Diego de Palafox

Música grande en la catedral de Toledo

El Festival de Música el Greco en Toledo ha culminado su programa de 2018 con «Ein Deutsches Requiem» (Un réquiem alemán ), interpretada por el Coro y Orquesta titulares del Teatro Real, con la dirección de Ivor Bolton

El Coro del Teatro Real interpretó «Ein Deutsches Requiem» en la catedral de Toledo Fundación de Toledo

Título: Ein Deutsches Requiem. Autor: Johannes Brahms. Dirección musical: Ivor Bolton . Director del coro: Andrés Máspero. Intérpretes: Coro y Orquesta titulares del Teatro Real, Elena Copons , soprano, y Michael Kupfer-Radecky , barítono. Lugar: Catedral de Toledo . Organización: Festival de Música El Greco en Toledo.

Si Dios, además de ser todopoderoso, es «todosensible», estoy seguro de que una lágrima de alegría le pondrá vidrioso el gran ojo cuando escuche «Ein Deutsches Requiem» (Un réquiem alemán), Op. 45 de Johannes Brahms, aunque este autor se declare agnóstico, cuando no directamente ateo.

El Festival de Música el Greco en Toledo ha culminado su programa de 2018 con esta obra cumbre de la literatura musical, interpretada por el Coro y Orquesta titulares del Teatro Real, con la dirección de Ivor Bolton, en la catedral de Toledo.

El Requiem de Brahms nada tiene que ver con los textos habituales de los réquiems, ni con la secuencia litúrgica tradicional de la misa de difuntos, ni con los ritos conocidos, ni con la estructura compositiva canónica. Sus propósitos no son litúrgicos, aunque se invoca el nombre de Cristo. El texto, más poético y emocional que angustioso, está extraído de la Biblia luterana, incluidos los  escritos apócrifos . La intencionalidad del autor más parece dirigida a calmar con su música a los vivos y servirles de esperanza y consuelo, que a recordar el descanso eterno para los muertos. Esto no quiere decir que se reniegue de la trascendencia, pero el compositor la busca y la encuentra en la propia música cargada de humanismo y de humanidad.

Si su estreno fue hace ahora 150 años en la catedral de Bremen, otra catedral, la de Toledo, ha sido, con su imponente espacio sonoro, el lugar donde alrededor de mil quinientas personas han podido escuchar esta obra maravillosa, sublime y monumental, compuesta para coro y orquesta, con la participación de soprano y barítono.

Este «Ein Deutsches Requiem» raro, esta magna obra, es, sin duda, uno de los símbolos artísticos con texto sacro (luterano) más importante que ha dado la historia de la música y uno de los más representativos del Romanticismo. Se trata de una obra sinfónico coral que, por sus dimensiones, podría catalogarse como gran cantata o pequeño oratorio. La partitura se presenta en siete movimientos, donde el coro es el principal protagonista y la orquesta, salvo en momentos clamorosos, parece tener menos protagonismo. Son muy importantes las intervenciones solistas del barítono y la soprano; sin embargo es la masa coral, en paralelismo con la humanidad, la que otorga sentido de unidad y grandeza a toda la composición.

La obras de arte, y esta es una de ellas, ocurren; y en la catedral de Toledo las obras de arte ofrecen una espectacularidad que impresiona. La emoción ante la belleza de esta música es la pura vivencia interior de lo que se escucha. En creaciones como la de Brahms, la grandeza espiritual y artística envuelven y conmueven. Y es que, si en algunos de los conciertos de la catedral, las condiciones en las que se desenvuelve el sonido robaba protagonismo a la música, con el réquiem brahmsiano pudimos comprobar que las naves elevaron la música y la reforzaron con su acústica grandilocuente y reverberante. Algo que supo aplicar Brahms a su composición y que el maestro Bolton acertó a poner de su lado, tomando siempre el tiempo necesario para que los finales de frase respiraran. Bolton levantaba su mirada especialmente en esos finales de sección, unas veces misteriosos y otras gloriosos, como buscando el eco de la música en los muros de la catedral. Debió de suponer un concierto muy especial para alguien como él, organista de formación, que dirigía frente al epatante órgano del emperador. Y quizá era allí donde perdía su mirada cuando sus oídos se abandonaban a la reverberación y sus manos respiraban con el coro.

