Deportes

José Ángel de la Casa: «Hoy importan más las formas que el fondo. Todo se ha frivolizado mucho»

ABC entrevista al que fuera comentarista deportivo de referencia en TVE durante 30 años, que ahora es teniente alcalde de Los Cerralbos

José Ángel de la Casa juega con frecuencia al golf «por hobby y por necesidad, por el tema del parkinson» ANA PÉREZ HERRERA

JUAN ANTONIO PÉREZ

José Ángel de la Casa Tofiño (Los Cerralbos, 1950) es hijo de un barbero de un pueblo de 400 habitantes cercano a Talavera de la Reina (Toledo). También es, más bien fue, la voz del deporte en Televisión Española durante 30 años. En su currículum se lee que fue director de deportes del ente público entre 1996 y 2007, que estuvo en siete Juegos Olímpicos y en seis mundiales de fútbol , aunque no todo fue tan bonito.

En 1985, antes de la final de la Copa de Europa de fútbol entre el Liverpool y la Juventus, 39 aficionados italianos murieron aplastados en la grada del estadio belga de Heysel. «Después del partido, todo estaba cerrado. Bruselas era una ciudad fantasma. Esa noche no durmió nadie», recuerda. Casi 20 años después, en 2004, durante otro partido de Champions (un Roma-Real Madrid), notó un temblor en la mano y enseguida lo supo: párkinson. Su padre tuvo esta enfermedad y José Ángel no se ha escapado.

En 2007 un ERE en Radiotelevisión Española, del que salieron más de 4.000 profesionales, le prejubiló. Desde entonces se dedica a jugar al golf («por hobby y por necesidad, por el tema del párkinson»), a escribir («sobre recuerdos y personajes que he conocido, y que algún día puede ser un libro») y a cuidar de su finca en la que tiene plantados 1.000 almendros, higueras y un huerto. ¡Ah!, que no se olvide: desde 2015 es teniente alcalde de Los Cerralbos por el PSOE.

—Siempre digo que cuando me jubile quiero ser alcalde de mi pueblo. ¿Usted también lo tenía pensado?

—No, para nada. No tenía ninguna intención de ser concejal. Soy muy indisciplinado. Surgió porque vivo en Los Cerralbos. Un amigo mío, Pedro García Agüero, se presentó a alcalde y me pidió que lo ayudara. Me encargo de todo lo que son deportes, relaciones institucionales y algo de cultura.

—¿De qué manera le limita la enfermedad?

—Pues hasta ahora, gracias a Dios, en nada. O muy poco. Prácticamente hago la misma vida que hacía.

—¿Cómo el hijo de un barbero de un pequeño pueblo llegó a ser el comentarista deportivo de referencia de Televisión Española?

—En el pueblo tuvimos la suerte de que había un maestro con una gran preocupación social y trató de convencer a nuestros abuelos de que trabajar en el campo no era el único fin, que había otras áreas. A nuestros abuelos les costaba entender que sus hijos renunciaran a un jornal por irse a estudiar. Sin embargo, nuestros padres hicieron eso por nosotros y Los Cerralbos fue uno de los primeros pueblos en los que los jóvenes salimos a estudiar fuera.

A mí me concedieron una beca y me fui a estudiar al castillo de San Servando, en Toledo, donde entonces había un colegio. Allí estuve siete años. Cuando terminé el bachiller me fui a Madrid y no tenía muy claro lo que iba a estudiar, pero tenía un amigo cuyo padre era el conserje del Club Internacional de Prensa y a mí me parecía muy atractivo aquello. Todavía no existía la facultad de Periodismo. Estaban las escuelas de periodismo, de radiotelevisión y de cine. Yo hice radiotelevisión y fuimos la última promoción de la escuela, en 1973. Empecé a trabajar con Juan Antonio Fernández Abajo en la radio en 1974 y a la televisión pasé en 1976.

—¿En ningún momento le dio vértigo?

—Eso me lo planteé antes, con diez años, cuando me mandaron al internado a Toledo. Nos íbamos en septiembre y no volvíamos al pueblo hasta Navidad, y luego hasta Semana Santa. De pronto te subes en un autobús, te despides de tus padres y empiezas una nueva vida. Eso sí fue duro, y ahí sí que me planteé: ¿qué hago yo aquí?

—Su momento más famoso fue el gallo que le salió al cantar el gol de Señor en 1983, en el famoso 12-1 de España a Malta. Entonces se vendía como un éxito simplemente clasificarnos para una Eurocopa.

—España venía del Mundial de 1982, que fue un fracaso total. El mundo del fútbol estaba muy tocado y nadie confiaba mucho en la clasificación para la Eurocopa. ¿Qué ocurrió? Que teníamos que ganar por once goles en el último partido. Nadie creía en ello, y menos en el descanso que solo íbamos 3-1. A mí me llama mucho la atención cómo la leyenda del 12-1 continúa. Ahora me paran chicos que entonces no habían nacido y todo el mundo sabe qué hizo ese día.

Hace poco en Toledo, en un acto sobre el párkinson, estaba Juan Carlos Izpisúa, que es un genio, un científico (especializado en Biología del Desarrollo) que seguramente será Premio Nobel, y me dice: «¿Me puedo hacer una foto con usted? Es que me recuerda al 12-1 contra Malta». Y yo pensé: «Si tenía que ser al revés».

