Trascendiendo el Covid

Los jardines de San Servando acogen la poesía de Jesús Maroto y el ensayo histórico de Antonio Casado

Presentación del libro de Antonio Casado

POR ANTONIO LÁZARO

De repente, la cultura en tiempos del covid se reinventa y da en explorar y descubrir nuevos ámbitos y formatos. Lo que permite escuchar, bajo la torre del homenaje de un viejo castillo templario, la grave voz de Maroto, todo un destello de lujo en un entorno sombrío, declamar de su poemario «De la inquietud»:

… ese depredador/que puede ser, depende del momento,/ cualquiera de nosotros.

O esto otro:

Pero no tengo respuestas,/solo versos./Solo versos tengo.

Y en Divino tesoro, formular su esperanza, su fe en la juventud y en el futuro. Más rezo que afirmación categórica:

Puede que salven la vida, pero ¿y el futuro? …. Ojalá.

Directa, como un buen rasurado, como una película de Buñuel, como un golpe de Cassius Clay, como un nenúfar en la superficie de un estanque estancado, la poesía de Maroto fluye con o sin pandemia pues en él (como ya hemos dicho en otras ocasiones) es más destino que oficio. Y aparece este ramo, esta selección gracias a que un editor atento y perspicaz, Jesús Muñoz de Ledoria , no podía dejar fuera de su serie de libros sobre este annus horribilis a la poesía. Maroto no pretende explicar nada, no crea a partir de nada, simplemente ha dejado que siguiera fluyendo la poesía a pesar del presente entorno distópico y busca, una vez más, la comunicación con sus lectores. Y que estos se emocionen. Como ha escrito el también poeta José del Saz Orozco, Jesús ha escrito estos poemas «con una sencillez admirable, con hondura infinita, con un dolor personalísimo».

Presentación del libro de Maroto

El editor recordó que el castillo de San Servando es localización muy principal del Poema del Cid, cantar fundacional de nuestra épica. Y como recordó el poeta, que cursó parte del Bachillerato en la actual Residencia/albergue, parte de sus juegos y escarceos juveniles se desarrollaron en esos mismos jardines.

Antonio Casado , bajo el mismo sello y en el mismo ámbito, invitó a un paseo cordial e intenso por el colorista Toledo del Greco ( «Toledo y sus gentes en el siglo del Greco» ). Pícaros, intelectuales, obispos, rufianes, caballeros y muchos literatos, salpican estas páginas que se leen con pasión y amenidad. El fervor toledano y la profesión bibliotecaria del autor sin duda lo enriquecen. Tuvo la deferencia de acompañar a autor y editor la alcaldesa de Toledo, Milagros Tolón , que fue compañera de carrera de Casado. Su disertación fue todo un canto de apoyo a la cultura: «la cultura ha derrotado al virus», llegó a decir. Y habló, en efecto, de jazz y de poesía, de tantos eventos que desafían la tiranía de este insidioso y pánico virus. Como el cine de Feciso que arranca de la mano de Tito Cañada estos días o el Festival de cortos, liderado por Javier Perea, que fue hace poco. Todos eventos soportados (como dicen los ingleses) por nuestro Ayuntamiento. Los hechos confirman las alentadoras palabras de la primera edil toledana. Y deberían servir de acicate y ejemplo al resto de administraciones decisivas en cuanto a política cultural en nuestro país. La cultura necesita en España más atención pero, ante todo, más presupuesto que nunca.

Por citar solo uno de los sabrosos ejemplos que Antonio Casado nos propone y viene al caso. De la «Comedia Selvagia» extrae el consejo del Gran Capitán para la toma de Orán: los tres en número. Esto es lo que hace falta: primero, dinero; segundo, dinero, y tercero, dinero.

El Toledo del Greco es el mismo de Lope, el de Cervantes y el del artificio o ingenio de Juanelo (verdadera atracción internacional, la Torre Eiffel de la época). Un Toledo magnificiente y espléndido. Tanto como para acoger, adelantándose a Madrid, a la Corte, donde Velázquez no pasó de ser un significado funcionario palatino, a un pintor proveniente de la Academia romana de San Lucas, en la que los artistas se habían encumbrado social e intelectualmente desde la categoría artesanal. Toledo, que había sido el crisol donde se gestó la mejor literatura en castellano desde el XV (La Celestina, Jorge Manrique, Garcilaso, los Arciprestes), se prolongó literariamente en la picaresca, San Juan, Cervantes o Lope. Y todo esto lo recoge con amenidad y perspicacia el ensayo de Antonio. El Lazarillo, que yo propuse se debía denominar del Tajo, fue obra de un descendiente de judeoconversos y muy probablemente criptoalumbrado. No menciona el autor otra célebre novela picaresca, «Vida de Gregorio Guadaña», del conquense Antonio Enríquez Gómez, En su viaje de Sevilla a Madrid, el personaje entra a Toledo significativamente por la puerta del Cambrón o de Judíos.

La controvertida familia del Greco apenas aparece en este libro, más centrado en el entorno social, político y cultural. Tengo en la mayor estima a Jorge, su hijo, gran arquitecto (lo que nunca alcanzó a ser su padre), autor entre otras fábricas del espléndido palacio municipal de nuestra ciudad. Y capaz de escapar en su obra pictórica al influjo vampírico de su genial progenitor. Creo que Jorge Teotocopuli se merece amplio estudio y reconocimiento.

Poesía, historia, la vanguardia del Greco (imperecedera y siempre joven como las Coplas de Manrique), toda la grandeza imperecedera de Toledo y su cultura en sendos atardeceres deslumbrantes sobrevolando el arriscado Tajo. Maroto y Casado, Casado y Maroto. La sensibilidad y buen criterio del actual director de San Servando, Carlos Rodrigo, han hecho posible el retorno de la auténtica cultura a un espacio que, bajo los nombres de San Servando o San Cervantes, tanta literatura ha generado y contemplado, sobre todo en los siglos áureos.

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