Jiménez Lozano certifica el desarme moral y el vacío intelectual de esta época

Así lo recoge el escritor en una nueva entrega de sus diarios, «Cavilaciones y melancolías»

Imagen de archivo de Jiménez Lozano F. HERAS

EFE

La intemperie moral y el vacío intelectual son algunos de los rasgos que definen la sociedad actual donde la televisión, en alianza con el cine, internet y el teléfono móvil, son «dueños absolutos del mundo cultural y espiritual» , anota el escritor José Jiménez Lozano en una nueva entrega de sus diarios.

El pensamiento, rehén de esta época, «ni se oye ya a sí mismo; se torna inseguro y débil y termina por abdicar» atropellado por una industria cultural que ha acabado por imponer un pensamiento y un lenguaje «cada día más poderoso y agresivo», lamenta en «Cavilaciones y melancolías» (editorial Confluencias).

Novela, cuento, poesía, ensayo y artículo conforman las otras caras del poliedro literario de un autor que acorta distancias en sus diarios, donde tiende hilo directo con el lector en una charla diferida a través de la letra impresa para compartir, según recoge en el prólogo, «estas pretensiones y esperanzas mías».

La textura de su voz avisadora y el grosor intelectual de su argumentario sostienen un pensamiento donde fluctúan pesimismo y esperanza en las sucesivas entradas de este diario, fechadas entre 2016 y 2017. La ausencia total de la ironía, la liquidación de la cultura, la tabla rasa sobre el pasado y el desarme moral de una sociedad ajena al ser humano son análisis recurrentes en estas meditaciones , al igual que el sometimiento al lenguaje políticamente correcto, «algo tan viejo como el hilo negro», dice, y que a su juicio no debería soportarse «porque es admitir la tapadera de una mentira perversa».

Más de medio centenar de libros publicados desde 1971 («Historia de un otoño») llevan la firma de este narrador que puso letra a Las Edades del Hombre, cubrió como corresponsal informativo el Concilio Vaticano II, y que estudió para juez antes de levantar una obra distinguida, entre otros galardones, con el Premio Cervantes.

Sin apenas moverse de su scriptorium, en un pequeño pueblo de la meseta, el escriba de Alcazarén (Valladolid) ha recorrido el universo oriental del mundo bíblico, viajado por la estepa rusa con Dostoievsky y Tolstoi , acompañado a Spinoza en Amsterdam, caminado del brazo de Luis Vives en Brujas y conversado con la monja andariega de Ávila en jornadas sin tregua.

Jiménez Lozano ha participado de la errancia hebrea, desollado el legado de los musulmanes y cristianos fronterizos, profundizado en el enigma de los místicos y hurgado en la esencia protestante a través de expediciones anacrónicas e imposibles que ha fabulado y recreado en sus escritos.

De esas travesías fantásticas surgen los personajes y escenarios que pueblan sus novelas y habitan sus cuentos en los que siempre suena la misma melodía: la libertad de conciencia frente al totalitarismo de cualquier forma de gobierno, por encima de estatus y credos.

En ese obrador ha gestado la «gran literatura de siempre» que, por su misma naturaleza «ya es tierra de exilio y refugio para nosotros, en estos momentos, como en cierta medida lo fue siempre: los libros que nos acompañan», apunta en una de sus anotaciones.

Por estas «Cavilaciones y melancolías» desfilan sus inseparables de siempre, nombres que presenta al lector en amigable complicidad y entre los que figuran Pascal, Heidegger, Flannery O'Connor, Unamuno, Ramón Carande y Américo Castro, pero también Bob Dylan, cuyo Nobel de Literatura saluda con agrado por la calidad de sus poemas.

Jiménez Lozano vierte en este diario su mirada del mundo desde el prisma de la literatura y la pintura, entre otras manifestaciones, como el arqueólogo que interpreta cada época a través de restos fósiles. «El mundo actual, a mí, como a bastantes otras personas, nos resulta demasiado serio, acerado y geométrico, asfixiante y constrictivo , se mire por donde se mire; nos parece un totalitarismo de lo políticamente correcto y con un necio y altanero desprecio de la razón y de la alegría de vivir», concluye en otro comentario.

El lector, por otra parte, percibe el discurrir del tiempo, el paso de las estaciones, a través de una veintena de pequeños poemas salteados entre sus apostillas como el dedicado a la Rosa de Invierno: Ni el hielo ni la escarcha,/ te han reconocido,/ Rosa de invierno/ El tiempo te ha olvidado,/ ¿o disimula?.

Es la cara y cruz de una belleza que seduce a quien la contempla pero acongoja su breve caducidad, «es un relámpago, la gloria es poder asistir a él», replica José Jiménez Lozano.

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