Antonio Piedra - No somos nadie

Inhumanidad en Renfe

Desde el día 22 entró en vigor una medida en virtud de la cual todos los viajeros tienen que despojarse de sus abrigos de invierno para pasarlos por el oportuno escáner de seguridad

Antonio Piedra
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Primero e ineludible: totalmente de acuerdo con las medidas antiterroristas. Todas me parecen pocas si sirven para evitar la muerte de ciudadanos inocentes a manos de criminales yihadistas o de cualquier otra calaña. Segundo, que dicho esto con ene y ese –que nadie me confunda con un prerrevolucionario de extremo cuño–, voy a las medidas concretas que parecen sacadas del oscurantismo más regresivo de los tiempos o de las sociedades más primitivas en las que alguno les encantaría recluirnos en pleno siglo XXI. Alguna de ellas en concreto parece propia de legisladores draconianos o tiranuelos de segunda o tercermundistas de primera que confunden al ciudadano con una acémila. O sea, con una res o una oveja.

Algo parecido está ocurriendo con una de esas disposiciones impresentables tomada a tontas y a locas en RENFE, en ADIF, o como se llamen ahora las líneas de alta velocidad.

Me refiero al especial trato que recibe el viajero de esos trenes en la estación de Valladolid Campo Grande que, por este orden riguroso, resulta denigrante, discriminatorio y, además, inhumano. Desde el día 22 de diciembre entró en vigor una medida en virtud de la cual todos los viajeros tienen que despojarse –por las buenas o por las bravas– de sus abrigos de invierno para pasarlos, junto con sus maletas y bolsos, por el oportuno escáner de seguridad.

Hasta aquí nada que no resulte asumible en una auténtica medida de corte democrático. Lo inaceptable es la práctica que se hace en Valladolid de esa resolución cuya autoría, por cierto, nadie asume y, cuando se pregunta por la mente prodigiosa que la inventó, todos los que la aplican –agentes de seguridad, funcionarios o directivos– echan balones fuera: «¡orden gubernativa!». Debe darles vergüenza, sin duda. Y es que tiene huevos la huevera. Someter a niños, ancianos, a ciudadanos con riesgo de salud, o a usuarios normales –en pleno invierno, con temperaturas cercanas a los cero grados, y en un andén a la intemperie como el número uno de la Estación de Valladolid– supone un atentado propio de mentes totalitarias o directamente imbéciles.

Además es denigrante, discriminatorio e inhumano. Denigrante, porque indica hasta qué punto el viajero es sometido a prácticas inverosímiles en un lugar inadecuado. ¡Pongan el escáner en un lugar idóneo, coño, y se acabó el problema! Discriminatorio porque no se aplica en todas las estaciones y ni siquiera en la de Valladolid, donde los andenes dos y tres, por ejemplo, la seguridad brilla enteramente por su ausencia. Inhumano, porque a la intemperie se conculcan, y del modo más brutal y dañino, derechos mínimos del viajero que atentan contra la salud pública en general y la particular de los usuarios. Sólo en las crónicas siniestras del Gulag siberiano de los kamaradas soviéticos encontraríamos una disposición tan absurda y perversa.

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