Artes&Letras / Cine

Basilio Martín Patino: el director libre que no dejó de jugar

Una exposición en la Hospedería Fonseca desvela nuevas claves en la creación del cineasta a través de documentos inéditos o poco conocidos, como la novela que se creía perdida y origen de «Nueve cartas a Berta», las siete versiones de ese guion y aspectos sobre las Conversaciones de Salamanca

FUNDACIÓN B. MARTÍN PATINO

C. MONJE

He jugado con mis cámaras, he jugado desde niño con este invento maravilloso, y ha sido una pasión. Para mí siempre ha sido un juego. Yo jugaba siempre. La palabra jugar parece frívola, pero es la única que encuentro. Me lo he pasado bien haciendo mis cosas. Haciéndolas a mi aire». La declaración de Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca-Madrid, 2017) al comienzo de la exposición que recorre su vida y su trayectoria en la salmantina Hospedería Fonseca explica su obra y sirve de hilo argumental a la muestra sobre el cineasta.

Hasta 1.200 documentos (fotografías, carteles, guiones originales, planes de rodaje... además de proyecciones) componen el extenso relato que no se queda en un mero recordatorio de la trascendencia de un autor de culto del cine español. Aspectos desconocidos invitan a «establecer una nueva visión sobre algunas de las obras del realizador», tal como apunta el comisario de «Basilio Martín Patino. Pasión por el juego», Ignacio Francia.

La novela que ardió

Un material inédito hasta ahora revela el origen y el intrincado proceso creativo de la icónica Nueve cartas a Berta (1965). Se sabía de la existencia de una novela de Martín Patino que nunca llegó a publicarse y que él mismo aseguró haber quemado. Al revisar el legado del cineasta custodiado en la Filmoteca Española, en una de las últimas cajas, apareció La agonía de los luceros, esa narración que se creía desaparecida y en la que «están todos los personajes y el tratamiento epistolar de la película», señala el comisario de la exposición.

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La obra tuvo su recorrido: el autor la presentó al premio Biblioteca Breve de Seix Barral y resultó finalista. Ante la sugerencia de que la enviase al concurso de Ruedo Ibérico, Martín Patino decidió retocarla. Manuel Tuñón de Lara, en una carta también expuesta, le comunica la intención de publicarla y desvela que el cineasta le había dado un nuevo título, Calle Toro, 36. No se sabe qué ocurrió después, pero sí que fue el germen de su primera película, representativa del «nuevo cine español» y ganadora de la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián de 1966, cuyo trofeo se expone también.

La novela inédita del director resultó finalista del premio Biblioteca Breve de Seix Barral

«Quizá fuese esa segunda versión la que quemó», concluye Ignacio Francia, quien sospecha que el cineasta salmantino «hubiese podido ser un buen escritor». «Decía que no quería que una posible carrera literaria interfiriera en la cinematográfica, pero sus guiones son literatura; los de otros directores son muy esquemáticos, los suyos no. Su cine es muy literario», añade.

Pero no quedaba ahí la «sorpresa». Otro original que no se había localizado entre la ingente documentación conservada por el cineasta era el propio guion de Nueve cartas. Al final aparecieron no uno, sino siete. Versiones distintas, algunas muy diferentes de la trasladada a la pantalla. En un principio se tituló Primeras palabras, después La amiga (ambas con diez capítulos), un tercer tratamiento no llegó a tener nombre ni el epílogo con el que se pretendía cerrar el relato, dos más hubiesen convertido la película en «Once cartas a Berta», que finalmente se redujeron a las nueve que tenían cabida en el tiempo fílmico.

Entre todas esas variaciones barajó también un final muy distinto al elegido. Lorenzo y Berta hubiesen podido acabar mal por un comentario machista del protagonista interpretado por Emilio Gutiérrez Caba, quien precisamente aporta a la muestra fotografías del rodaje, expuestas junto a otras del director de fotografía José Luis Alcaine.

Proyectos frustrados.

El recorrido expositivo por la vida y obra de Martín Patino parte de su infancia en Lumbrales, donde nació su pasión por el juego y por el cine, y da cuenta de todos sus trabajos; desde el documental realizado junto a Luciano G. Egido y Manuel Bermejo, Imágenes sobre un retablo (1955), y el cortometraje de graduación en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, Tarde de domingo (1959), hasta su «testamento cinematográfico», Octavia (2002), y el último documental, Libre te quiero (2012), sobre el movimiento del 15-M.

Entre unos y otros, se sucede el resto de títulos de su extensa producción, con trabajos para televisión y publicitarios, una faceta esta en la que reconocía haber aprendido todo sobre el montaje, uno de sus fuertes.

Y también los proyectos que se quedaron por el camino, que no fueron pocos. Algunos cuando todo estaba preparado para empezar a rodar o, incluso, con el rodaje en marcha. Entre esos trabajos frustrados, figuran la serie «La crónica sentimental de España» para TVE, con el contrato ya firmado con su productora La Linterna Mágica; un guión sobre Lorca (Nunca vi Granada); Razón de melancolía, con el rodaje ya previsto; Plaza Mayor (la de Salamanca); una serie sobre los Episodios Nacionales, y otra sobre «7 apócrifos» que tuvo que reducir a un solo capítulo: La seducción del caos.

Pelea con la censura

Si la libertad marcó el proceso creativo de Martín Patino, la falta de ella en la España en la que empezó a hacer cine le ocasionó incontables contratiempos. La batalla contra con la censura está ampliamente documentada en la exposición. Canciones para después de una guerra, Queridísimos verdugos y Caudillo, sus tres proyectos del primer lustro de los setenta se toparon con negativas ante las que el realizador no se detuvo.

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En 1971 firmó junto al productor Julio Pérez Tabernero un recurso dirigido a la Junta de Censura en la que intentaba desarmar los argumentos para la poda de los elementos de Canciones incómodos a los ojos del régimen. En el texto se puede intuir, además de ironía, las acrobacias a las que obligaba la vigilancia franquista. Entre los pasajes no tolerados estaba el que recordaba el encuentro de Franco y Hitler en Hendaya. «Absolutamente inexplicable -alegaba Patino en su réplica-. Sin la famosa entrevista, tantas veces vista en Televisión, en otras películas, en las revistas más populares y recientes, sería muy difícil entender los equilibrios que tenía que hacer en esos momentos el pueblo español ante el invencible dueño de Europa, y que tanto prestigio como estadista inteligente dio a nuestro Jefe de Estado». Esas imágenes con «Lili Marleen» de fondo permitían «que la película se enriquezca, y se sitúe mejor al espectador con tan extraordinario documento histórico», añadía.

El estreno, ya se sabe, tuvo que esperar a la muerte de Franco.

Las conversaciones de Salamanca

Salamanca, el gran escenario cinematográfico y contexto en el que se afianzó su vocación de Martín Patino, es la otra protagonista de la muestra. La actividad del futuro director en el Cineclub Universitario marcaría un hito histórico con las Conversaciones de Salamanca (1955).

Aquel encuentro en el que participaron representantes distintas y opuestas ideologías (desde los vinculados al PCE del «grupo Objetivo» a falangistas), se presentó como un éxito del SEU. Pero internamente el régimen pensaba otra cosa, como prueba el acta de una sesión del Consejo Provincial de Falange -que se expone por primera vez- en la que se reconoce que el evento se les había escapado de las manos.

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