Vicente Ángel Pérez - Corazón de León

Asaltar las calles

Si algún día la marea populista llegase a León, va a tener trabajo extra la brigada de obras para eliminar placas

Vicente Ángel Pérez
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Un año antes del estallido de la guerra civil, el alcalde republicano de un pueblo de León ordenó cambiar la placa de la calle del Padre Isla por la de Lenin. Se supone que el regidor comunista sabía quién era el Padre Isla, o quizás sea mucho suponer, que es la duda que muchos ciudadanos tienen hoy día, ochenta años después, con estos nuevos ediles más enfrascados en limpiar de las calles las placas antes que la basura. Es el caso del Ayuntamiento de Madrid, cuya alcaldesa parece un títere en manos del más descarado populismo y que cada mañana se encuentra con un sapo en el desayuno. La buena mujer no da abasto para ir de radio en radio a rectificar ocurrencias propias o de sus chicos, como ha sido el caso del cambio del nombre de las calles.

A saber si aquel alcalde republicano de Valderas conocía que el ilustre escritor leonés José Francisco de Isla Rojo había nacido en 1703 y que parte de su infancia la disfrutó en el pueblo que muchos años después de su muerte le dedicó una calle; a saber si conocía que el jesuita Padre Isla era el autor de la historia del predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes; a saber… Sí se sabe que aquel alcalde apenas tenía estudios no como estos, sus modernos discípulos del cambio de placas callejeras, que no pueden argumentar la ignorancia como descargo de sus desatinos, pues la mayoría presumen de universitarios (¡ay, esta Universidad española que fabrica licenciados y doctores como churros!).

Pero si no es ignorancia, ¿cómo se entiende que los responsables de la cultura municipal madrileña pretendan eliminar de las calles los nombres de Dalí, Pemán, Gerardo Diego, César González Ruano, Pedro Muñoz Seca o, por ejemplo, Concha Espina? Sí, a Concha Espina, que tiene calle y metro en Madrid, a la vera del estadio Santiago Bernabéu, que también está en la fatídica lista, pretenden eliminarla de la memoria por ser, dicen, «escritora falangista». Y se quedan tan panchos. O sea, que la novelista santanderina, autora de «La esfinge maragata», y que fue más de un año candidata al premio Nobel, se merece el olvido porque, como tantos literatos y artistas permanecieron en España y no optaron por el exilio. ¿Concha Espina, falangista? ¿Eso es lo que saben de ella esos políticos que se dicen universitarios?

Si algún día la marea populista llegase a León, va a tener trabajo extra la brigada de obras para eliminar placas: desde Fernández Ladreda, pasando por escritores, curas, obispos y, por supuesto, militares y gobernadores civiles, hasta el Padre Isla, que tiene calle e instituto. A estos licenciados que asaltan las calles para eliminar la historia les convendría leer «Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes», una extraordinaria sátira contra la ignorancia y la pedantería de los malos predicadores de su época.

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