PERFIL

Yolanda Díaz, comunista de cuna

La ministra de Trabajo, abogada laboralista de profesión, se fogueó en política en el Ayuntamiento de Ferrol y el Parlamento de Galicia, donde entró en 2012 tras una campaña en la que estuvo asesorada por Pablo Iglesias

Yolanda Díaz, durante una rueda de prensa en Moncloa esta semana EFE

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Favor por favor: en 2012 Yolanda Díaz contrató a Pablo Iglesias como asesor, cuando concurrió a las elecciones gallegas con Alternativa Galega da Esquerda (AGE), y hoy, ocho años después, encabeza el Ministerio de Trabajo que Pedro Sánchez le entregó al líder de Unidas Podemos como parte de su apoyo para ser investido presidente del Gobierno. En aquella campaña de 2012, Iglesias llegó a animar a Díaz a que se hiciera «un Bescansa» (o un «Montero», para actualizar el concepto) y posara en los carteles electorales con su hija pequeña, Carmela, a lo que la ministra se negó: «No me parece tolerable que valga todo para conseguir proyección pública» .

Nacida en 1971, aunque es diputada por Pontevedra, Yolanda Díaz Pérez vino al mundo en la localidad coruñesa de Fene, a menos de 6 kilómetros de Ferrol. Como le gusta presumir, «en el barrio obrero de San Valentín», a dos pasos del astillero de Navantia. El sindicalismo lo mamó en casa: su padre Suso Díaz fue dirigente comunista en la clandestinidad y, ya en democracia, secretario general de CCOO Galicia ; y su tío Xosé Díaz también estuvo vinculado a la política aunque por la rama nacionalista, llegando a ser diputado del BNG en el Parlamento gallego. Licenciada en Derecho, abogada laboralista con despacho en Ferrol desde 1998, desde joven militó en el Partido Comunista gallego y en Izquierda Unida . Fue coordinadora de la federación gallega Esquerda Unida, de la ejecutiva nacional del PCG y del comité ejecutivo del PCE. La política la lleva en las venas.

Casada desde 2004, madre de la pequeña Carmela -una de sus debilidades- y aficionada a la música clásica, en la política del día a día se fogueó inicialmente en el Ayuntamiento de Ferrol, donde fue concejala durante casi una década, ostentó primero responsabilidades de cultura y turismo y, posteriormente, durante un breve lapso, se integró en el ejecutivo de coalición PSOE-IU, donde fue primera teniente de alcalde. Aquella coalición de gobierno duró apenas 16 meses y acabó muy mal, sembrando la semilla de la desconfianza de Díaz respecto a los socialistas , a los que ha mirado de reojo durante buena parte de su trayectoria política.

Tras dos intentos fallidos como candidata de IU, acabó logrando acceder al Parlamento gallego en 2012, con Alternativa Galega de Esquerdas, una agrupación que se anticipó al discurso rupturista y antisistema de Podemos (partido que nació como tal en 2015), y para el que sumaron a una escisión del nacionalismo gallego encabezada por el histórico Xosé Manuel Beiras. No obstante, Díaz siempre defiende su «cultura comunista» de concepción del Estado en su conjunto frente a la restrictiva visión nacionalista . En 2016, da el salto al Congreso de los Diputados, donde ha ocupado acta primero con En Marea y actualmente con En Común - Unidas Podemos. La que arrancó en enero es su cuarta legislatura en Cortes. Durante la precampaña de las fallidas elecciones gallegas del 5-A, Alberto Núñez Feijóo maliciaba con que Díaz siempre le acusó de utilizar a Galicia para dar el salto a la política nacional, «y ahora mira quién está en Madrid de ministra».

En la Cámara Baja formó parte siempre de comisiones parlamentarias vinculadas con el empleo. Con un capítulo que llama la atención sobre el resto: protagonizó la ruptura, por parte de su formación, del consenso reinante en la comisión del Pacto de Toledo , antes de las elecciones del 28-A. Desde que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se fundieran en un abrazo dos días después de las últimas elecciones y fraguaran la coalición gubernamental, nadie dudaba que Díaz tendría su cartera ministerial. La confianza de Iglesias en ella es plena. Entre sus primeras decisiones, Díaz llamó al economista gallego Manolo Lago , vinculado a CC.OO. y diputado de En Marea en el Parlamento autonómico, para conformar su núcleo más próximo de asesores. Díaz se fía mucho de su gente, de la de toda la vida.

Quienes la conocen bien la describen como muy trabajadora, «la primera en entrar y la última en salir». Destacan de ella que es «muy familiar y afable», y subrayan su capacidad para tender puentes y «llevarse bien con todo el mundo», aunque esta misma semana reconociera que no tuvo tiempo para avisar a la patronal del cerrojazo a la actividad empresarial que el Gobierno decretó en su última y controvertida decisión. No obstante, ha sido la única ministra que ha entonado un mínimo mea culpa por la gestión económica de esta crisis sanitaria.

Más próxima a Pablo Iglesias e Irene Montero que a Alberto Garzón —Díaz, comunista orgullosa y confesa, considera superada la fórmula de IU—, los dirigentes de Podemos confiaron en ella para formar parte del equipo negociador con el PSOE para la formación de gobierno. Díaz se sienta en el Consejo de Ministros tras dedicar duras palabras a quien preside las reuniones en La Moncloa. En una entrevista concedida a ABC en agosto, al calor de la falta de acuerdo entre ambos partidos, aseguraba que «es evidente que el señor Sánchez nunca quiso un acuerdo con Unidas Podemos y (...) preferiría un acuerdo con el señor [Albert] Rivera». En aquella ocasión iba más allá y llegaba a afirmar que «Sánchez tiene un problema de entendimiento con las instituciones y desde luego con la democracia» . A la vista de cómo está tratando el jefe del Ejecutivo al Congreso durante este estado de alarma, el diagnóstico era plenamente acercado. Pero aquello lo afirmaba antes, claro.

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