Alberto Sánchez como pieza de tierra

«Recuperemos su legado y saquemos a la luz sus obras en espacios llenos de cariño»

En la Casa de las Cadenas un viejo cartel recuerda que este edificio fue hasta hace 25 años el Museo de Arte Contemporáneo de Toledo, cerrado ahora a cal y canto. La familia del gran escultor Alberto Sánchez cedió a la ciudad 22 de sus obras, cuyo paradero se desconoce en la actualidad, como se denuncia en círculos culturales TERESA MUÑOZ PINILLOS

Por ALFREDO COPEIRO

Estoy en la biblioteca de la Escuela de Arte Toledo frente a estos folios. Valle Sánchez, periodista de este diario desde hace muchos años, cronista incansable de las diferentes manifestaciones culturales en Toledo y Castilla-La Mancha, me telefoneó hace unos días para invitarme a escribir un texto, «como tú quieras, Alfredo», me dijo amablemente, «con la extensión con que te sientas cómodo», sobre nuestro admirado, querido, añorado Alberto Sánchez, u olvidado para algunos, según el momento histórico. Acepté la invitación y se lo agradecí.

En 2017, «El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella», sin duda la obra más emblemática de Alberto, quizá una de las más importantes esculturas realizadas en nuestro país en el siglo xx por muchas y diversas razones, también por su universalidad, cumplió ochenta años. Como ochenta años asimismo cumplió Alcaén Sánchez Sancha, único hijo del escultor. Algunos lo celebramos. El domingo, 3 de diciembre de 2017, a las 12:00 horas, presentamos un libro colectivo homenaje a la citada escultura, con el mismo título que esta, que vio la luz en la colección «Desplazados» de la editorial Descrito Ediciones . Ese día nos reunimos alrededor de Alberto más de cien personas, ¡que son muchas en una ciudad como Toledo! Y lo sé porque el espacio en el que tuvo lugar el acto se abarrotó y porque me consta que, curiosamente, se vendieron alrededor de 80 ejemplares de la citada publicación.

Retrato de Alberto Sánchez por María Bisbal

Olvido

Estoy en la biblioteca de la Escuela de Arte Toledo y tengo delante un ejemplar del «Catálogo del Museo de Arte Contemporáneo de Toledo», editado en 1975, y otro del «Pabellón español. Exposición Internacional de París. 1937», editado por el Centro de Arte Reina Sofía en 1987. Ambos títulos los conseguí de segunda mano hace unos meses. En ambas publicaciones, Alberto Sánchez (Toledo, 1985-Moscú, 1962) ocupa espacios fundamentales entre sus páginas. En el primero, Alberto es la primera referencia que aparece catalogada en los fondos del Museo de Arte Contemporáneo de Toledo, el mismo museo que lleva cerrado más de veinticinco años y del que hoy podemos afirmar que, en realidad, no existe. En el segundo título, se habla de Alberto durante muchas páginas y su escultura «El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella» es un elemento principal de la cubierta del libro.

Salgo de la biblioteca de la Escuela de Arte Toledo. Cruzo la puerta principal del edificio y me dirijo a la plaza de Barrionuevo, que se encuentra a escasos cincuenta metros de distancia. Allí, en una esquina, me detengo un día más, otro, levanto la mirada y observo la copia a pequeña escala que se hizo de «El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella» hace unos años. Está demasiado lejos de mi vista, porque el granito sobre el que descansa es muy alto; también porque nadie colocó junto a la obra texto alguno que aclare de qué se trata, ni de quién es la autoría. Ningún tipo de información. Nada. Menos mal que hace poco retiraron el parquímetro que la ocultaba.

Caligrama de Alfredo Copeiro

Me siento en una terraza de esta maravillosa plaza a tomar un café. Vuelvo a ojear el catálogo del desaparecido Museo de Arte Contemporáneo de Toledo, ese que recuerdo vagamente visitar con mi madre de niño, y leo: «Mujer de la estrella», «Figura», «Minerva de los andes», «Toros ibéricos», «Casa del pájaro ruso», «Dama del pan de Riga», «Reclamos de alondra», «Maternidad», «Toro», «Mujer castellana», «Mujer castellana» (mismo título que la anterior), «La pareja humana», «Mujer», «Varón dinámico», «Mujer sentada», «Tres figuras», «Proyecto para una escultura», «Dos pájaros», «Dibujo», «Tres figuras», «Escultura para un puerto», «Tres figuras femeninas». Me pregunto dónde están. En realidad lo sé. Una parte en las salas de la antigua Biblioteca Municipal de Toledo, que ahora pertenecen al Museo de Santa Cruz. Otra, según las últimas noticias, en Ciudad Real. Me pregunto por qué. Parece como si alguien quisiera que «las estrellas» de Alberto, que su trabajo, el que hizo para el pueblo, no lucieran más.

