Los amores oscuros en el Teatro de Rojas

Emoción a raudales

Por ANTONIO ILLÁN ILLÁN

Los amores oscuros es mucho más que la teatralización del último amor de Federico García Lorca. Es la historia de un silencio y una pasión contenida, la de Juan Ramírez de Lucas . Es la vida, el triunfo y la muerte de Federico. Hay poesía, música, canciones, drama, sueños, realidades, pasiones, tragedia y mucha sensibilidad.

El espectáculo es el resultado de convertir en texto dramático la novela de Manuel Francisco Reina del mismo título, con una dramaturgia imaginativa que resuelve muy bien lo narrativo y abre muchas otras ventanas al recuerdo y a las diversas realidades de los dos protagonistas de la historia de amor, apasionado y luego frustrado: Federico García Lorca y el albaceteño Juan Ramírez de Lucas.

Vida y cultura . Memoria histórica recuperada tras largo tiempo mantenida en la oscuridad. El último amor, el amor secreto del poeta granadino y universal, se hace teatro, se hace luz sobre las tablas, y emociona hasta la lágrima a cualquier persona con sensibilidad.

«Yo fui el último amor de Lorca y tal vez, la razón de su muerte». La frase demoledora, pasional, dolorosa y sincera, de Juan Ramírez de Lucas , se oye en el teatro puesta en boca del actor Antonio Campos, que asume el reto de encarnar y dar voz a aquel joven, que se fue a Madrid con 17 años, que conoció al autor granadino y que no pudo irse con él al extranjero, a México, como era el plan, porque Ramírez de Lucas, con 19 años, era menor de edad y necesitaba el consentimiento de su padre. Y también se mete en el cuerpo ¡y de qué manera! del Juan Ramírez anciano, que va dando cuenta de su luminoso encuentro con el poeta. No pudo ser. Por eso Lorca se fue a Granada. Y luego pasó lo que pasó, el asesinato, el “dale café, mucho café”, la muerte y el enterramiento en no se sabe qué tierra entre los olivos. Ramírez de Lucas vivió 70 años más en silencio, sintiendo como propia la tragedia de su amante. Falleció en 2010, y no contó su historia hasta los momentos finales de su vida.

Lorca había escrito: “Aquel rubio de Albacete / vino, madre, y me miró / ¡No lo puedo mirar yo! / Aquel rubio de los trigos / hijo de la verde aurora / alto, solo y sin amigos / pisó mi calle a deshora (...)”.

El silencio y la conciencia de culpa de Ramírez de Lucas están muy bien representados en la obra. Pero sobre las tablas hay vida y literatura. La historia se cuenta en un doble plano: el real y el onírico, el secreto guardado que se manifiesta y los recuerdos de juventud. También aparece lo poético, lo lorquiano, lo simbólico, bien traído por la música de José Luis Montón a la guitarra y Clara Montes al cante.

La dramaturgia nos proporciona un espectáculo bello y rico en recursos. La escenografía enmarca con su buen hacer tecnológico lo que se cuenta o se representa o se vive o se sueña; en primer plano, unas veces, como difuminado a través de un tul, otras. Por momentos todo parece sencillo e íntimo y en otros, colorista y barroco (como la escena y muerte del poeta).

Antonio Campos encarna un Ramírez de Lucas prodigioso, tanto en el primer plano de la vejez como en la evanescente juventud, en un complejo cambio de registros. Alejandro Valenciano interpreta un Lorca muy lorquiano, con ese desparpajo epatante que tenía el gran poeta perdido. Ángeles Cuerda, que triplica personajes (la Argentinita, Margarita Ucelay y la secretaria del “Rubio de Albacete” ya viejo), ofrece una lección de interpretación desde la sencilla naturalidad o la más natural sencillez.

En el espectáculo es esencial la música; y ahí surge el cante de Clara Montes, maravillosa de voz y gesto, junto a la exquisitez de la guitarra de José Luis Montón; además de actuar, dan vida a los sentimientos de los personajes, aportan dramatismo o intimismo y recrean el mundo poético de Lorca, con poemas musicados del granadino, otros de Manuel Falla, canciones populares y textos rescatados tras años de censura por entenderse homoeróticos. Las canciones están muy sabiamente elegidas para acompañar las situaciones vitales de los amantes y los diferentes estados de ánimo por los que pasa su relación.

Juanma Cifuentes ha hecho encaje de bolillos para que este espectáculo poliédrico esté perfectamente equilibrado. Todo casa, incluso la luz y la penumbra. Y todo lo resuelve con racionalidad manifiesta, incluso alguna escena que debiera ser considerada normal, pero que a alguien todavía le puede parecer atrevida.

El espectáculo teatral no es un entretenimiento, es una verdadera emoción. Está muy bien que una producción castellano-manchega, de Albacet e, levante este monumento de la palabra, de la historia, de la vida, de las emociones, de los sentimientos y de la cultura en el inicio del ciclo de primavera del Teatro de Rojas. El público aplaudió con ganas, y si las palmas decayeron solo fue porque la mano se fue al bolsillo a buscar el pañuelo, las lagrimillas de la emoción rebosaban los párpados.

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