate ha obligado a muchos próceres de la patria a moderar sus ínfulas y a comerse sus complejos

Fernando Conde

De un tiempo a esta parte en España los currícula de los políticos se encuentran en fase de cuarto menguante. Quien más quien menos, cada cual anda afilando la navaja de Ockham y adelgazando los argumentos de su «cursus honorum» (a este paso a alguno le va a bastar con una línea para dar cuenta de todo su bagaje académico). Hasta ahora la cosa no solía ir más allá del consabido «inglés nivel alto», que en la mayoría de los casos equivalía a un Ch1 en la escala académica de «Chiquito de la Calzada». Pero con el escándalo de los mastergate la cosa ha cobrado otros tintes y otras alturas.

El mastergate ha obligado a muchos próceres de la patria a moderar sus ínfulas y a comerse sus complejos. Si las cosas no fueran hoy tan virtuales, los de las gomas de borrar Milan hubieran hecho el agosto. Pero también es cierto que la virtualidad de nuestro tiempo tiene sus inconvenientes, porque en ella casi todo deja rastro. El españolísimo complejo de las migas en la barba está detrás de toda esta necesidad de aparentar sin ser, que es justo lo contrario de ser sin aparentar. Y así vemos cómo muchos políticos quisieron apuntarse al lustre curricular, pero sin haber hecho acto de presencia. Quizá muchos de ellos pensaran que qué daño iba a hacer un máster aquí o un doctorado allá. Y lo cierto es que daño no hace, pero molesta y bastante a quienes sí cumplimos las normas, a quienes sí fuimos a clase, a quienes sí pagamos por esa cartulina firmada por el jefe del Estado y a quienes, en definitiva, ni tuvimos ni quisimos tener un trato de favor.

En ningún otro momento de la historia de este país (ni probablemente de ningún otro) se ha dado la sonrojante circunstancia de que el jefe del Gobierno y el de la oposición estuvieran bajo sospecha de ser dignos herederos de Pedro de Urdemalas o del Buscón don Pablos, dos de nuestros más conspicuos pícaros literarios. Pero ahí estamos, paseando nuestras vergüenzas por las portadas de medio mundo, para contento de quienes odian a España desde tiempo inmemorial. Tal vez haya quien piense que, dado que entre pícaros anda el juego, que más da una añagaza que otra. El pícaro busca siempre su propio provecho sin fijarse en lo hecho. Pero para un servidor hay una diferencia importante entre una supuesta picardía y la otra, a saber, un máster puede dar más o menos caché, pero no habilita laboralmente para casi nada, al menos público, pero un doctorado sí lo hace y con ello abre puertas, aunque quizá en este caso puede que sea la puerta de salida.

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