Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Trescientas sesenta palabras

«Ahora, Alejandro, amigo, pregona la Semana Santa de esta tierra allá en el cielo»

Virgen de Las Angustias ICAL

El día que me muera, que vengan con flores a mi entierro, que usen gesto compungido, que de epitafio escriban trescientas sesenta palabras, que es una columna que no podrá amarillear el tiempo. El día que yo muera espero que puedan decir al menos alguna de todas estas cosas que yo pienso de Alejandro Rebollo: que fue un hombre recto, padre bueno, abuelo… Que creía en Dios con fuerza. Que tenía bigote -como quien lleva sombrero-, principios y una pasión contagiosa por lo nuestro. Lo nuestro, que es la Semana Santa y la historia de una Valladolid de luto que no puede dormir por el calor y por la pena. Una ciudad donde no se mueve nada, este viernes de agosto en señal de duelo y condolencia. Las banderas muy quietas. Se nos ha muerto parte de la memoria de esta ciudad del Pisuerga.

Cuando el miércoles llamó mi amigo Ignacio para decirme que se había muerto Alejandro, incluso esperándolo, la vida se hace más ininteligible, más macabra, menos densa. Para alguien así no sirven los pésames prefabricados. Y se reza de verdad y en silencio un «Padre Nuestro». Y se comenta con Amo y con Cuaresma que se nos ha muerto un poco, también, nuestra Semana Santa. Porque a parte de sentirla muy adentro, también hay que divulgarla y Rebollo -historiador, buen orador- lo hizo con destreza.

A Alejandro Rebollo lo conocí por una herencia -de esas que siempre dan problemas-, me lo legó mi abuelo como amigo. Él, que era padre de mis amigos y el oráculo al que preguntar muchas veces al escribir sobre las entretelas de una ciudad en la que ninguno de los que estamos nacimos a tiempo de vivir .

Morirse es ir perdiendo la costumbre de estar vivo, que escribió Ruano. Lo jodido es cuando uno está muy vivo por edad y por las ganas, pero no hay remedio. Ahora, Alejandro, amigo, pregona la Semana Santa de esta tierra allá en el Cielo. Explícales que aquí Gregorio Fernández y Juan de Juni obraron el milagro de hacer carne la madera. Nosotros le hablaremos de ti a los que vengan.

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