Artur Mas
Artur Mas - INES BAUCELLS

Breve historia electoral de Cataluña

Desde sus primeras elecciones en 1980, esta región de España ha tenido unos comportamientos políticos estables, con CIU y PSC dominando hasta el 2000 el panorama

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En ocasión de esta campaña catalana, Pablo Iglesias afirmó que Cataluña «es un país diferente» en términos electorales. ¿Cuánto de esto hay cierto? Más aún, desde una perspectiva sociológica esta Comunidad Autónoma tiene desde los 80 dos bloques monolíticos, izquierda y derecha, que se alían para construir coaliciones diversas. A la izquierda, en las primeras elecciones, aparece el PSC - PSOE (híbrido entre el catalanismo y el partido obrero), el viejo PSUC y su cambio por la Izquierda Verde (Iniciativa Per Catalunya) y el socialismo identitario de ERC. A la derecha, domina fuertemente la comunidad CIU, en el cual se apoyan movimientos de tendencia estatal como el Partido Popular, Ciudadanos o los partidos de centro como la extinta UCD - CDS.

Estos movimientos políticos ven un dominio casi siempre de dos partidos: CIU con una media de diputados de 57,6 y el PSOE/PSC con 36,9. Todos los partidos permanecen estables, a lo largo del tiempo, a excepción del PSC, que deja su lugar a otros en los últimos años como Ciudadanos, ERC o el propio Partido Popular. En ese sentido, de manera paralela a España, Cataluña ha pasado de dos grandes partidos a una política de multi coaliciones, en una atomización de la masa social del país. La abstención muestra un promedio alto, de un 39,32 %, y tiende a decrecer en los últimos años, con el progresivo enfrentamiento entre opciones políticas.

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Recuerda Víctor Climent Sanjuán en su libro «Estructura social de España y Cataluña» como la ley electoral catalana sigue los dictados constitucionalistas. Esto es, la disposición transitoria cuarta del Estatuto de 1979. Serían entonces cuatro circunscripciones electorales: 85 concejales para Barcelona, 18 para Tarragona, 17 para Gerona y 15 para Lérida.

En ese sentido, lleva a D'Hont a la provincia, y como tal privilegia las comarcas rurales en comparación con Barcelona. Afirma que Climent que existe una «importante desproporcionalidad que se deriva de la distribución poco equitativa de los escaños con relación al número de habitantes. Así Barcelona concentra el 75% de la población catalana y solo elige el 63% de los diputados, mientras que Girona, Tarragona y Lleida poseen el 25 % de la población y, en cambio, eligen el 37% de los escaños» .

Este modelo, D'Hont, fue construido en el 78 con el máximo de objeto de atomizar a la izquierda en el proceso transicional, de seguir la historiografía revisionista de Guillem Martínez o Alfredo Grimaldos. Lo interesante es que este sistema, con su célebre límite de entrada del 3%, ha permitido una sobrepresentación todavía mayor de Convergencia y Unión a lo largo de los años 80 y entrados los 90.

Burguesía y proletariado

En un giro sorpresivo de los acontecimientos, las primeras elecciones democráticas en Cataluña luego de Franco las ganaron los conservadores. Estas elecciones las consiguió Pujol con 43 escaños frente a 33 de Joan Raventós y los 25 de Josep Benet y el PSUC. Pujol pudo formar gobierno gracias al apoyo de Esquerra Republicana de Cataluña, que le cedió sus 14 diputados.

Según Gregorio Morán en el libro «La decadencia de Cataluña: Contada por un charnego»: «La Cataluña de la Transición no la hizo Jordi Pujol, al contrario; pero gracias a la incompetencia de sus adversarios y a su indudable mérito político». El propio Albert Boadella recuerda en su libro de memorias «Adios Cataluña» como Pujol había construido un sistema de proyección social, especialmente en la provincia, que permitió esta mayoría inesperada en la que se consideraba la ciudad más progresista del país.

La izquierda se mostró dividida ante el nacionalismo conservador de Pujol, y perdió su influencia en los asuntos de la Generalidad más de una década. Alfonso Guerra habla en sus memorias «Cuando el tiempos no alcanza: memorias (1940 - 1982)» como uno de los mayores «errores de su carrera» haber alcanzado un acuerdo entre el PSOE y PSC. En ese sentido, él considera que el PSOE podía haber sido mayoritario, en oposición al partido marginal que supone al PSC. Del conflicto lingüístico, que eclosionará en el «Manifiesto de los 2.300», surgió antes el breve Partido Socialista Andaluz que con un 30 % de los votos de ERC saca dos escaños.

Demuestra, primero, que cierto proletariado inmigrante no se identificó con el PSOE e impidió cualquier frente de izquierda unificado. En ese sentido, existía además una disociación entre una masa urbana joven, protagonista de la Barcelona de los 70, como una Cataluña interior conservadora. Recuerda Josep M. Figueres en su «Història contemporània de Catalunya» que «La tendencia es la aceleración del proceso demográfico, y que las provincias rurales (Terra Alta, Pallars,) presentan una población envejecida que supera a la joven, con la excepción del Valle de Arán. Las comarcas más jóvenes son las del cinturón barcelonés».

Las elecciones posteriores no van a revertir el dominio de Convergencia y Unión, presentando una interesante disonancia: a mayor voto, hasta entrado el nuevo milenio, aparecen nuevos partidos no nacionalistas.

