Escuchando a los sordos

A sus 25 años, un implante coclear ha cambiado la vida de Marta. Pero reclama mejoras que ayuden en su día a día a un colectivo con miles de afectados en Castilla-La Mancha

Los cines del centro comercial Luz del Tajo no disponen de bucles magnéticos H. Fraile

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Es 11 de octubre de 2013, viernes. Concierto de Rozalén en el Círculo de Arte Toledo, un café por el día y un local de copas por la noche. A Rebeca le brotan las lágrimas. Ella es sorda y es la primera vez que acude a un concierto. Escucha la voz de la cantante albaceteña perfectamente. No es un milagro. Rebeca lleva audífonos y un bucle magnético sobre su pecho, lo que permite que la onda sonora vaya directamente a su prótesis auditiva, aislando todo el ruido ambiental. También en el concierto hay una intérprete de signos, contratada por Rozalén, y pantallas con subtítulos para los sordos que acuden. La actuación es totalmente accesible gracias a la Asociación de Padres y Amigos de Niños Deficientes Auditivos de Toledo (Apandapt). Pero es solo un espejismo.

15 de febrero de 2020. Marta tiene 25 años y es sorda. «De Rozalén —dice— valoro mucho que incluya intérprete de lengua de signos, porque acerca la música a las personas sordas». Siempre llevó audífonos hasta que hace un año y medio le colocaron un implante coclear, lo que ha mejorado su audición y su lenguaje .

Vive con su familia en Toledo, una de las ciudades mejores posicionadas en accesibilidad según un estudio de la consultora Idencity publicado recientemente. Desde su casa, ella responde a las preguntas de ABC por teléfono con la ayuda de su hermano, José Manuel. Marta no puede seguir una conversación al otro lado del auricular. Solo oiría ruidos y, quizá, identificaría alguna palabra suelta.

Películas sin subtítulos

Curiosamente, Marta echa en falta en su ciudad lo que a Rebeca le permitió emocionarse cuando escuchó a Rozalén: pantallas con subtítulos y bucles magnéticos en el cine y bares, o una intérprete de signos en el teatro. « Cuando te paras a pensar, los sordos tienen muchas barreras », admite José Manuel.

A su hermana, con certificado de discapacidad, le encanta el cine, pero en las salas del centro comercial Luz del Tajo, en el barrio de Santa María de Benquerencia, no hay bucles magnéticos ni las películas tienen subtítulos, excepto los martes. Ese día va acompañada de su hermano a la sesión en versión original con subtítulos en español. Y Marta es feliz como una perdiz. «Aunque el audio es en inglés, yo me sacrifico por ella », desliza José Manuel, quien se lamenta de la falta de subtítulos en programas de televisión.

Cuando camina por las estrechas calles del casco viejo de la ciudad, como las de Alfileritos o La Plata, la hermana de José Manuel va con un ojo delante y otro detrás. El silencio de los coches híbridos y eléctricos es un peligro constante para ella. «Para el medioambiente está muy bien, pero para mí...», responde Marta, aunque no se le ocurre una solución a bote pronto.

Más tranquila viaja en los autobuses urbanos, que disponen de pantallas —también en las paradas— que le permiten estar informada sin pedir ayuda. «No tengo problemas», afirma feliz la joven, que terminó un módulo sobre laboratorio químico y está a la espera de que le salga un trabajo.

Antes estudió en el colegio madrileño Tres Olivos, especial para sordos, del que tiene un gratísimo recuerdo. « Detrás de una buena nota había mucho trabajo y esfuerzo ; por mi parte y por parte de mis padres, sobre todo de mi madre desde que era niña, porque lo que perdía en clase lo tenía que recuperar en casa», explica agradecida.

