pincho de tortilla y caña

El otro virus

Está en juego no solo parar al virus sino también bajar del ensueño revolucionario a los descerebrados que pretenden llevarnos de nuevo al paraíso comunista

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Pedro Sánchez, ayer en rueda de prensa en La Moncloa Efe
Luis Herrero

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No parece que Pedro Sánchez esté por la labor de someterse a ningún control. Ni al político ni al sanitario. El hombre parece haber descubierto que hay dos abracadabras que le permiten abrir cualquier puerta: «actividad esencial» e «interés general». La invocación del primero le permite saltarse el confinamiento domiciliario -y en su caso la cuarentena- para dejarse ver en Móstoles, escoltado por los servicios de propaganda de Moncloa, animando a los empleados de una fábrica de respiradores. Ahí tienen el titular que buscaban sus lameculos: Sánchez, a la cabecera de la resistencia cívica. Y también del discurso esperanzador: «Venceremos al virus mucho antes de lo que esperamos y prevemos». Y lo más asombroso es que se permite el lujo de decirlo, además, apelando a los valores de la ejemplaridad y la determinación. Hay que reconocer que los tiene más grandes que el caballo de Espartero. ¿Ejemplaridad? ¡Pero si él se pasa por el arco del triunfo las normas de aislamiento que impone a los demás! ¿Determinación? ¡Pero si ha convertido su actividad política en una prueba de slalom gigante! Cambia de dirección con la misma rapidez con la que enmienda sus propios decretos.

Tampoco parece que el control político le preocupe demasiado. En un dadivoso gesto de apertura a la oposición, ayer tuvo a bien llamar por teléfono a sus líderes respectivos para que no se enteraran por la prensa de lo que la prensa ya había anticipado cuarenta y ocho horas antes: que iba a prorrogar el estado de alarma varias semanas más. El hecho mismo de que ese gesto trivial de levantar el auricular telefónico se convierta en noticia de primera plana ya da buena cuenta del respeto que siente por la unidad política que tanto reclama cada vez que invade las salas de estar de los confinados a la fuerza. Debería leer a Felipe González. «En situaciones de crisis como la actual -ha escrito el ex presidente en El País-, el Gobierno tiene que contar con todas las fuerzas políticas para llegar al máximo consenso en las medidas que hay que implementar». González no entiende que no haya sesiones telemáticas de control parlamentario. Y los ciudadanos, conminados a practicar el teletrabajo, tampoco. Pero a Sánchez el control político se la sopla. Y el periodístico, también. De ahí que su mozo de espadas le proteja de las preguntas más incómodas cada vez que convoca una rueda de prensa.

En el colmo del «abracadabrismo» del interés general, Sánchez ha permitido que su vicepresidente segundo, cada vez más cerca de ejercer como primero, amenace con utilizar el artículo 128 de la Constitución para subordinar toda la riqueza del país, en sus distintas formas, a sus particulares criterios de lo que significa el bien común. No hay duda de que la tentación estatalizadora de Iglesias pretende deglutir a las empresas privadas en las fauces insaciables del sector público, y que al permitir esa proclama ideológica, Sánchez se convierte en partidario aparente de semejante remedo bolivariano. ¿Quién decide lo que es el interés general? Y más con el parlamento cerrado a cal y canto. ¿El dueño del BOE? ¿El liberticida que se aprovecha de los poderes especiales que le otorga la ley durante una pandemia para liquidar los pilares de la democracia? Vuelvo al artículo de González en El País: «El interés general nos obliga a defender nuestro aparato productivo sin escatimar esfuerzos. No habrá empleo sin empleadores, y las empresas privadas podrán ser sustituidas por la tentación totalizadora que nos conduciría al fracaso».

Ya se ve que lo que está en juego no es solo pararle los pies al condenado bicho que propala el mortífero coronavirus por doquier, sino también bajar del ensueño revolucionario a los descerebrados que pretenden llevarnos de nuevo al paraíso comunista que tanto bienestar le ha reportado al hombre. Pincho de tortilla y caña a que es más fácil lo primero que lo segundo. La vacuna del Covid 19 está en marcha y llegará antes o después. La del impulso totalitario que anida en el ser humano, en cambio, ni está ni se le espera. Sin sobredosis de democracia, ese otro virus nos joderá vivos.

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