Fernando Conde - Al pairo

Tejado a dos aguas

«Hablar de plagios y plagiarios en España da para mucho. Porque podríamos empezar por Lucía Etxebarría, que fusiló nada menos que al gran Antonio Colinas»

El ya ex director general de Innovación Educativa, Bienvenido Mena ICAL

Dicen que en España siempre vamos cinco o seis años por detrás de otros países europeos supuestamente más avanzados o, como diría un francés, más en la «avant-garde». Quizá por eso, cuando hace ocho años conocimos que el ministro alemán zu Guttenberg, el miembro más valorado entonces del ejecutivo de Angela Merkel, dimitía por haber calcado algunos parrafillos en su tesis doctoral, aquí nos miramos atónitos y pensamos que en la tierra de Lázaro de Tormes y del buscón don Pablos eso no pasaría nunca. Pero hete aquí que pasó el tiempo y la fiebre del puritanismo creador y del pecado original (que igual también era copia) se apoderó de nuestro país y, sobre todo, de nuestros políticos. Primero fue Cifuentes y sus estudios, luego Casado y su controvertido máster y, prácticamente a la vez, la más que dudosa tesis doctoral del ahora presidente en funciones, Pedro Sánchez. Y con mucha razón me decía un buen amigo que, cuando acabaran con la revisión de las tesis y los másteres y empezaran con el inglés nivel medio, en España no iba a quedar en su puesto de trabajo ni el Tato.

La última víctima -hasta que dimita Manuel Cruz en el Senado-, ha sido el director de Innovación Educativa de la Junta, que poco podía imaginar hace veinte años -tecnológicamente la Edad de Piedra- que alguien iba a reeditar viejos borrones en su expediente para cobrarse su cabeza. Por aquel mismo tiempo, 2001, se hizo famoso el argumento utilizado por Luis Racionero, a la sazón director de la Biblioteca Nacional, para justificar lo extraído del libro de Gilbert Murray «El legado de Grecia» para redactar su «Atenas de Pericles»: «No es plagio, es intertextualidad», afirmó rotundo el escritor e intelectual cuyo currículum (Berkeley y Cambrigde incluidas) apabullaría a cualquiera.

Hablar de plagios y plagiarios en España da para mucho. Porque podríamos empezar por Lucía Etxebarría, que fusiló nada menos que al gran Antonio Colinas (en distancia poética más o menos la que separaría a Quevedo de Chiquito de la Calzada); continuar con las traducciones de Vázquez Montalbán, la del shakespeareano «Julio César» de Pujante a la cabeza; las apropiaciones indebidas de Agustín Fernández-Mallo; la caradura de un tal Darío Frías o el ventajismo lucrante de Cela o Saramago, de cuya calidad literaria, sin embargo, nadie en su sano juicio dudaría.

Por eso es grave lo que ocurre en política. Porque no se dan cuenta que de su tejado es un tejado a dos aguas...y de cristal. Y que las piedras que tiran, si bien dañan la caída del enemigo, también provocan goteras en la propia. Y así, ¡quién va a querer ser político!.

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