Ignacio Miranda - Por mi vereda

La concordia fue posible

«La figura de Suárez adquiere dimensiones excepcionales un lustro después de su muerte»

Aquella mañana de finales de marzo de 2014 amaneció fría y gris, dos rasgos diametralmente opuestos a la personalidad del finado, brillante y cálida. Un piquete del Regimiento Inmemorial del Rey, al son de la marcha fúnebre «Mektub», portó su féretro -cubierto con la enseña nacional- al salir del Congreso de los Diputados por la Puerta de los Leones. Abajo, unidades militares de los tres Ejércitos rindieron honores de estado al primer presidente del Gobierno de la democracia. Situado el ataúd sobre un armón de artillería, un tiro a la cuarta de cuatro caballos centroeuropeos castaños y negros, guiados con postillón, inició al paso el postrero recorrido de Adolfo Suárez hasta la cercana plaza de Neptuno, con la ovación del público asistente.

Junto a la familia, le acompañaron los otros cuatro jefes del Ejecutivo vivos, mientras alguna voz anónima proferida desde el gentío gritaba «aprended de él, que no robaba» . Cerca de 30.000 personas visitaron su capilla ardiente . Frente a la mediocridad de la actual clase dirigente, endogámica y carente de valores, la figura de Suárez adquiere dimensiones excepcionales un lustro después de su muerte por su sentido de estado, su espíritu patriótico y su amplitud de miras, frente la visión cortoplacista de ganar unas elecciones o dinamitar la convivencia con la falacia nacionalista. Tuvo además arrojo y decisión , virtudes nada frecuentes en nuestro centroderecha. Así logró sacar adelante el proyecto de Juan Carlos I , pasar de la dictadura a la democracia, del Movimiento Nacional que desmontó desde dentro a la Constitución de 1978, sin conculcar la ley.

Vivió la amarga soledad. Sintió el desgarro de la traición. Abrazó como cristiano la cruz del dolor que invocaba su paisana, Santa Teresa , ante las desgracias personales. Fue todo un señor sin necesidad de ducado. Su epitafio resume la entrega a una empresa titánica y el sentido de una vida de servicio, siempre por amor a España. Además, reafirma la anhelada idea joseantoniana de la reconciliación de los dos bandos para afrontar un futuro común en paz. La concordia fue posible. Y lo debe seguir siendo.

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