Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado

Siempre los otros

Se puede ser digno, honrado, íntegro, coherente y a la vez comportarse como un energúmeno en un aeropuerto

Santiago Díaz Bravo
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Lo grave no es que quienes formen parte de un partido político actúen de forma reprobable, sino que el partido reaccione de manera inapropiada o, lo que es peor, ni siquiera reaccione. En tanto colectivos humanos, las organizaciones políticas se hallan permanentemente expuestas a toda suerte de conductas incorrectas, ilegítimas, amorales e ilegales por parte de sus miembros, máxime en un país donde la proliferación de administraciones y la existencia de todo tipo de organismos públicos hacen necesaria la dotación de un ingente número de dirigentes. A más cantidad, menor calidad, escasas posibilidades de control y mayor riesgo.

Por ello, lo preocupante no es que la jueza en excedencia Victoria Rosell, diputada de Podemos por la provincia de Las Palmas, protagonice un altercado en el aeropuerto de Gran Canaria

—dicho incidente, en cualquier caso, no deja de ser una majadería sin importancia—; lo que resulta relevante, y refleja a todas luces que lo nuevo no deja de ser un remedo de lo viejo, es la tibia reacción de su partido. Lejos de dejar un cierto margen al beneficio de la duda, sobre todo teniendo en cuenta que las grabaciones difundidas permiten concluir que, cuando menos, la diputada no ha aportado datos exactos sobre lo ocurrido, la reacción ha sido la de siempre: la culpa es del adversario.

Escudarse en la sempiterna persecución por parte de los otros, careciendo de prueba alguna que avale tal hipótesis, se ha convertido en una de las señas de identidad de la política patria. Los partidos asumen que sus correligionarios abrazan la perfección y que, por lo tanto, no cabe posibilidad alguna de que se quiebre su incorrupta armadura de servidores de lo público.

Si Podemos, y junto a Podemos, Ciudadanos, y junto a Ciudadanos las nuevas generaciones que piden paso en el PSOE y el PP, quieren diferenciarse de verdad de lo anterior, marcar un antes y un después con las conductas impropias que tanto daño han hecho a España y, sobre todo, recuperar la credibilidad de la propia clase política, el primer paso es reconocer la falibilidad de quienes se desempeñan en la gestión pública.

Se puede ser digno, honrado, íntegro, coherente y consecuente y, a la vez, tener un mal día y comportarse como un energúmeno en el control de un aeropuerto. Puede ocurrir, incluso, que ese mal día se repita con cierta frecuencia en el mismo lugar. Reconocerlo convertiría a los partidos en algo distinto a lo que son. Sin excepciones.

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