Sobre la abstención

Uno de los elementos fundamentales de esta correlación de datos, es que por norma general, sin establecer una causa completamente directa, a mayor participación suelen subir las opciones políticas estatales. Las elecciones de 1980, 1984, 1995, 2003 y 2012, las que presentan menor abstención, tienen una subida notable de estos partidos. La mayoría de este voto, como hemos visto, está centrado en Barcelona.

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Si bien otras opciones nacionalistas también crecen, es en las estatales donde este crecimiento es constante y permanente. Más aún, luego del giro nacionalista del PSC (del 2006 a 2010) surge Ciudadanos que parece recoger el voto que no reconoce el viejo partido socialista. El PSC, así, parece perder votos tanto del Partido Popular (que crece exponencialmente en estos años) como de la emergente Ciudadanos, surgida de 2006 por un grupo de intelectuales catalanes que se consolida con 9 escaños en 2012.

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Ramón de España definió bien en su obra «El manicomio catalán» la situación del socialista barcelonés y el PSC como partido sentimental:

«En los lejanos tiempos de los que les hablo, en cualquier caso, se suponía que el PSC era un partido progresista y de izquierdas. Un partido cercano, cuyos dirigentes se parecían más a la gente como uno que los de CiU. Los que nos habíamos cruzado con Pasqual Maragall en alguna fiesta en casa de Mariscal sabíamos que era un tipo simpático y campechano, un buen alcalde y un apetecible candidato a presidir la Generalitat».

Ahora bien, este sistema tampoco tiene un concepto totalmente definido: ¿es seguro que todo ese voto urbano de Barcelona pasó a Ciudadanos y el Partido Popular?.

Una nueva clase urbana

Es quizá excesivo hablar de un trasvase total de los votos del viejo PSC y PSUC a los partidos estatales. Existe desde el restablecimiento de la Generalidad un interés en construir un país culturalmente, protegiendo las artes y especialmente el idioma catalán. La frase clásica de Pujol «Fer país». En ese sentido, el escritor nacionalista Enric Larreula lo dejó claro en el «Diario de Sabadell»: «solo hay una solución, y ésta consiste en descastellanizar el país».

Existe para Santiago Trancón, instigador del Manifiesto de los 2.300, una estrategia de «inmersión lingüística» desde el ascenso de Convergencia y Unión a la Generalidad. Afirma así que «este proceso es de intimidación y aculturación, con métodos muy sofisticados. Se acomoda a través de una psicología infantil, que busca no tener problemas con el que adoctrina. Se inculca a España como lo peor». En ese sentido, cree que «las referencias simbólicas y la lengua forman cohesión de un grupo».

El periodista e historiador Guillem Martínez no considera que exista esta «inmersión» y cree que los problemas no son lingüísticos «sino sociales». El sistema que se copió, evitando cualquier tipo de comunidades separadas, era el de «las minorías suecas en los países nórdicos como Finlandia».

Cree, por último, que este sistema no procedió de los partidos, sino de «de las propias asociaciones civiles». Dos visiones contrapuestas, en definitiva, que constatan una realidad: parte de la clase obrera barcelonesa va a pasar a apoyar a ERC y la CUP (surgido en las elecciones del 2012). Los datos del 2003 al 2012, con la excepción de la debacle de 2010, muestran a ERC consolidado en los 20 escaños, aún cediendo diputados (3) a la nueva CUP (Candidatura d'Unitat Popular).

Los frutos de este proceso de construcción de país, aún todavía escasos, dejan verse en la consolidación de estas dos alternativas de izquierdas. Para ello sus jóvenes candidatos, que dejaron paso a los anteriores etnicistas (especialmente Heribert Barrera, que se consideró admirador de Haider en Austria), harán país de una manera más social. Al fin y al cabo como bien recuerda Henry Kamen en «España y Cataluña»:

«Se ha calculado que de un modo u otro alrededor de dos tercios de la población de Cataluña tiene su origen en la inmigración. Esto hace imposible que los nacionalistas puedan seguir insistiendo en una doctrina del nacionalismo basado en términos étnicos».

Un futuro incierto

Cataluña viró su electorado a finales de los años 90, en los cuales el electorado de Convergencia y Unión sufrió un importante desgaste (especialmente el año 2003). Será el inicio de los tripartitos, de 2003 y 2006, que acabaron con la política cultural en gran parte mediatizada por ERC. El nuevo estatuto, que gozó de una importante abstención (solo un 36 % lo aprobó, como recuerda Kamen), parece demostrar un progresivo divorcio entre la masa social y sus políticos.

En ese sentido, los fenómenos populares como las Diadas buscan movilizar el electorado y construir mayorías que sirvan para los propósitos tanto de nacionalistas como estatalistas. Queda por ver el resultado de la nueva ola de inmigración extracomunitaria, del 2000 al 2007, y especialmente cuánto voto en contra de la independencia pueden recoger las opciones estatales para el próximo 27 de septiembre. Juan Carlos Girauta de Ciudadanos recordó hace poco cómo la elección de este día coincide con el puente de la Mercè, buscando, otra vez, «desmovilizar al electorado de Barcelona».

Una movilización, en definitiva, que queda otra vez como una incógnita, a falta de ver los resultados.

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