Mientras espera un empleo, cuenta los días para visitar el nuevo hospital de Toledo. Quiere comprobar si se acuerdan de los sordos. Porque ella, a sus 25 tacos, debe ir todavía acompañada al hospital y a su centro de salud, en el barrio de Santa Bárbara. En esos lugares no hay ninguna pantalla u otro dispositivo visual que anuncie que ella es la siguiente en la lista. « El médico o la enfermera te citan por voz », se queja.

No sabe si en los museos de Toledo hay algún sistema que sí haga accesible esos lugares de cultura para los sordos. El Sefardí presume en sus folletos de ser «pionero entre los museos de titularidad estatal» con una expositiva pensada para ciegos, con resto visual y para personas con discapacidad auditiva. Para estas últimas dispone de bucles magnéticos fijos en la taquilla del museo, donde las personas con problemas de visión pueden realizar la visita de forma «totalmente autónoma con el resto del público».

Un auditorio accesible

Poco a poco, la sociedad va tomando conciencia de los problemas que tienen las personas con sordera. A la puerta de Apandapt ha llamado una empresa de ingeniería para preguntar por las necesidades de las personas con déficit auditivo. Tiene el encargo de construir un auditorio en un pueblo de la provincia y quiere que sea totalmente accesible, también para sordos. «Es necesario instalar bucles magnéticos», resume Eva Abadía, encargada de atender a las familias en Apandapt.

Nadie está libre de perder oído severamente en cualquier etapa de su vida. «Hay adultos que pierden la audición y se convierten entonces en sordos, con lo que empiezan a aislarse porque no se enteran de nada en las conversaciones», ejemplifica Eva.

Además, la gente tiene la costumbre de no mirar a la cara cuando habla. Eso le sucede a menudo a Pilar cuando va a la compra . «Me impide hacer lectura labial y terminan gritando cuando saben que eres sorda —explica con la ayuda de su hija Laura—. Pero, cuanto más alto me hables, peor te entenderé;si tú gritas, pronuncias menos y peor lectura labial hago yo».

Luego están los sordos signantes, los profundos, que no llevan prótesis y que se comunican con lenguaje de signos o leyendo los labios. «En el teatro y el auditorio de Toledo podría haber señales luminosas que anunciasen el comienzo de una obra y uno o dos intérpretes de signos, lo que ayudaría a todo el colectivo», reclama Eva. Tampoco se olvida de pedir pictogramas, como los que reclama la gente con autismo en la ciudad , que ayudarían a los sordos signantes igualmente.

Un sordo en la comisaría

Eva y Marta también agradecerían que en todas las instituciones públicas, en Toledo y en toda la región, hubiera al menos una persona que supiera lengua de signos. Porque, por no haberlos, no los hay ni en los servicios sociales, critica Eva. «Que esas personas no tengan que ir al médico siempre con intérprete o acompañadas de un hablante», pide la representante de Apandapt, quien pone otro ejemplo: «Cuando a la comisaría de Toledo va un sordo a hacerse el DNI o a presentar una denuncia, debe ir acompañado porque no hay un intérprete para él».

Desde su asociación se organizan cursos de lengua de signos, que publicitan en varios colectivos, algunos relacionados con la seguridad y las emergencias. En la actualidad, solo hay un guardia civil, de la Comandancia de Toledo, aprendiendo lengua de signos, ya en el tercer y último curso. «Que no haya un intérprete en las fuerzas y cuerpos de seguridad es fatal —se expresa Eva—. O en un accidente de tráfico con una víctima que sea sorda, ¿cómo le das las instrucciones? En un incendio un sordo signante está vendido. Los bomberos, los sanitarios, la policía, la Guardia Civil... deberían aprender a manejar un audífono».

Como Rebeca con Rozalén, Marta aguarda paciente poder emocionarse en Toledo escuchando un concierto de Pablo Alborán o Lola Índigo, sus cantantes favoritos. «Escuchando y leyendo las canciones a la vez me es más fácil —dice—. Los dos me transmiten muchas cosas, también con el lenguaje corporal, que para nosotros resulta muy importante».

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