Imagen de Barrero (niño) con sus hermanos, en su colegio de Toledo
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ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (17): El sonido de la infancia

El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto

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De pronto le vienen a uno, como cuando llega el olor de un perfume o siente la caricia húmeda de la lluvia o el grito de una sirena en la noche, palabras de cuando era niño. Son palabras que se quedan en la piel, que mojan los sentidos o que estremecen. Palabras que salieron de los labios de una madre, del corazón de una tierra, del sentimiento de un pueblo llano y noble.

Laísmo de cristal, leísmo de plomo, loísmo de barro, terminaciones mutiladas, eses sin sal, esdrújulas de cartón. Palabras para mecer una mirada, para dormir un deseo, para acunar el llanto de un niño, para que la tormenta se aleje y la tijera del rayo no corte la seda de la mirada infantil.

Palabras sustantivas, inseparables del adjetivo del verano, fijas a las hojas verbales del otoño, fugaces copos adverbiales de nieve, lejana flor de una almendra amarga que el niño adivinada desde su soledad. Palabras como peces que saltaban, poniendo paréntesis de plata en el río del susto, palabras que al cocer quemaban en los labios. Jaculatorias como una ristra de ajos colgados en la cruz del pecado. Palabras donde la lengua se incendiaba al pronunciar el nombre del deseo.

Repito: «mazapán», «pachasco», «alhaja», «güitoma» o «gulusmero», «aljibe» o «roquete», «…que en el cielo estás escrita» o «He dormido esta noche en el monte» y viene tu madre cargada de poesía, vienen el barrio y la gente, agosto con la feria, felicidad e infancia. Y siempre hay un niño sentado en un balcón que mira, creyendo que es mudo. Hay palabras que guarda escondidas porque si las dijera podría ser quemado en la hoguera.

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