Salvador Sostres

Un gran ramo de narcisos blancos

Salvador Sostres
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Rajoy ha regresado después de algunas semanas ausente. Ha regresado y ha toreado con ironía, con talento, british style, más Cameron que nunca, con esa soltura que muchos de sus votantes le agradecerían que administrara no con tanta economía. Su enmienda a la totalidad a Pedro Sánchez ha sido impecable, brillante, aunque tendría haber destinado parte de su tiempo a presentar una alternativa.

De Pedro Sánchez uno está tan acostumbrado a no esperar nada que cuando es capaz de llegar a la tribuna sin tropezarse nos parece que está teniendo un buen día. Pero del presidente del Gobierno, del excelente parlamentario que es Mariano Rajoy Brey, del hombre de Estado que con paciencia y sin exhibicionismos nos ha sacado de la crisis, es razonable esperar que parte de todas y cada una de sus intervenciones contenga la altura de miras que le diferencie de los aspirantes, de esa fiesta del tertuliano de televisión populista en que esta mañana se ha convertido el Congreso, con una frivolidad que a muchos ha gustado pero que resultaba más propia de una liga universitaria de debate que de una democracia consolidada.

Ese tonito de bar de facultad de letras, ese narcisismo de cantautor pesado, esa arrogancia de quien nada ha hecho y habla como si hubiera ganado cien mil batallas, ha sido una humillación al parlamentarismo serio, a la idea de que la libertad tiene que basarse en la responsabilidad, y en la consistencia que tendría que presidir el contrato entre representante y representado.

El presidente podría haber sobrevolado la escena con un poco de grandeza, incluyendo, además de la denuncia a la farsa de Sánchez, la explicitación de su idea de mundo mejor. Su intervención habría sido perfecta si por lo menos en parte hubiera tenido fondo y forma de mano tendida, y hubiera sido no solo demoledora e irónica sino también propositiva. Es verdad que es el debate de investidura de Pedro Sánchez, pero también que se presidente -o rey- en todas las situaciones y en todos los momentos del día.

Pedro Sánchez ha empezado muy mal pero en las réplicas ha ido mejorando. Pablo Iglesias ha sido mucho más duro con Ciudadanos y el PSOE que con en Partido Popular, en una demostración más de que su estrategia es electoral y que no está interesado en ningún tipo de pacto. Albert Rivera ha estado correcto y moderado, con la tranquilidad de no jugarse nada y con sus conjunto de medidas tan atractivas como irrelevantes, en tanto que ni ha explicado cómo las piensa aplicar, ni cuenta con la mayoría parlamentaria para llevarlas a cabo, ni muchas de ellas tienen profundidad alguna más allá de su bello maquillaje.

Habrá gran coalición, con PP y PSOE. Lo que está por ver es si Pedro Sánchez la aceptará cuando su investidura fracase o va a necesitar otras elecciones para darse cuenta de que la política española no tiene otro posible desenlace.

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