La verdad es que el escultor y panadero no tuvo suerte. Y, sin embargo, cuentan que siempre fue una persona vitalista. No tuvo suerte porque su estudio del barrio de Lavapiés fue bombardeado en la Guerra Civil y se perdió la mayoría de las esculturas que había realizado hasta entonces. No tuvo suerte porque su obra más emblemática, la que daba la bienvenida a los visitantes del Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, y cuya réplica a escala saluda hoy a quienes visitan el Reina Sofía, acabó en paradero desconocido, probablemente también destruida. No tuvo suerte porque se vio obligado a exiliarse para siempre de su tierra, la que tanto quería, por la que tanto paseó. No tuvo suerte porque murió en Moscú y porque hubo ciertos problemas para enterrarlo en el cementerio Vvedénskoye de la capital rusa.

Porta del libro «El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella»

Estoy terminando el café en Barrionuevo y ahora ojeo la publicación sobre el Pabellón Español del Reina Sofía. Y leo que «la participación de Alberto fue mucho más amplia, trabajó duramente y sin descanso hasta que las obras hubieron finalizado e, incluso, permaneció allí después para terminar el montaje de la Sección de Artes Populares y realizar los cambios que fueran necesarios según iban llegando, con retraso, más materiales. Trabajó como un obrero más cobrando el mínimo que a todos se pagaba». Y sigo leyendo más adelante que «el carácter de Alberto, extremadamente optimista, jovial y trabajador, suponía un acicate continuo para todos los que trabajaban con él, siendo varias las anécdotas que, a este respecto, recuerdan cuantos coincidieron con Alberto en París. Renau recuerda sus cánticos de «enérgicas coplas toledanas». De estos días data también el entrañable cariño que Picasso profesó siempre a Alberto, pese a que nunca más volvieron a verse, debido al obligado exilio del escultor». Descubro que «la simpatía inmediata entre ambos artistas tuvo cierta influencia en el cambio experimentado en el carácter, inicialmente, poco colaborador de Picasso».

Pago mi café y cruzo la ciudad. Me dirijo a la «Cámara Bufa. Espacio de Arte Cultura y Contemporánea» que desde hace unos meses ayudo a dinamizar con exposiciones, conciertos y talleres a través de la asociación A HUESO , gracias a un acuerdo firmado con el Consorcio de Toledo para tal fin. Me dirijo allí, porque el pasado 4 de octubre inauguramos, a las 19:00 horas, la exposición «…A una estrella». Una muestra colectiva en la que participamos cuarenta y cinco personas para, una vez más, homenajear la escultura de Alberto y su imponente figura. Entro en el espacio, un lugar que, desde que lo volvimos a poner en marcha a nivel expositivo, me divierte pensar que es el «Polo Sur» del arte y la cultura contemporánea de mi ciudad. Y es que tiene un emplazamiento extraño o, por lo menos, difícil. Se encuentra en la escalinata que une el paseo del Carmen con la plaza de las Concepcionistas, o sea, en «las faldas» de Toledo. Además, en invierno es frío, por su propio carácter arquitectónico. Y, pese al compromiso y la colaboración del Consorcio de Toledo con la asociación, el arte y la cultura contemporánea, sería muy bonito que contase con más fondos para desarrollar y mejorar las actividades a las que llevamos dando forma durante este 2019.

