Izado de bandera en el día de la Fiesta Nacional
Izado de bandera en el día de la Fiesta Nacional - Ignacio Gil
Opinión

España como cara B

«Los que odian a España tienen que esforzarse cada día en recordar su odio y en avivarlo, como quien se machaca en el gimnasio»

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Incluso para los separatistas más convencidos, la carga de ser español es fácilmente soportable. Los que odian a España tienen cada día que esforzarse en recordar su odio, y en avivarlo, como quien se machaca en el gimnasio; porque los motivos para tal rabia, como los bíceps, solos no salen y hay que trabajarlos. España como realidad es discreta y confortable, mucho más que las incomodidades de quererla hacer saltar por los aires.

Aunque España como abstracción pueda resultar para algunos desagradable, ser español ofrece mucho más de lo que exige, y los españoles en su conjunto están acostumbrados a llevar su identidad con pocas exageraciones. La mayoría viven su nacionalidad como un mero hecho administrativo, con la excepción de cuando España tiene opciones de ganar el Mundial.

Entonces, también muchos independentistas van con la selección, con la excusa de apoyar a los jugadores del Barça.

Por lo demás, la celebración del 12 de octubre, que en cualquier país civilizado sería motivo de parón nacional, se circunscribe casi exclusivamente a Madrid, y sólo durante unas horas, causando muchas menos molestias que aquel desfile de los gais.

Se acepta con naturalidad, y sin estragos, que presidentes autonómicos y líderes políticos de partidos nacionales no acudan a la ceremonia oficial si así lo consideran oportuno. No creo que en otros países tan admirados por Artur Mas, como los Estados Unidos, Israel, Francia o la Gran Bretaña, y a los que tanto apela para reprocharle a España su supuesta «democracia de baja calidad», hallara un representante del Estado tanta tolerancia con sus continuos desprecios a los símbolos nacionales.

No hay nada tan español como regodearse en los defectos de España sin reconocerle ni una sola de sus virtudes. No hay nada tan español como aparecer en los medios de comunicación quejándote de que en España no hay libertad, usando precisamente la libertad de expresión que España te da.

Para los que ser español es un problema, es poco problema; para los que lo viven como una carga, es en cualquier caso llevadera, y para los que plantean escenarios de ruptura, es mucho mayor el precio de tratar de conseguirlo que la frustración de asumir los más elementales principios del realismo político.

España como cara B es una balada nostálgica inofensiva, suave, que acompaña como una manta las tardes de otoño en que ver llover a través del ventanal nos hipnotiza y acabamos no haciendo nada. España como cara B tiene los errores, las mediocridades y las impotencias de cualquier país civilizado; pero una calidad de vida, una tranquilidad institucional y un poco apego al exhibicionismo ante los que cualquier queja palidece, por inane.

El independentismo como teoría es perfectamente respetable. Pero como pretensión no deja ningún margen para la ganancia; y aunque nos gusta fantasear con las míticas madrugadas de cuando fuimos inmortales, nadie a nuestra edad sale por la noche a pasar frío inútilmente, pudiendo estar espachurrado con la niña en el sofá, viendo por centésima vez «101 Dálmatas», y más si tu mujer ha preparado unas tazas de chocolate.

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