Los jugadores de la selección de fútbol se hacen un selfie esta semana para presentar la nueva equipación
Los jugadores de la selección de fútbol se hacen un selfie esta semana para presentar la nueva equipación - Efe

Elecciones 20-D: El deporte como factor integrador de la sociedad española

Pocas cosas unen más que el éxito deportivo, un potencial que es necesario proteger

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Antes de 1992 el deporte español vivía entre los complejos y la excepcionalidad. Estaba el Real Madrid de las Copas de Europa -aunque su recuerdo se anclaba en el blanco y negro del NO-DO-, la Eurocopa de 1964 ganada con gol de Marcelino a la URSS de la «araña negra» Yashin y los triunfos de genios ocasionales -Manuel Santana, Ángel Nieto, Severiano Ballesteros-. Y poco más.

En trece Juegos Olímpicos, desde París 1900 hasta Seúl 1988, España había conseguido 28 medallas (incluyendo la de Paco Fernández Ochoa en los de invierno de Sapporo 1972), una pobre media de dos metales por cita que dejaban a nuestro país en el puesto 40 del ranking mundial. No era una cuestión genética, sino de medios: faltaban infraestructuras y ayudas a los atletas.

El deporte no había estado en la agenda política del régimen franquista ni tampoco en el de la joven democracia.

Cuando Barcelona consigue en 1986 la organización de los Juegos del 92 no se albergan dudas sobre la capacidad organizativa de un evento de esta magnitud, pero todavía se paladea el sabor agridulce que dejó el Mundial de Fútbol de 1982, ejemplar en ese aspecto, pero mediocre en lo deportivo.

España no podía permitirse el lujo de naufragar en su aventura olímpica, de convertirse en un anfitrión modélico, pero poco competitivo. Entonces se crea en 1988 el Programa ADO (Asociación Deportes Olímpicos) para apoyar el desarrollo y promoción de los deportistas de alto rendimiento gracias a las ayudas de patrocinadores privados. En realidad, el plan viene a tapar las deficiencias del sistema educativo en este terreno, pues hasta entonces no había cantera que cuidar, sino campeones surgidos por generación espontánea.

Imágenes imborables

Aquel fue un verano de entusiasmo, de exaltación de la amistad al son de la rumba catalana, de imágenes imborrables, como el encendido del pebetero con una flecha flamígera y el Mediterráneo imaginado por La Fura dels Baus. Pero la jarana ya se presuponía.

Lo que verdaderamente cambió la historia fueron otras imágenes: los brazos en alto de Fermín Cacho al ganar la final de los 1.500 metros en el estadio olímpico, el Camp Nou abarrotado celebrando el gol de Kiko a Polonia. Y muchas más. Veintidós medallas de una tacada, casi tantas como en toda la historia precedente, y el descubrimiento de que el deporte no era una pasatiempo de ociosos, sino un elemento vertebrador de la sociedad española. Así ha sido desde entonces.

Después de cumplir con creces su misión, el Programa ADO estaba condenado a extinguirse en diciembre de 1992; sin embargo, los grandes éxitos lo impulsaron. España debía ocupar en el deporte una posición homologable al peso económico que iba adquiriendo en el mundo. Los Juegos de Barcelona aportan una efervescencia que entonces no se podía sospechar. No es solo una cuestión de resultados, sino una especie de ósmosis: de repente, los deportistas españoles se contagian unos a otros de las ganas de ser los mejores en sus disciplinas, rompen el precinto de su motor y se lanzan a competir, convirtiéndose en referentes.

Ahora, la excepción es la norma. «Soy español... ¿a qué quieres que te gane?», se ha convertido en una broma recurrente entre los aficionados. La selección de fútbol ha encadenado triunfos en dos Eurocopas y un Mundial; la de baloncesto ha sido campeona del mundo, de Europa y subcampeona olímpica, y la de balonmano, doble campeona del mundo; Miguel Indurain ha ganado cinco Tours consecutivos, y Fernando Alonso, dos mundiales de F-1; Rafa Nadal ha elevado el tenis español a cimas inimaginables con sus 14 Grand Slams, y la suma de talentos nos ha dado cinco Copas Davis. Fenómenos como Alberto Contador, Jorge Lorenzo y Marc Márquez dominan en la bicicleta y las motos. El deporte como apuesta estratégica a nivel de prestigio, económico y de orgullo nacional debe ser una de las prioridades del nuevo Gobierno.

Diez propuestas para mejorar

El deporte como objetivo estratégico

El deporte no debe ser exclusivamente una manifestación lúdica o de prestigio internacional que se circunscribe a determinados torneos. Es preciso instaurar una auténtica «cultura deportiva» que funcione como elemento vertebrador y que involucre a toda la sociedad, que cale poco a poco como la lluvia fina. Una característica esencial de lo que llamamos marca España.

Apoyo desde la base educativa

Del mismo modo que existen institutos públicos especializados en Tecnología o en Bellas Artes, habría que desarrollar centros que tuvieran el deporte como su leitmotiv, sin menoscabo de que los demás potencien la actividad física entre su alumnado.

Más presencia en las universidades

La universidad es un hábitat excelente y, muchas veces, desaprovechado para la práctica deportiva. Las grandes potencias atléticas siembran ahí para recoger éxitos futuros. Favorecer las competiciones a este nivel es clave para que el caldo de cultivo de futuros campeones no se malogre.

Mejoramiento de las instalaciones

El Gobierno debe colaborar o instar a ayuntamientos y comunidades autónomas para el incremento, dotación y mantenimiento de polideportivos públicos. Acabar con esa visión tan gráfica -y tan común- de canchas con redes, canastas o porterías rotas.

Mantenimiento de las ayudas fiscales

El boom del deporte español coincide con la inyección de dinero privado en los Juegos de Barcelona’92. El Plan ADO propició un vuelco, y España pasó de los mediocres resultados en las citas olímpicas precedentes a ocupar el sexto puesto en el medallero. El Gobierno debe mantener las ayudas fiscales para estos patrocinios.

Inversión atractiva no solo a nivel económico

Los organismos públicos pueden actuar como mediadores entre el deporte y el capital privado no solo a nivel económico, con una desgravación que alcanza hasta el 90 por 100 de las aportaciones; también con actuaciones que muestren a las empresas los beneficios -en cuanto a la reputación de la marca- que supone unir su imagen a la de los héroes del deporte.

Acontecimientos de especial interés público

Se trata de una decisión bastante lógica: una vez acabe el ciclo olímpico de Río de Janeiro a finales de 2016, es necesario nombrar los Juegos de Tokio 2020 acontecimiento de especial interés público. Una disposición que podría aplicarse a otros eventos deportivos de gran magnitud.

Fortalecer el deporte femenino

La segunda «revolución» tras Barcelona’92 tiene que ver con la irrupción del deporte femenino español en la élite mundial, tanto en equipos (waterpolo, baloncesto, balonmano...) como a nivel individual (Mireia Belmonte, Carolina Marín...), hasta el punto que sus éxitos en recientes campeonatos han superado a los de los hombres. Esto no debería ser coyuntural; por lo tanto es prioritario el soporte a las mujeres deportistas.

Embajadores de la Marca España

España cuenta con una pléyade de campeones como nunca ha disfrutado en su historia, y algunos de ellos ya son embajadores de la Marca España. Una presencia que debe reforzarse.

Una actividad limpia y sin violencia

Es indispensable lanzar campañas para que las nuevas generaciones de deportistas, en particular, y de ciudadanos en general aboguen por un deporte limpio, sin los atajos de las sustancias dopantes, y libre de violencia.

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