Artistas y escritores

Paseo por la exposición y leo «Isabel Albertos, Pedro Benayas, María Bisbal, Javier Caboblanco, Pedro Cases, Antonio Cepas, Alfredo Copeiro, Ángeles de las Heras, Fernando Díaz Franco, Tomás Díaz Yuste, Andrea Ferrari, Jorge Gallardo, Diego G. García-Carpintero, José Ángel Jáimez, Fundación Kalato, Eduardo Molero, Teresa Muñoz Pinillos, Carlos Nombela, José D. Periñán, Julio Pinillos, Antonio Portela, Ángel Rodríguez Robles, Nacho Román, Carlos Sánchez, Andrea Santolaya, Subcoolture, Arantxa Rípodas, César Arroyo, David Parages, Enrique Sánchez Lubián, Federico de Arce, Fernando Rodríguez, Isidro Novo, Iván R. Cuevas, J. Luis Calvo Vidal, Javier Manzano Fijó, Joaquín Copeiro, Miguel Casado, Miguel F. Campón, Rafael del Cerro, Tomás García Lavín, Xisco Rojo». Guardo silencio. Y ahora, frente a las atractivas obras de estas mujeres y hombres, sujeto entre mis manos un ejemplar del libro que presentamos juntos en 2017 y leo uno de los textos que escribí en su interior: «No, no es Alberto, es el camino del pueblo español que conduce a una estrella. Una estrella que, a pesar de desaparecer en 1937 y de encontrarse en paradero desconocido, no se extingue, porque sigue siendo presente, tal y como la nombró Alberto. Una estrella de seis puntas que transgrede a la de cinco. Una estrella de tres dimensiones que nos permite que la rodeemos y la toquemos, y que no es inalcanzable, sino que es posible. Es Alberto quien nos propone, con esta obra, un camino, un horizonte, un propósito. Quien nos dice que serán nuestros actos, nuestras miradas y nuestros afectos los que, como su estrella de seis puntas atraviesa a la de cinco, también dejarán nuestra propia huella más allá de nosotros mismos». Y me gusta pensar que, a pesar de lo discreto del homenaje colectivo que le hacemos, Alberto, por lo menos, hubiera sonreído al ver esta exposición. ¡En la que hay hasta pan simulando su estrella!

Vuelvo a casa. Descanso. Y siento cierta emoción al pensar en lo que he vivido estos dos últimos años respecto al tema del que escribo. En realidad, siento diferentes emociones, porque la vida va de eso, ¿no?, de sentir las emociones que nos generamos y nos proporcionamos los unos a los otros. Vuelvo al libro que publicó Descrito Ediciones en 2017. Leo un intento de poemilla que dejé allí escrito, al lado de un dibujo, especie de caligrama, que también realicé para la ocasión y que, de alguna manera, fue el punto de partida de la publicación. Dice así: «EL escultor que detiene el espacio, / PUEBLO de pan sobre su espalda, / ESPAÑOL en la distancia rusa, / TIENE el gesto duro, / UN pensamiento claro,/ CAMINO con surcos rojos que marcan la mirada del exilio. / CONDUCE su silueta de alcaén / A un molde de arcilla. / UNA plaza iluminada te espera:/ ESTRELLA de muchas voces que no se apaga». Respiro y pienso en que las personas grandes, a las que es necesario hacerlas regresar, la mayoría de las veces cultivan la dignidad hasta el final. Y este es el caso de Alberto. Él no ha perdido su dignidad, porque, igual que él nombró su escultura en presente, su dignidad siempre está en nuestros campos y en los pensamientos de mucha de la gente que lo sentimos cerca. Alberto mantuvo su dignidad hasta el final. Allá lejos en Moscú, cultivó una de las profesiones más dignas de nuestra sociedad. Allá lejos imaginó su «Monumento a los niños». Allá lejos, en Moscú, donde está enterrado, Alberto fue maestro de los niños exiliados. Así que saquemos a la luz sus obras y coloquémoslas en espacios cuidados, llenos de cariño. Devolvamos la dignidad del maestro a los niños. Recuperemos su legado. Un legado tranquilo y sencillo, lleno de campo y aire. Plagado de «piezas de tierra», que era como denominaba el escultor las piedras y maderas que recogía del campo y que utilizaba como pedestales de sus obras: «Me tranquilicé. Procuré hacer una escultura más sencilla. Y ya no tuve inconveniente alguno en ir a buscar estas formas al campo, formas que encontraba muchísimas veces dibujadas por el hombre cuando labraba la tierra. En realidad, yo no hacía más que levantar esas formas de la tierra».

Espero, al fin, ahora aquí cerca, desde el escritorio de mi casa, que Alberto regrese pronto a Toledo. Escribo a Valle, le envío este texto y le agradezco la invitación de nuevo. Espero que Alberto regrese pronto, le digo. Al menos, como pieza de tierra.

Alfredo Copeiro, autor del texto, es profesor de la Esucela de Artes de Toledo y licenciado en Bellas Artes. Y pintor, ilustrador, editor y escritor
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