Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado

El pasado tan presente

Nos regodeamos con nuestras propias heridas

Santiago Díaz Bravo
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Durante la Segunda Guerra Mundial, la aviación alemana masacró la ciudad de Londres durante meses. Además de las bombas lanzadas desde el aire, impactaron en la urbe cientos de misiles que partieron desde la costa del continente. Alrededor de 50.000 civiles murieron directamente como consecuencia de los cruentos bombardeos, además de contabilizarse unos 150.000 heridos y la destrucción de un millón de viviendas. Una masacre en toda regla. Setenta y cinco años después, los ataques alemanes son un mal recuerdo que puede escrutarse con detalle en el Imperial War Museum. Y poco más.

No es que los alemanes sean los tipos más simpáticos para el común de los británicos, pero ni a un solo ciudadano, ni a un solo representante político, sea cual sea su color, se le ocurre recurrir a lo que acaeció ocho décadas atrás como arma política, ni siquiera en los numerosos enfrentamientos que protagonizan los gobiernos británico y germano como consecuencia de su diferente concepto acerca del modelo idóneo para la Unión Europea.

La situación contrasta sobremanera con la de España, donde aunque bien es cierto que la contienda se libró entre compatriotas y el dictador murió en la cama, si un extraterrestre aterrizase con su platillo volante en cualquier rincón del país, llegaría a la conclusión de que la Guerra Civil acabó hace, si acaso, diez años. En el país del todos contra todos, un conflicto bélico que terminó hace la friolera de 76 años y una dictadura que acabó hace 40 años siguen siendo uno de los debates principales, además de causa de enfrentamiento, entre fuerzas políticas por un lado y entre ciudadanos por otro. El extraterrestre tal vez piense que nos regodeamos con nuestras propias heridas, una suerte de disfrute masoquista.

La reciente demolición del denominado monumento a Franco en el monte de Las Raíces, en Tenerife, es una prueba más de esa página de nuestra historia que parecemos empeñados en leer a diario y, lo que es peor, seguir empleando como arma arrojadiza.

Y no es que las víctimas de la contienda y de lo que vino después no merezcan ser desenterradas de fosas y cunetas, por supuesto que lo merecen, ni tampoco que debamos simular que aquí no ha pasado nada, pero todo ello debe hacerse sin perder la perspectiva del tiempo y la medida de las cosas.

Que representantes de los ciudadanos e instituciones públicas dediquen buena parte de su tiempo a lidiar con asuntos que tristemente ocurrieron en este país, pero que hace ya mucho que ocurrieron, no deja de ser una situación anacrónica y hasta caricaturesca. El pasado es importante en la medida en que nos permite mejorar el presente y anticipar el futuro, pero resulta absurdo que lo convirtamos en un problema.

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