Artes&Letras

La arquitectura gana conciencia social

Una exposición en el Museo de la Universidad de Valladolid con motivo del 50 aniversario de la Escuela de Arquitectura plasma a través de casi 80 proyectos de sus ex alumnos la evolución de este arte en aras de adquirir un compromiso con su tiempo

H. DÍAZ

«La Arquitectura es un acto social por excelencia, arte utilitario, como proyección de la vida misma, ligada a problemas económicos y sociales y no únicamente a normas estéticas (...) Para ella, la forma no es lo más importante: su principal misión: resolver hechos humanos». Esta afirmación pertenece a Carlos Raúl Villanueva, un arquitecto venezolano considerado el más importante e influyente de su país en el siglo XX, pero podría resumir perfectamente el mensaje y filosofía que traslada la exposición «Tiempo y arquitectura» que acoge el Museo de la Universidad de Valladolid en el marco del 50 aniversario de su Escuela de Arquitectura.

A través de las fotografías de casi 80 proyectos (algunas, reproducidas sobre este texto), con el nexo en común de haber sido realizados por ex alumnos de la citada Escuela y haber obtenido un reconocimiento -nacional o internacional-, esta sencilla muestra da cuenta del devenir de este arte en el último medio siglo y que se basa, fundamentalmente, en la mayor conciencia que se ha ido adquiriendo de la arquitectura respecto a su función social. «Los arquitectos, en términos muy generales, siempre han sido vistos como un gremio muy ensimismado en sus proyectos y concepciones. Aquello que hacían e insertaban en la ciudad tenía que funcionar sí o sí o si no ocurría así, ya veríamos qué pasaba», apunta Iván Rincón, profesor de la Escuela y comisario de la exposición.

Lo que se ve en la secuencia de piezas de la más diversa índole -aglutina desde arquitecturas mínimas y domésticas, hasta vivienda colectiva, edificios singulares, restauraciones y paisajismo- «es una mayor preocupación por la responsabilidad social», al darse cuenta este arte de que se necesitaba esa vertiente de una arquitectura «más responsable tanto con el medio ambiente como con la propia sociedad que la promueve».

¿Y en qué medida ha contribuido a ello la formación de la Universidad de Valladolid? «De forma notable», sentencia el comisario, y prueba de ello es el «choque de realidad» que supone esta muestra, cuyas piezas, al estar por orden cronológico, radiografían muy bien los derroteros que tomó este arte durante la época de crisis .

La Escuela de Arquitectura -la única de carácter público en Castilla y León- fue la cuarta de estas características en crearse a nivel nacional (tras las de Madrid, Barcelona y Sevilla) y desde la entidad defienden la impronta que han dejado en las ciudades que han podido intervenir sus egresados. «Valladolid le debe mucho a esta Escuela», destaca su actual director, Darío Álvarez. No en su conjunto -las cicatrices que dejó el desarrollo industrial de los 60 y 70 son difíciles de curar-, pero sí a través de intervenciones aisladas -algunas de ellas presentes en esta exhibición tales como la rehabilitación del Antiguo Matadero -ahora Laboratorio de Artes Escénicas-; el Vivero de Empresas; el Centro de Recursos Naturales; la Casa de la India o el edificio que acoge la sede del CES y de la Federación Regional de Municipios y Provincias, junto al Puente de Hierro, en la ribera del río Pisuerga-: «Son obras que han ido introduciendo cierto sentido de cultura arquitectónica en Valladolid», señala Darío Álvarez, recordando que esto es más común en los países nórdicos, donde gusta «la buena arquitectura, de su tiempo, sin grandes alardes, correcta, limpia y funcional». Son algunos de los rasgos comunes que unen pese a la distancia en el tiempo proyectos tan dispares como las naves que aglutinan el Centro de Empresas e Innovación de Castilla y León en el Parque Tecnológico de Boecillo y el Museo de las Villas Romanas de Almenara-Puras -ambos, de los 90- a las recientes Future Towers (2018) realizadas en la India por el prestigioso estudio holandés con presencia en medio centenar de países MRVDV, del que forma parte el ex alumno José Ignacio Velasco Martín.

Entre los casi 80 proyectos también se puede ver en la exposición algunos que no han estado exentos de polémica, como la pasarela peatonal y ciclista que une el barrio vallisoletano de Villa de Prado con el parque del cerro de Las Contiendas. El comisario incide en que "muchas veces estas controversias «son casi más de índole política que arquitectónica». En cualquier caso, es consciente de que «cualquier resultado final siempre puede tener un grado de polémica porque «es muy difícil que haya una solución a gusto de todo el mundo», pero también advierte que «la arquitectura se ha construido con proyectos que no gustaron a todo el mundo, pero luego el tiempo es el que criba, demuestra su funcionalidad y su responsabilidad tanto social como con el medio ambiente».

Darío Álvarez destaca la «capacidad todoterreno» de los egresados. En esta afirmación coincide el comisario: «Su formación, de carácter generalista, les hace tener una visión muy global de lo que es un proyecto arquitectónico, un papel importante que en los estudios internacionales asume el ‘poject manager’», responsable de un equipo multidisciplinar. Esta formación se traduce en trabajos rigurosos, dispuestos a resolver los problemas del momento y alejados de la llamada «arquitectura espectáculo o de autor». Un modo de hacer que el propio Darío Álvarez plasma en la presentación de la exposición que hace en el catálogo al hablar de cómo la Escuela ha pretendido en sus 50 años de vida «enseñar a hacer Arquitectura con mayúsculas, buena arquitectura entendida desde el orden, la lógica y la razón, atendiendo siempre a tres principios básicos vitruvianos, utilitas, firmitas y venustas adaptados (utilidad, firmeza y belleza), adaptados al sentir de cada tiempo pero manteniendo un carácter universal».

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