Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Morir bajo este cielo helado

«Nos gusta la niebla en Valladolid, como nos gusta el Pisuerga que la arrastra. La niebla es nuestro último salvoconducto para la intimidad»

G. G.

Valladolid con niebla es el París con aguacero de César Vallejo . Un día del cual tenemos ya el recuerdo, aunque yo no logro acertar a encontrarlo. Un novelista cursi diría que siempre estuvo ahí, tal vez sea cierto. Hay un muro que separa la ciudad del mundo. Más allá, en los Torozos , es probable que haga sol e incluso primavera, pero aquí sólo hay niebla.

Explicarle a alguien de fuera esta bruma es como explicar una piscina a un niño africano que ni siquiera sabe que hay gente que usa el agua para nadar. Uno puede hacer aproximaciones, tratar de describirla, embotellarla, mostrar fotos, pero todos acaban diciendo que eso es imposible, que nos gusta darnos importancia. Como si nosotros quisiéramos ser Londres… Nuestra niebla no tiene pompa, ni circunstancia. Nos gusta la niebla en Valladolid, como nos gusta el Pisuerga que la arrastra. La niebla es nuestro último salvoconducto para la intimidad. Estos días la ciudad pinciana podría ser cualquier lugar del mundo, ser Londres -ya digo- o un merengue, pero no es eso. Lo único importante es la intimidad. La intimidad es el lujo del siglo XXI, un capricho de caviar . Ahora que toda nuestra vida es pública y soñamos en «Instagram», la niebla es la única forma de desaparecer y hacerse anónimo. Porque en esta urbe nos conocemos todos las tardes de mayo en las que no queda espacio para la discreción. Valladolid con niebla es un capricho. Cualquier rincón se vuelve acogedor, da igual el frío . Uno camina con los cuellos del abrigo levantados como una estrella de rock que ha madrugado. Un escritor destemplado. Con niebla se puede ser tantas cosas… Quien acuñó el refrán de «mañana de niebla, tarde de paseo» no conocía el encanto íntimo de pasear con la ciudad envuelta en niebla; a medio camino entre el ser y no ser. Valladolid, entre la densidad gaseosa de las nieblas que se pegan, es un estilo en sí misma. Y no hay forma de explicarlo. Entender el encanto de la niebla es un poema. Sencillamente Valladolid es así. Hay calles que están enteramente hechas de niebla y las plazas se contraen buscando el calor de lo pequeño.

La ciudad es una herida envuelta por la niebla , una herida que nunca termina de cicatrizar y se desangra: la ciudad y mi nostalgia. Yo no tengo el recuerdo de mi muerte todavía, no soy César Vallejo, ni Valladolid quiere ser París, ni ningún otro lugar del mundo. A Valladolid le gustaría ser Valladolid . Y a mí morir bajo este cielo helado.

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