Una de las primeras imágenes de Ortega Lara tras su liberación
Una de las primeras imágenes de Ortega Lara tras su liberación - EFE

El órdago de ETA que ganó la Guardia Civil

Esta es la crónica de los 531 días de investigación que acabaron con la liberación de José Antonio Ortega Lara

Madrid Actualizado: Guardar
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«El día elegido (miércoles, 17 de enero de 1996) Xabier Ugarte se dirigió con su Ford Fiesta blanco a un pueblo de la carretera de Burgos a Logroño y desde una cabina llamó a mi teléfono móvil cuando Ortega Lara inició el camino de regreso a casa. Cogí entonces el camión en el que transportábamos una máquina con un zulo diseñado en su interior y me dirigí hasta un aparcamiento situado a la entrada de Burgos, donde lo dejé estacionado. Después, junto con José Luis Erostegui y José Miguel Gaztelu, fuimos en coche hasta el domicilio de Ortega Lara. Al verlo llegar Gaztelu se quedó vigilando mientras José Luis y yo entramos en el garaje de su finca detrás de él.

Le abordamos amenazándole con una pistola cada uno y le dijimos que se metiera en el maletero de su coche porque se lo íbamos a robar. Debido al pánico que le entró no pudimos inyectarle un somnífero, tal como teníamos previsto. Con él en nuestro poder, nos dirigimos hasta el lugar donde teníamos aparcado el camión, le vendamos los ojos para que no viera nada y le metimos en el zulo. Yo mismo conduje el camión hasta el taller Jalgi, de Mondragón, donde teníamos la cárcel del pueblo en la que lo íbamos a esconder».

Ni testigos, ni huellas

Así relató el etarra Jesús María Uribetxeberría Bolinaga el secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que por entonces tenía 37 años. Fue el más largo, y también el más cruel, de los perpetrados por la banda terrorista ETA: 532 días que acabaron el 1 de julio de 1997, hace ahora 20 años, después de una de las invesigaciones más difíciles, con mayor presión, de cuantas han hecho los hombres y mujeres del Servicio de Información de la Guardia Civil.

El punto de partida de las pesquisas era el peor de los posibles: nadie había visto nada, en el lugar no había quedado una sola huella ni vestigio y por si fuera poco por entonces el número de cámaras de vigilancia que había en las calles era infinitamente menor que ahora, lo mismo que los medios técnicos con los que contaban las Fuerzas de Seguridad. En este caso, además, el secuestro no era por móviles económicos, sino que lo que exigía la banda era el fin de la dispersión de sus presos. Eso suponía que no iba a haber contactos entre nadie de la banda y la familia.

«La ausencia de esos mínimos indicios de los que tirar hizo que se abrieran todas las líneas de investigación», explica a ABC uno de los responsables del Servicio de Información de la Guardia Civil. «Por supuesto se analizaba toda la documentación intervenida a ETA, en especial la referida a secuestros por si los autores podían ser los mismos -esa hipótesis se confirmaría una vez resuelto el caso-, pero también se comprobaba, por ejemplo, las teorías de videntes, de gente que leía los posos del café»...

«BOL, Ortega-5»

El punto de inflexión se produjo en noviembre de 1995. Una operación antiterrorista realizada gracias a las investigaciones de la Guardia Civil permitió la detención en Francia de Daniel Derguy, primer terrorista de ese país que había llegado a la cúpula de ETA, reclutado en su día por el sanguinario Henri Parot. En el registro de su domicilio se encontró una nota con la incripción: «BOL, Ortega 5 K». «Nuestros analistas interpretaron la nota como que el tal BOL era uno de los secuestradores y que necesitaba cinco millones de pesetas. Pero aquellas tres letras podían significar cualquier cosa».

La orden inmediata fue que se investigara todo lo que pudiera tener que ver con «BOL». Podía ser un apodo, pero también las siglas de una identidad, el nombre de un pueblo, de una zona... Cualquier hipótesis era posible y el esfuerzo de interpretación que se hizo de todas las posibilidades fue enorme. Por ejemplo, se llegó hasta un individuo apodado «Bola», pero solo estaba implicado en la kale borroka.

Por supuesto, se revisaron las identidades, apodos, lugar de nacimiento y residencia de todos los fichados. Pero las cosas se complicaron aún más porque ese «BOL» no se refería al primer apellido, sino al segundo, de quien luego fue identificado como Jesús María Uribetxeberría Bolinaga.

Hasta este individuo, vecino de Mondragón, se llegó después de miles de gestiones y se trabajó sobre él en paralelo con muchas otras líneas de investigación. «Cuando los analistas del Servicio de Información se fijaron en él no estaba considerado como alguien directamente relacionado con la banda, aunque sí se movía en el entorno abertzale, pero como muchos en Mondragón, donde residía». A partir de ahí se hicieron indagaciones sobre su cuadrilla, su lugar de trabajo y sus hábitos después de la jornada laboral, sus comportamientos... Nada, por otra parte, que no se hubiera hecho con decenas de individuos más.

