ENTREVISTA

Juan Diego Arroyo: «Hemos desarrollado cierta tolerancia hacia los impostores de nuestro tiempo»

Este escritor es autor de la saga «El puente de sal», que tiene a Toledo como uno de los escenarios principales, presenta su segunda entrega, «El tiempo evitado»

Mariano Cebrián

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Después de sorprender a los lectores con « El puente de sal », primer parte de una saga de ficción histórica con el mismo título, Juan Diego Arroyo (Madrid, 1972) ha regresado ahora con la segunda entrega, « El tiempo evitado » (Editorial Círculo Rojo). En ella, el escritor, músico de formación y artista plástico de vocación, vuelve a sumergirnos en la vida de Daniel, el protagonista, cuya vida experimenta el mayor giro de toda la trilogía, y Abraham, su antepasado toledano, que huye de la ciudad que lo vio nacer e inicia la mayor aventura de su vida. Ambas historias se van entrelazando con muchas otras en una continua sucesión de acontecimientos a caballo entre el siglo XV y la época actual.

Toledo vuelve a ser uno de los escenarios principales de la saga, aunque en esta segunda entrega pierde protagonismo. ¿Volverán en el futuro sus personajes?

Los hechos que acaecen en la ciudad de Toledo en el primer volumen desencadenan gran parte de lo que sucede en esta segunda entrega. De hecho, las referencias a lo ocurrido en aquellos días son constantes en la memoria de los personajes principales. Esta parte central de la trilogía se sumerge en el recorrido geográfico y vital de los dos protagonistas, cuyas vidas, separadas por quinientos años, confluirán y regresarán a sus orígenes, aunque de un modo que va a sorprender al lector.

En la novela, Daniel, que pasa a llamarse Emilio Bronte (en homenaje a la autora de Cumbres borrascosas), abandonó ya Toledo en su anterior entrega, pero sus antepasados judíos toledanos, Zaquías y Abraham, sí que parten de la judería de la ciudad, de la que son expulsados a finales del siglo XV. Teniendo en cuenta los hechos que narra, ¿no cree que el mito de las Tres Culturas no es más que eso: un mito?

Indudablemente. El mito de las Tres culturas que convivieron en completa armonía, en un ambiente de tolerancia mutua, es más un ideal romántico alimentado por determinada literatura y ciertos lobbies turísticos que una realidad. Nuestro país, que no hay que olvidar que pudo haber desaparecido como tal en el año 711, es el resultado de la herencia racial europea, la cultura y la lengua romana, la religión cristiana y el contacto secular con las otras dos religiones «del libro»: el Islam y el Judaísmo. Pero dicho contacto se produjo en el marco de un enfrentamiento permanente que dio lugar a violencia y división social. No debemos olvidar que, por poner un ejemplo, las aljamas eran una ciudad dentro de otra ciudad, separadas por una muralla y obligadas a pagar impuestos especiales a reyes y señores para obtener cierto grado de protección, y expuestas, pese a todo, a continuos ataques, expolios y toda suerte de desmanes. Hablar de convivencia en este marco sería vivir de espaldas a la realidad histórica. Un detalle que abundaría en que, más que convivencia, deberíamos hablar de coexistencia, en El tiempo evitado, el médico judío Zaquías, a pesar de gozar de ciertos privilegios por su condición y prestigio, vive su fe en absoluto secreto, necesita un permiso especial para atender a cristianos y siendo un hombre rico ni siquiera dispone de servicio doméstico en casa; de hecho, su único amigo y colaborador es un morisco, ya que a los judíos no se les permitía disponer de criados cristianos, entre muchas otras restricciones.

Supongo que la labor de documentación para contar tantos hechos históricos y costumbres pasadas y presentes habrá sido ingente. ¿Cómo ha sido ese trabajo para luego plasmarlo en la novela?

Se desarrolló en dos fases: una previa a la escritura y otra que discurría paralelamente al desarrollo de la obra. La primera fue una tarea de documentación más genérica que perseguía contextualizar y hacer verosímil la narración y los personajes, y me llevó cerca de tres años. La segunda la constituyeron un conjunto de volúmenes, manuales, mapas de distintas épocas y planos de ciudades que me servían de apoyo documental constante e indispensable a la hora de describir lugares concretos o situar a los personajes (unos ciento veinte en total) en unos escenarios que debían corresponderse con la realidad histórica y social. Este apoyo era imprescindible, no solo como base para la recreación de escenas, sino para cualquier detalle por nimio que fuese, desde si una calle de una ciudad discurre de una forma determinada, hasta cómo era la climatología en una región o qué caracterizaba una embarcación de una época u otra, cómo vestía un judío del siglo XV o un guerrero íbero o cartaginés, etcétera.

No sé si ha viajado a tantos lugares como los que aparecen en la historia (Atenas, Estambul, China, India, Bangladesh, etc.) o esto también forma parte de la documentación.

Posiblemente haya plasmado en mi obra un periplo tan amplio y variado como expresión de un deseo personal de visitar tantos y tan diferentes lugares, pero en realidad únicamente conozco unos pocos, el resto forma parte de la tarea documental; no obstante sueño con poderlos visitar y seguir los pasos imaginarios de Daniel y Beltrán, espero que con menos penurias.

Lo que sí sigue siendo el común denominador de los protagonistas de esta segunda entrega de «El puente de sal» es la lucha por la libertad y su huida ante los peligros que les acechan. ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Se resolverá algo en la tercera parte o habrá más historias en el futuro?

Creo que la fuerza de los personajes y su crecimiento no puede ser consecuencia de una vida placentera y sin sobresaltos. Si hay algo que determina su personalidad son los padecimientos que sufren. Las diferentes historias que se van entrelazando en el desarrollo de la trilogía comparten un denominador común: todos sus personajes viven tiempos convulsos y, por consiguiente, son producto de su época y circunstancias. Además, mi fascinación por la intrahistoria hizo que me sumergiera en las vidas de personas de lo más común, a quienes, sin embargo, también les pueden suceder cosas extraordinarias. Toda esta trabazón que va materializándose a lo largo de la obra tiene su culmen en la tercera y última parte, en donde se cierra el círculo, aunque, empleando terminología musical, acaba con una cadencia suspensiva.

Me he apuntado una frase muy significativa que el capitán del barco portugués, Paulo Simoes, le suelta a Abraham o Beltrán: «Vivimos tiempos de gran impostura, en los que nadie resulta ser quien dice ser». ¿Guarda esta afirmación algún paralelismo con la época actual?

Tanto Abraham como Daniel se ven empujados a reinventarse continuamente para mantenerse ocultos de quienes les persiguen, para lograr sus objetivos o, simplemente, para sobrevivir, de modo que el lector encuentra cierta justificación moral en sus actos. Supongo que en cualquier época podríamos encontrar ejemplos similares, otra cuestión es que podamos calificar sus actos como reprobables o no. El dilema moral que plantea el hecho de que una persona suplante la personalidad o la identidad de otra, se haga pasar por lo que no es o mienta en su currículum, debería tener un enfoque fuera del territorio de la ética. Ignoro si la época actual es la más competitiva de la historia, pero me da la impresión de que hemos desarrollado cierta tolerancia hacia los impostores de nuestro tiempo, encontrando en su forma de actuar una suerte de buena lid, en la que, ahora más que nunca, el fin justifica los medios.

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