Antonio Piedra - No somos nadie

Estoques

«El sindicato impoluto de las causas imposibles se ha llevado por delante a la jurista que tan brillantemente se licenció en Valladolid»

Antonio Piedra
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La sentencia del caso Nóos, después de una instrucción kilométrica y mediática, ha dejado un reguero de estoques controlados e incontrolados. Para los más templados que creen que la Justicia ha funcionado, y que sin ella todo se reduce, como escribía San Agustín en la Ciudad de Dios, a «una partida de salteadores». Y para los más radicales del sistema que, por el contrario, piensan como escribía Nietzsche en sus Consideraciones Inoportunas, que «la objetividad y la justicia no tienen nada en común». En esta fatal disyuntiva, que nos recuerda que al loco y al aire hay que darles calle y poco más, se encuentra la España invertebrada dos días después de hablar la justicia en Palma de Mallorca.

Mal ejemplo y peor precedente que llega en vuelo directo a la Meseta. Hasta el fiscal y el juez instructor del caso -y a los cinco minutos de producirse el fallo sin tiempo material para leer el auto y ajustar criterios jurídicos con templanza- salieron a la calle poco menos que en bata y casi con los mismos rulos de la permanente que aplicaron en la instrucción. Desde Valladolid esperábamos, con curiosidad y cierto morbo -por ser mujer de tierra bravía, resolutiva en la palabra hasta en las letras mudas, y de una hoja jurídica afiladísima-, la aportación a la causa de la vallisoletana Virginia López Negrete, que fue la gran figura de la acusación popular en nombre de Manos limpias.

Pero quién lo diría, el sindicato impoluto de las causas imposibles se ha llevado por delante a la jurista que tan brillantemente se licenció en Valladolid. De aquí -del sindicato descabezado y encarcelado por supuestas prácticas mafiosas- proviene el gran fracaso de esta vallisoletana sin contemplaciones en el caso Nóos. A día de hoy, lo único que sabemos de Virginia López Negrete, tras el cierre del telón que supuso el juicio oral, es que, según refiere textualmente la sentencia, apoyó «un claro componente perturbador», y que además perseveró en el intento hasta el último día de la vista. En fin, que para ella todo ha terminado en simple retórica barroca proyectada en la fachada de San Pablo: en sombra, en polvo, en nada. Maravilloso carpe diem.

Este fracaso personal lo ha enjuiciado la propia Virginia López con palabras definitivas y no exentas de nostalgia justiciera: «Mi trabajo termina aquí. Yo no voy a recurrir. Aquí termina todo, y yo no represento más a un cliente con esas características». Atrás han quedado las controvertidas copas con el juez Castro, que dieron tantas portadas periodísticas, como también el durísimo estoque que le dirigió el fiscal Horrach: «Eres una chantajista y una extorsionadora». Qué fuerte. Desolación jurídica en el tendido, pues a partir de aquí -veremos qué dice el Supremo- se cuestiona algo muy importante por ser único en las democracias más sólidas: la existencia y eficacia de la acusación popular.

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