Calle San Andrés

Uribetxeberría Bolinaga llevó hasta una nave industrial de la empresa Jalgi CB de la calle San Andrés de Mondragón y a sus tres compañeros de trabajo en esa sociedad. Aquella nave, sin duda, podía ser un buen lugar para esconder al secuestrado -estaba al lado de un río, hipótesis que barajaban los investigadores-, pero lo cierto es que la empresa, dedicada a la carpintería metálica, realmente tenía actividad.

Sin embargo, llamó la atención que la cuadrilla formada, además de por Bolinaga, por Javier Ugarte Villar, José Luis Erostegui Bidaguren y José Miguel Gaztelu Ochandorena, se moviera por las cooperativas de Mondragón. En esa zona ETA había seguido «una dinámica peculiar desde 1983, que pasó del ametrallamiento a los intereses franceses, pasando por los atentados contra las Fuerzas de Seguridad en los 90 y, curiosamente, en un determinado momento desapareciendo de allí toda actividad terrorista»... Como si la banda tuviera especial interés en que ese lugar pasara inadvertido.

Desde un monte

El trabajo de campo era muy complicado, «porque esa zona estaba tomada por los abertzales y la gente avisaba si veía algo extraño. Además, cualquier error que sensibilizara a los secuestradores pondría en peligro la vida de la víctima», explica el mando del Servicio de Información de la Guardia Civil. «Hubo que camuflarse en ese ambiente; los agentes operativos tenían que estar muy mentalizados para que nadie se extrañase de su presencia. Fueron seis meses de vigilancias, de ellos mes y medio agazapados en el monte, con turnos de hasta 12 horas. Lo más importante era la disciplina para no ser detectados, para lo cual era vital no dejar el propio rastro, como colillas, papeles o botellas de plástico. El punto de observación tenía que pasar inadvertido para todo el que pasara por esa zona del monte».

«Lo que más llamó la atención es que de vez en cuando uno de ellos dormía en la nave». Además, los sospechosos acudían varias veces al día al local y compraban comida que después no consumían, lo que apuntaba a que había alguien allí dentro... «Así se acumularon datos hasta llegar al convencimiento de que Ortega Lara estaba allí». La madrugada del 1 de julio fue el día elegido para actuar, pero la casualidad quiso que esa misma noche ETA liberase, previo pago de un rescate, al empresario Cosme Declaux, también secuestrado. Tras minutos de dudas -ambos podían compartir cautiverio- se decidió seguir adelante.

Lo primero que hizo la Guardia Civil es detener a los sospechosos en sus domicilios de Mondragón, Oñate, Anzola y Bergara, que fueron registrados sin resultado positivo. Todos negaron con enorme sangre fría cualquier relación con el secuestro.

«Solo vive un perro»

A las cuatro de la madrugada los agentes llevaron a Uribecheverría Bolinaga a la nave, en presencia del entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón. Los primeros registros no dieron resultado, lo que Bolinaga aprovechó para insistir en su inocencia y en justificar su comportamiento en ese tiempo, incluido el hecho de que se turnaran para dormir en la nave: «Era por los robos, nos entraba material y no queríamos que entrase nadie a quitárnoslo»... Además, dijo que en la nave «sólo vive un perro».

El desánimo comenzaba a cundir entre los agentes, el juez se impacientaba pero una vez más el tesón de la Guardia Civil dio resultado y ya pasadas las seis de la mañana alguien se fijó en una pieza móvil de unas de las máquinas de la nave. Al moverla, se vio en el suelo un resquicio de luz. Solo entonces se derrumbó el terrorista. «Nunca olvidaré aquel olor, de cómo se encogía y cómo me pedía que lo matara», recordaba hace unos días en la Cope el guardia civil que lo encontró.

Imagen del Zulo. En el centro, la ventana por donde le metían la comida
Imagen del Zulo. En el centro, la ventana por donde le metían la comida - EFE

Aquella cárcel siniestra tenía tres estancias, pero la de habitabilidad apenas tenía tres metros de largo por dos y medio de ancho y 1,80 de altura en su parte más elevada. Durante su cautiverio jamás vio la luz del sol. Solo tenía una hamaca, un saco de dormir, productos de aseo y un póster con el anagrama de ETA. Era el mismo zulo de Julio Iglesias Zamora.

Las terribles imágenes de Ortega Lara liberado dieron la vuelta al mundo; la alegría de todos los españoles y por supuesto de los agentes de la Guardia Civil que habían resuelto el caso. Pero los pistoleros de ETA querían venganza y la buscaron solo unos días después con el secuestro y asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco. Pero esa es ya otra historia...

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