— Mientras usted narró los partidos de la selección, España nunca pasó de cuartos de final (salvo la final de la Eurocopa de 1984) y, sin embargo, siempre se decía que éramos favoritos. ¿Se creaban falsas expectativas?

—El fútbol se decide en los pequeños detalles. Una jugada cambia un partido. Cuando España gana el Mundial en 2010, antes del gol de Iniesta hay una jugada en la que el holandés Robben se queda solo ante Casillas y falla. En el Mundial de 1994 fue al revés: Julio Salinas falló y el italiano Baggio hizo gol. Ahora España ha dado ese salto cualitativo y está entre los cuatro o cinco mejores del mundo; antes estaba entre los ocho o diez. Estábamos siempre a punto, pero no llegábamos.

—El último partido que narró fue un España-Islandia (1-0) de la fase de clasificación para la Eurocopa 2008. La selección sufrió mucho para clasificarse, pero luego ganó el torneo. ¿Lo podía imaginar?

—En aquel momento no éramos referentes. Luis Aragonés dio con la tecla. En realidad, no imaginaba ese salto de calidad, pero el equipo ya tenía otra forma desde que nos eliminaron del Mundial de 2006. Con el 12-1 nació la generación que fue campeona de Europa.

ANA PÉREZ HERRERA

—Dice: «La tecnología lo cambió todo, nos hizo pensar que cualquiera puede ser periodista». ¿Hemos ido a peor?

—¿Tú qué crees? Totalmente. Hemos ido a peor en lo que era nuestro oficio. Nosotros nos hicimos periodistas porque nos gustaba estar en los sitios, y ahora todo se hace desde la redacción. Hoy todo el mundo informa, pero el periodismo es otra cosa. El periodista tiene una capacidad de análisis y un sentimiento crítico. Por ejemplo, yo nunca he retransmitido nada sin estar en el sitio.

—¿Por qué los periodistas, junto con los jueces, somos los peor valorados por la sociedad?

—No lo sé. Quizá porque importan más las formas que el fondo. Todo se ha frivolizado mucho. El otro día veía un telediario y durante diez minutos solo había sucesos. Antes, para meter una noticia de deportes en el telediario había que pelearse con Dios. Tú decías: «Esta noche juega el Madrid». Y te contestaban: «Bueno, ¿y qué? ¿Nosotros qué somos? ¿Anunciadores? Eso no es noticia».

—En 1994 usted propuso una tertulia en el programa Estudio Estadio en la que aparecían Di Stéfano, Garci y Manuel Alcántara.

—No tenía nada que ver con las tertulias de ahora. Lo hicimos un año y no es que saliera mal, pero empezaron con los recortes de presupuesto… Me acuerdo que, cuando Prisa compró la Cadena Ser, Juan Luis Cebrián dijo que en esa radio nunca habría una tertulia. Eran algo denostadas.

—En el periodismo deportivo de hoy todo es tertulia. ¿Imaginaba esta deriva? ¿Qué le parecen?

—Las tertulias empezaron con esos programas que hacía Nieves Herrero cuando mataron a las niñas de Alcácer y luego se trasladaron a la prensa rosa. Las tertulias están porque son el producto más barato que hay en la televisión. La raíz de todo es la financiación de la televisión pública. En todos los países del mundo occidental los ciudadanos pagan un canon por tener una televisión pública y en España nadie se ha atrevido. Antes se vivía de la publicidad, pero llegaron las televisiones privadas y no se resolvió el problema de la pública.

¿Qué ocurrió? La televisión se transformó. Alguien dijo: «Meto a gente en los platós y a hablar». Respecto a las tertulias deportivas, me parecen bien. Hoy veo poco deporte y, además, es que son muy tarde. ¿Si esas tertulias son periodismo? Las hacen periodistas, es el periodismo del momento.

—Le critican que era muy soso en las retransmisiones. ¿Eso es un elogio para usted?

—No lo tomo ni como elogio ni como crítica. Parto de la base de que para ver un partido de fútbol la gente queda en casa o en el bar con los amigos. Es un hecho social, y el locutor es el menos importante de la retransmisión porque te prestan atención solo de vez en cuando. Ahora, cuando hay dudas, recurren a ti. Tú estás para orientar, eres un apoyo, nada más. Porque si te pasas, terminan diciendo: «Baja el volumen a ese pesado».

—Pudo ser corresponsal en Nueva York.

—Cuando concedieron los Juegos Olímpicos a Barcelona, en la delegación de Nueva York había un corresponsal político y otro para el espectáculo. Pilar Miró, que entonces era la directora de Radiotelevisión Española, me dijo: «Deberíamos mandar allí a uno de Deportes, ¿te gustaría?». Me fui a Nueva York el verano de 1988 para probar y luego fueron los Juegos de Seúl. Al volver, me dijo: «¿Te animas?». Y yo la contesté que sí, pero a la semana siguiente la cesaron. Y ya nada.

—Tiene dos hijos y los dos son periodistas. Cuentan ellos que les pidió que no lo fueran. ¿Por qué?

—Me hubiera gustado que fueran médicos o ingenieros, no sé. Yo lo pasé en grande, pero les dije: «Si os hacéis periodistas es por vocación, no por lo que habéis vivido con vuestro padre, que es un caso excepcional. Ahora, si es vocación lo que tenéis, pues estupendo».

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