Teresa Rodríguez y Pablo Iglesias
Teresa Rodríguez y Pablo Iglesias - afp

Críticos, corrientes con voz propia y bajas debilitan la fuerza de Podemos

La novísima formación que dirige Pablo Iglesias ha sufrido una fuerte pérdida de imagen en apenas un año

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Nunca se vio en España a un partido político proyectarse y venirse abajo tan deprisa. Al menos en términos de imagen. Respecto a las encuestas y las urnas, ya se verá. Que Podemos iba a seguir la tradición clásica de la izquierda, el cainismo, se veía venir desde que en el mismo congreso fundacional celebrado en Vistalegre, cuando sus promotores aún estaban es en el cielo del share y con los rutilantes los cinco euroescaños de mayo de 2014 recién estrenados y Pablo Iglesias y su tocayo Echenique dieron el espectáculo inaugural de división.

Triunfó el primero, el profesor de Políticas de la Complutense y con él un modelo que blindaba su divinidad presidencialista y un poder supremo que ha devenido en deriva programática, culpable de llevar a una respetable parte de su corte original a marcharse del partido.

El terremoto máximo hasta la fecha lo provocaba el viernes el autoinvestido ideólogo del partido, Juan Carlos Monedero, al anunciar descontento con la moderación de Podemos su marcha de la dirección. Y lo hacía no sin antes acusar a Iglesias de perder los papeles por un minuto de televisión antes que acercarse a los círculos y de haberle traicionado.

Podemos se desmadeja a toda velocidad víctima una suma de factores, entre los que conviene destacar que está siendo víctima de la hiperexigencia que predicó para otros –ejemplo: la «pureza» de lo incorruptible, algodón que no han resistido ni Íñigo Errejón ni Monedero–, la sobreexposición a los medios –convencionales o no– y esa divinización de Pablo Iglesias, convertido ya en la «casta» de Podemos.

De lo contraproducente de confrontar con él no solo da cuenta la experiencia de Echenique –al que Iglesias descartó como «barón» mientras trató por todos los medios que no se hiciera con el mando orgánico en Aragón poniéndole enfrente una lista «oficialista»– sino también la líder regional en Andalucía, Teresa Rodríguez.

Ella, al igual que Echenique, serían los más destacados representantes de la corriente interna compuesta por los ex que llegaron de Izquierda Anticapitalista (AE). En sus negociaciones con Susana Díaz, la ya diputada Teresa Rodríguez ha tenido que soportar como Madrid rebajaba a categoría de meras «propuestas» sus exigencias de que cualquier apoyo al PSOE tendría que pasar por poner fin a los desahucios o sacar de las Cortes a Manuel Chaves y José Antonio Griñán. El encontronazo, zanjado a duras penas, puso en evidencia a la andaluza en toda España, pero no mucho más que cuando Iglesias viajó de urgencia a Sevilla en enero para frenar en seco los globos sondas radicales que ella iba lanzando acerca de iniciativas tan imaginativas como celebrar un referéndum sobre la Semana Santa o contar con candidatos okupas en las listas.

Poner freno al líder 

Las fisuras de Podemos puestas de manifiesto hasta ahora van más allá. En un partido montado en torno a la frustración ambiente y una jerarquía inicial –no hay que olvidar junto a Iglesias, Monedero y Errejón las figuras cofundadoras de Carolina Bescansa y Luis Alegre- son muchos los que han empezado a echar en falta el espíritu del 15-M. De hecho, los quincemayistas pueden entenderse como una corriente, quizás más difusa, quizás encarnada en la eurodiputada Tania González, que siempre se ha sentido distanciada de la cúpula y de los de Izquierda Capitalista. El propio Monedero abandona diciendo «me voy para recuperar los principios del 15-M»

En nombre de aquel legado, el exfiscal anticorrupción y eurodiputado de Podemos -que dejó el escaño 17 días después de tomar posesión– protagonizó en diciembre su propia rebelión, al intentar parar los pies en Barcelona apoyando al sector crítico del partido que pretendía liderar en Cataluña la la construcción de su estructura orgánica, el Consejo Ciudadano.

Jiménez Villarejo, referente moral y ético en los comienzos de la formación, no ha ido más allá. Menos trascendente en los cimientos de esta fuerza, pero muy presente en sus primeros pasos, fue otro hombre de diferente extracción pero también muy conocido: el actor y popular procastrista Guillermo Toledo, habitual en algunos de aquellos mítines multitudinarios de los primeros momentos, pero que al cabo renegó de Podemos recurriendo a sus artes más incendiarias y provocadoras. Denunció que el congreso que encumbró a Iglesias estaba «amañado» y el resultado de su gestión había dado lugar a «un discurso vacío de contenido e ideología, ni de izquierdas ni de derechas». El famoso terminó afirmando en entrevistas solicitadas al hilo de sus exabruptos que, de tener un hijo de Podemos «le meto dos hostias –siguió– que le arranco la oreja».

Pocos desahogos contra la formación morada han sido tan brutales. De hecho, una mayor discreción está marcando las disensiones, todavía no en cascada, que se registran en los «Consejos Ciudadanos» –las estructuras territoriales de Podemos–, fundamentalmente a raíz del reciente proceso de primarias celebrado a elegir a quienes serán los candidados a la Presidencia de trece Comunidades Autónomas el próximo 24 de mayo. De los elegidos, diez son los que ya ejercían el poder orgánico en cada territorio.

Grietas en los Consejos

La participación fue muy pobre: de un censo de 224.771 personas, solo votaron 52.058, dando lugar a situaciones clamorosas como la registrada en Barcelona, donde la que era la principal rival, Lola Fernández, ha denunciado que el vencedor, Alberto Jarabo, obtuvo la victoria a pesar de tener más votos en blanco (1.120) que a favor, 867. En las redes sociales, Fernández ha advertido de que «los ciudadanos no se sienten parte de Podemos».

Miembros de Baleares ya se dieron de baja en febrero. Uno de ellos, que también formaba parte de la candidatura alternativa, José Manuel García, lo hizo advirtiendo de que y que «los círculos «no sirven para casi nada».

Con todo, uno de los panoramas más críticos se está gestando en el País Vasco, cuya «número dos», la abogada bilbaína Iratxe Osinaga, comunicó a finales de abril su decisión de abandonar el Consejo Ciudadano y darse de baja como afiliada.

Osinaga ha evitado mayor ruido. El programa elaborado a lo largo de las últimas semanas con el que Podemos concurrirá a las autonómicas no va con ella. «No me identifico», resumió, «y, por lo tanto, no puedo defenderlo ante la ciudadanía». Días antes, el 10 de abril, el secretario general de la formación en San Sebastián, Hannot Sansinenea, también dimitía por razones «estrictamente personales».

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