Teodoro Delgado, ilustrador para la España turística de los 40

Dibujante y cartelista de Campillo de la Jara

A partir de los años sesenta, Teodoro Delgado se prodigó en la ilustración de clásicos de la literatura universal, como «El Quijote», «Ana Karenina» o «David Coperfield»

Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN

La promoción de las posibilidades turísticas de nuestro país ha sido una de las constantes en la publicidad institucional española desde que hace más de un siglo, en tiempos de Alfonso XIII , se constituyese la Comisaría Regia de Turismo. Su testigo fue asumido en 1928 por un Patronato Nacional, organismo que impulsó la construcción de paradores en lugares singulares de nuestra geografía, como la sierra de Gredos, y albergues de carretera como el de Manzanares, inaugurado en 1931.

Para su labor de difusión el Patronato, cuyo empeño fue continuado por la II República, editó numerosos libros y carteles divulgando lo mejor de nuestro patrimonio, contando con la colaboración de destacados artistas plásticos y fotógrafos. Uno de estos libros, publicado en 1930, fue dedicado a la ciudad de Toledo, estando ilustrado con imágenes de Rodríguez, Aldus, Loty, Ramos y Moreno .

No había concluido aún la Guerra Civil, cuando desde el bando franquista se apostó por la recuperación de los visitantes a los territorios controlados por sus tropas, ofertando las denominadas «Rutas de guerra por España», girando visitas a lugares como San Sebastián, Bilbao, Santander, Gijón u Oviedo, donde aún se podían ver las huellas de la «epopeya» bélica que se estaba librando en nuestro país. Dentro de esa estrategia también se publicó un cartel propagandístico mostrando las ruinas del Alcázar

Durante los años cuarenta, y a través de la Dirección General de Turismo, cuyo titular fue el abogado y periodista Luís Antonio Bolín y Bidwell, el Régimen no regateó esfuerzos para publicitar turísticamente a España, con la doble finalidad de conseguir la llegada de divisas a las exiguas arcas nacionales y ofrecer al mundo una imagen distinta a la que se tenía de un país destruido por la guerra y alineado políticamente con los fascismos. Uno de los pilares de esa estrategia fue la edición de numerosos carteles, promocionando atractivos como los deportes de nieve, las playas, el alpinismo, el folklore y la arquitectura popular. Para su confección se recurrió a ilustradores de reconocido prestigio como Josep Morell, Ricardo Summers Isern («Serny») o el toledan o Teodoro Delgado.

Teodoro Delgado López había nacido en Campillo de la Jara en 1907. Cuando tenían once años, su familia se trasladó a Madrid, donde al poco tiempo falleció su madre, Andrea, quedándose su viudo, José, al cargo de seis hijos. Teodoro comenzó a trabajar como botones en la cervecería «El oro del Rhin», que abría sus puertas en la popular plaza de Santa Ana, donde, según declaraciones propias, llenaba sus veladores garabateando «monos».

El local, en pleno centro del Madrid bohemio, cerca del Ateneo y del Teatro Español, era frecuentado por numerosos artistas y literatos. Uno de aquellos clientes era el dibujante Germán Pérez Durías, quien tomó como ayudante al joven Teodoro, dándole la oportunidad de desarrollar su afición por las artes plásticas que de manera autodidacta practicaba en el Casón del Buen Retiro , a la vez que mandaba historietas a algunas publicaciones, como la revista satírica «La Risa».

Apenas contaba veinte años cuando ya estaba inmerso en el mundo de la ilustración publicitaria, siendo reconocido y premiado en certámenes convocados por entidades madrileñas tan destacadas como el Círculo de Bellas Artes, seleccionándose obras suyas para anunciar sus reconocidos bailes de máscaras. La obligación de cumplir el servicio militar le llevó a Barcelona y luego, ansioso por conocer mundo, estuvo en París, México, Venezuela y Argentina . A su regreso, Teodoro Delgado ya tenía un reconocido prestigio que le abrió las puertas de «Blanco y Negro» y «ABC» para incorporarse a su excelente nómina de ilustradores. En 1929, junto a Bengoa y Cristino Soravilla, había creado «Jeromín», revista semanal para niños que dos años después fue adquirida por la Editorial Católica. Por entonces sus carteles anunciadores de bailes, corridas de toros y festejos ya eran conocidos y celebrados.

