Manuel Marín

Identificar al enemigo

Si Sánchez dispara contra Rajoy, alimenta a Podemos. Si apunta contra Iglesias, los navajazos fortalecerán al PP

Manuel Marín
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Las campañas electorales se han convertido en un icono del tedio, en un símbolo del hartazgo basado en lo políticamente correcto: hay que gastar menos, hay que pactar más, hay que ser más empático y cercano, hay que… ¿Resultado? Una viscosa capa de grasa que recubre de justificaciones y resignación la evidencia de que lo nuclear es lograr el poder. Con ese objetivo, Pablo Iglesias se ha comprado IU como quien compra una ganga de segunda mano a un menesteroso complaciente. Sin más rodeos ni excusas, y colocando trampas al PSOE para romperlo en mil pedazos.

El éxito de cada partido en esta campaña dependerá en gran medida de su capacidad para identificar al enemigo. Y, como ocurrió antes del 20-D, el PSOE es quien más dificultades tiene.

Pedro Sánchez afronta la etapa más delicada del PSOE ensayando golpes de autoridad porque la desorientación estratégica es absoluta.

Los socialistas catalanes entran como subordinados en el Ayuntamiento barcelonés de Ada Colau, mientras en Extremadura se apoyan en el PP para aprobar sus presupuestos. En Valencia plantean un pulso para fusionarse con el populismo comunista, y en Madrid recuperan a una todoterreno como Margarita Robles, ferviente defensora en su día del «proceso de paz» con ETA y a quien no incomoda un referéndum sobre la independencia de Cataluña. A la vez, el PSOE sigue engordando a los alcaldes podemitas de las principales capitales españolas. ¿Identidad propia frente a «podemización»? La confusión es absoluta, y cualquier día aparecerá alguien en un mitin repitiendo con pereza la cantinela de la España federal como panacea de todos los males. Es lógico que Susana Díaz grite «¡basta ya de bromas!».

El PSOE erró el 20-D en la identificación de su rival. Con la previsión de 90 escaños, diez arriba diez abajo, su potencia de fuego era insuficiente para batir a Podemos y al PP a la vez. Era sencillamente imposible, exactamente igual que ahora. Si Sánchez dispara contra Rajoy, alimenta a Podemos. Si apunta contra Iglesias, los navajazos en la izquierda fortalecerán al PP. Compleja tesitura táctica para el PSOE. Por eso tiene mucho de rectificación recurrir a una «vieja guardia» aparentemente prestigiosa, pero que cuenta con un pasado que el propio PSOE despachó en su día con enorme desprecio. Borrell, Robles, Gabilondo, Sevilla… son el poso de la experiencia, pero viejos conocidos con derrotas -y traiciones- acumuladas a sus espaldas. Sánchez ganará en credibilidad frente a Podemos, pero asume riesgos a la desesperada.

Mariano Rajoy es fiel a su previsibilidad, un bulldozer dotado de una paciencia infinita y exasperante, cuya capacidad de empatía le preocupa bastante menos que identificar con acierto a su enemigo. Hoy no es el PSOE. Ni siquiera el magma de esa izquierda que disfruta degollándose. Es Ciudadanos porque en seis meses le birló dos millones de votantes con un sencillo mensaje que el PP nunca combatió con eficacia: limpieza frente a corrupción. Por eso Rajoy apenas va a perder tiempo de convencer a un solo socialista defraudado con Sánchez. Albert Rivera encarna para el PP la gran paradoja de esta campaña, la de ese vecino odiado que te salva de la quema en la escalera de incendios. Atacarle para quererle. No hay más.

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