Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado

Yo, por mi José Manuel, mato

El PP canario podía haber optado por la discreción, incluso por mostrarse cariñoso con la boca chica

Santiago Díaz Bravo
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En política las formas son esenciales. Al igual que ocurría con la mujer del César, no basta con ser casto, sino que resulta imprescindible parecerlo. Por ello, el recibimiento entre vítores y aplausos que el PP canario le brindó al ex ministro Soria días después de haber dimitido, tras descubrirse su vinculación con una empresa ubicada en un paraíso fiscal, ha revelado hasta qué extremo a los dirigentes de dicha organización nada les importa más que ellos mismos.

El onanístico recibimiento, caricaturesco, similar al que los futboleros incondicionales dedican al delantero que ha simulado un penalty, a mitad de camino entre un culebrón empalagoso y una ópera bufa, evidenció un arraigado culto a la personalidad pero, sobre todo, que quienes han llegado a ser alguien se lo deben a quien decidió que lo llegaran a ser.

Y de bien nacidos es ser agradecidos, oiga usted.

Pero lo ocurrido va más allá de una mera cuestión de forma. El hecho de que los populares canarios se deshagan en cumplidos y gestos cariñosos hacia quien abandonó el Gobierno con la cabeza gacha, dejando tras de sí un reguero de contradicciones y dudas, adquiere un significado nada edificante en estos abruptos tiempos que corren: si alguien es ensalzado es porque se aprueba lo que ese alguien ha hecho. Es más: se le otorga patente de corso para que lo vuelva a hacer.

Se trataba de tomar una decisión. Y se tomó. El PP canario podía haber optado por la discreción, incluso por mostrarse cariñoso con la boca chica, como una madre que no puede negar lo mal que se ha portado su hijo pero no disimula que, a fin de cuentas, está obligada a quererlo. Sin embargo, optó por escenificar una suerte de recibimiento al mesías pródigo que regresa a casa tras resultar vilipendiado por las fuerzas ocultas del universo. Pobrecillo José Manuel, con lo que nosotros lo queremos y lo mal que le han dado de comer.

En sus últimos días en Madrid, consciente de la que se avecinaba, el líder de los populares canarios acaso guardase en sus adentros la esperanza de que al menos los suyos, los de siempre, sus incondicionales en el Archipiélago, le recibieran como se merecía. A fin de cuentas, los había puesto donde están para aplaudirle en las buenas y en las malas. Y ellos, obedientes cual lacayos agradecidos, no lo dudaron ni un instante. Yo, por mi José Manuel, mato.

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