El eco de sus éxitos llegó también a tierras toledanas. En febrero de 1934, en las páginas de «El Castellano» se destacaba que tras las «hieles del dolor, el trabajo y el sacrificio», Teodoro estaba saboreando las «mieles del triunfo». Al mes siguiente, en las salas del Casino de Artistas e Industriales, se mostró una exposición suya de oleos, carteles y dibujos iluminados. Su junta directiva le realizó un encargo para anunciar el festival que se celebraría el día de San José con motivo del sesenta y tres aniversario de la fundación de la entidad.

El cartel realizado representaba a una pareja de danzantes, diciéndose en «El Castellano» que tenía «la euritmia cadenciosa de una rima de Bécquer», evocando a los hombres que un buen día decidieron crear un hogar común, el Casino, para congregarse, conocerse, ayudarse y ser útiles a la ciudad. Con motivo de esta exposición, el periodista Tomás Rodríguez, «Teerre», le entrevistó para el diario antes mencionado, recordando él sus inicios artísticos y expresando su deseo de volver a mostrar sus obras en la ciudad, para que sus seguidores toledanos fuesen quienes le censurasen «si me atasco o me amanero» o le aplaudiesen «si avanzo y triunfo», considerando tales actitudes como «el más poderoso aliento para mi obra».

Al igual que ocurrió con todos los colectivos profesionales de nuestro país, la Guerra Civil supuso un desgarro en el excelente grupo de ilustradores que enriquecían el panorama periodístico y editorial de España. Unos, como Renau, Bartolozzi, Castelao o Bartolí, se alinearon con la República, mientras que figuras como Sáenz de Tejada, Jesús Olasagasti o T eodoro Delgado se situaron en el bando de los sublevados. Todos pusieron su talento al servicio de la causa que defendían, creando centenares de carteles que constituyen uno de los patrimonios artísticos y documentales más importantes de nuestra historia reciente.

Tras la victoria de Franco, Delgado figuró entre la nómina de asiduos dibujantes en las publicaciones alentadas por la Falange, como «Vértice», «Flechas y Pelayos« o «Y», presentada como revista de la mujer nacional sindicalista. Realizó, además, portadas para escritores como José María Pemán y reanudó sus colaboraciones con «ABC», «Blanco y Negro» y otras cabeceras.

Entre 1941 y 1945, junto a otros destacados ilustradores, participó en la edición de carteles promocionales editados por la Sección de Propaganda de la Dirección General de Turismo, firmando algunos trabajos que, por derecho propio, figuran en la antología de la gráfica publicitaria española, como los dedicados a Málaga y a las playas andaluzas. Vistos ochenta años después, estos afiches conservan especial atractivo y «modernidad», siendo casi imposible imaginar que estaban invitando a disfrutar de un país asolado por la posguerra, ahogado económicamente por el aislamiento internacional y sometido a una férrea dictadura. Otra de sus obras más populares de entonces fue el libro «Trajes de España» con textos del marqués de Lozoya.

Durante la década de los años cincuenta, Delgado fue decantándose más por la pintura y la ilustración de grandes obras literarias como «El Quijote», «Cándido» de Voltaire, «David Coperfield» de Dickens, «Ana Karenina» de Tolstoy, «El vientre de París» de Zola o una Biblia editada por EDAF. Sus exposiciones contaron con gran éxito de público y crítica. Pese a ello, no abandonó sus colaboraciones con las publicaciones de «Prensa Española», siendo muy celebradas las ilustraciones realizadas durante el juicio del renombrado «crimen de Jarabo», en 1959.

Teodoro Delgad o falleció en junio de 1975 a la edad de sesenta y ocho años. En el momento de su muerte, en las páginas de este diario se significaba que su nombre era «sinónimo de honradez profesional y de arte depurado». En su pueblo natal, Campillo de la Jara, una calle lleva su nombre. Y en 2010, Carlos Boves, heterónimo de su hijo Carlos, publicó el libro «Teodoro Delgado: forja de lápiz y papel». Parte de su obra gráfica se conserva en el Museo ABC de Dibujo e Ilustración de Madrid.

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