La interpretación toledana de «Un réquiem alemán» también ha envuelto y conmovido a los mil quinientos asistentes que han ocupado los asientos disponibles en el único recinto toledano de gran capacidad, la catedral, (lo cual no deja de ser una ironía en la capital del mundo de la tres culturas y en la nación de don Quijote).

En un templo de las dimensiones de la catedral toledana es sabido que la percepción musical varía enormemente en función del lugar desde donde se vive el concierto. Si bien desde las primeras filas se escucha la definición en pronunciación del texto del coro y la articulación orquestal, las diversas voces de los vientos que construyen un acorde, etc., no ocurre esto mismo desde las filas de la mitad de nave hacia detrás: los sonidos se entremezclan y la reverberación se derrite entre las notas de nueva emisión de sonido, creando, sobre todo en los pasajes contrapuntísticos y fugados, un denso «soufflé sonoro» de difícil digestión. La actuación de los músicos ha sido correcta, bien llevada por Ivor Bolton, que parecía más atento al coro que a la orquesta, pero solo lo parecía. La soprano Elena Copons, que brilló con su musicalidad y agradable timbre y el barítono Michael Kupfer-Radecky, con cierto brillo, buen volumen y proyección (aunque los especialistas de la voz le pondrían alguna pega), han destacado su singularidad y han cantado con soltura, fuerza y naturalidad la portentosa música con la que dotó Brahms a sus pasajes. La acústica del recinto quizá ha sido la responsable de que en algunos momentos los sonidos de la orquesta, buenos en general, llegaran con cierta densidad y sin transparencia, y en los del coro sin la justa limpieza, algo emborronados, con una cierta superficialidad, que luego se abría con momentos deslumbrantes. Destacaría los pasajes en piano del coro, muy bien timbrado y empastado, y también el carácter misterioso y oscuro que contrastó con la brillantez y esperanza de las secciones en modo mayor, con algunas excepciones en las terminaciones consonánticas descoordinadas y la voz enaltecida de una sola soprano que sobresalía engolada por encima de las demás. Pero en conjunto ha resultado un concierto excelente.

El crucero de la Catedral Primada de Toledo ha rebosado de música. Ha sido ésta una buena ocasión para ver y escuchar unas formaciones musicales tan completas y tan extensas como el Coro Intermezzo y la Orquesta Sinfónica de Madrid, ambas titulares en el magno teatro madrileño. Es de agradecer que El Festival de Música el Greco en Toledo cada año luzca su programa con la intervención del Coro y Orquesta del Teatro Real de Madrid.

¡Ojalá! la cultura musical a lo grande no fuera cosa de una experiencia al año y para la poca o mucha gente que cabe un día en una catedral. ¡Ojalá! la música tuviera tanta vida como otros espectáculos superficiales y livianos que consumen los presupuestos y, también, de manera impostada, se hacen llamar cultura.

Esperemos que el Festival de Música el Greco en Toledo, una herencia que permanece de aquel año 2014, que hizo de la ciudad del Tajo un universo del arte, prosiga su marcha y crezca. Ha tenido años esplendorosos. Debe ir de más a mejor. Toledo necesita un gran festival que brille con luz propia, un festival más profesionalizado y con criterio, que mire lejos y que arrincone las improvisaciones. Las instituciones públicas y el mecenazgo privado tienen que colaborar necesariamente. La cultura con mayúsculas de una región como Castilla-La Mancha y de una ciudad como Toledo lo agradecerán.

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