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Nosotros robaremos el resto

El presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, se plantea acelerar el final de su desastrosa carrera política

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«Fish Hooks» McCarthy era un político corrupto de los años 20 que vivía en el Lower East Side de Manhattan. Todas las mañanas se detenía ante la Iglesia de St. James, en Oliver Street, para rezar la misma oración: «Señor, dame salud y fuerzas. Nosotros robaremos el resto».

Entre la humillación a la que le está sometiendo la CUP y la segunda tanda de registros en la sede de Convergència, Mas ha dado por desatendidas sus oraciones, y con su salud política bajo mínimos, empiezan a flaquearle las fuerzas.

Dos escenarios son los que el partido contempla. El primero, y menos probable, es que Mas dejara la política la semana que viene. Ante la dificultad del pacto con la CUP, los indicios de la Policía, y las nuevas diligencias que todavía han de practicarse, que implican más detenciones, Mas estaría sopesando adelantar unos meses lo que de todos modos acabaría sucediendo: su renuncia a volver a ser candidato y la entronización de Neus Munté, la actual vicepresidenta.

Su doble condición de exsindicalista y mujer agrada a la CUP, que ya ha filtrado que votaría su investidura sin problema.

El principal rechazo con que Munté cuenta es interno: que sea una recién llegada, que no tenga hipotecas ni deba favores a nadie, hace pensar a los que viven de las ramificaciones de la trama convergente (periodistas afines, empresarios, conseguidores y demás rémora) que ya no van a tener quien les mantenga.

El segundo escenario, más plausible, es que Convergència pelee hasta el final la investidura de Mas. Según los negociadores del partido, tienen el 50% de posibilidades de lograrla. De no ser así, Mas no sería el candidato en las anticipadas elecciones de marzo y dejaría paso a la vicepresidenta.

Mas tomó el control de Convergència y consiguió lo nunca visto: que su partido perdiera la Generalitat, y por dos legislaturas. En 2010, cuando consiguió remontar hasta lograr la presidencia (62), y no tuvo mejor idea que la de un anticipo electoral en 2012, en busca de la mayoría absoluta (68) que no sólo no alcanzó sino que perdió 12 diputados y se quedó con 50. Por no meterse en excesivos problemas, no se atrevió a celebrar el prometido referendo del 9-N, y organizó una patochada intermedia para entretener al público soberanista. La patochada no le sirvió de nada, ni siquiera para evitar la acción de la Justicia, que ha sido igual de implacable con él que si hubiera convocado el referendo. Con el partido calcinado por la corrupción, se fundió con Esquerra en Junts pel Sí. Era la primera vez en 35 años que Convergència no se presentaba a unas elecciones al Parlament y que ningún candidato del partido encabezaba ninguna de las candidaturas. También la situación presente, en que Cataluña ni tiene presidente ni se sabe quién será, es radicalmente insólita en la política catalana.

Si no le salva un milagro -y no hay que olvidar que los milagros existen-, Mas, que empezó dejando a Convergència sin poder, sin partido, y que ahora tiene a la Generalitat sin presidente y al parlamento con la legislatura que pende de un hilo, acabará su carrera política dejando a Convergència, además de sin partido y sin líder, perseguida por la Justicia tras décadas de impunidad gracias al pacto con el Estado de no cruzar la línea roja de la independencia; y a Cataluña, además de sin presidente ni gobierno, sin cohesión ni rumbo y profundamente desmoralizada.

Los viejos enemigos han llegado a las puertas de la ciudad y están preparados para asaltarla. Y ser ellos quienes, a partit de ahora, roben el resto.

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