Josep Piqué en su despacho
Josep Piqué en su despacho - Ignacio Gil
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Josep Piqué: «Es una leyenda urbana que Aznar hable catalán en la intimidad»

El exministro del PP arremete contra Podemos: «Las propuestas que conocemos son absolutamente inviables»

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Desde el ventanal de su despacho en el grupo OHL en la planta 17 de Torre Espacio, el cuarto rascacielos más alto de España, entra la luz a raudales, y a pesar de sufrir de fotofobia, por sus ojos azules claros como el agua, Josep Piqué se crece ante los retos. Tiene todo ordenado en pequeños montones de papeles diseminados por la mesa de su despacho y en amplias estanterías. Tuvo que ser igual mientras ascendió de forma imparable dentro del Ejecutivo de Aznar. En solo dos años era uno de sus hombres de confianza, pasando por tres ministerios y ejerciendo de portavoz del Gobierno. Con su tono bajo y agradable, y su risa sincera, reconoce que «ya sabe cómo funcionan los periodistas, y si no lo aprendo en casa», refiriéndose a su mujer Gloria Lomana, directora de informativos de Antena 3.

Desde el 2007 dejó la política, aunque «es un virus contra el cual no hay antídoto».

-El primer carné que tuvo fue el del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).

-Estaba en la Universidad, los últimos años del franquismo y el inicio de la Transición, todos teníamos inquietudes políticas y se canalizaban por la izquierda, en oposición al régimen. Suelo decir que a medida que fui aprendiendo economía, me fui convirtiendo en un liberal. Y lo soy desde hace 40 años.

-En una conferencia dijo: «No cometáis mi error. A los 20 años quería ser revolucionario y me hice comunista; sed revolucionarios, pero en el sentido moderno».

-Sed inquietos, podéis querer cambiar las cosas, entender bien la sociedad en la que vivimos, sin hacer planteamientos utópicos o populistas que ahora están tan de moda.

- Podemos dicen que no son ni de izquierdas, ni de derechas…

-Creo que como buenos marxistas leninistas hacen todo lo posible para ocultarlo. Es evidente que recogen un profundo descontento que hay en la sociedad española, producto de una larguísima crisis económica y de la corrupción. Una cosa es canalizar un sentimiento de cabreo y otra tener la capacidad de explicitar políticas. Las propuestas que conocemos son absolutamente inviables. A la hora de depositar votos en las urnas, y saber que te estás jugando el futuro, confío en el sentido común de los españoles.

-Usted entró en el primer Gobierno de Aznar como independiente.

-Estaba en el sector privado, presidiendo una empresa química y también el Círculo de Economía. A raíz de esa actividad, tuve la ocasión de tratar en un par de ocasiones con el jefe de la oposición. Sin esperarlo en absoluto, cuando se producen las elecciones del 96 hubo que hacer pactos con tres fuerzas nacionalistas, y el presidente pensó que la incorporación de independientes le podía resultar útil. El primer sondeo fue de Rodrigo Rato. Y lo cierto es que cuando recibí la llamada de José María Aznar pensé que era una broma. Hay una anécdota que no dice mucho a mi favor, le contesté: «Mire presidente, sé que en estos casos, lo que se suele decir es deme 24 horas para pensarlo, pero me mentiría a mí mismo. Una oportunidad como esta no suele repetirse muchas veces, por lo tanto, le digo que sí».

-¿Hubo discrepancias con Rodrigo Rato, porque usted estaba fuera de su órbita de control?

-Que haya discrepancias entre el ministro que tiene la caja, y los que la tienen que gastar es absolutamente normal. Si no, uno de los dos no está haciendo bien su papel. Felipe González tiene una frase que viene muy a cuento: «Todos mis gobiernos han sido de coalición entre el Partido Socialista y el Ministerio de Hacienda».

-Paradójico que Rodrigo Rato, ministro de Hacienda, no declarará los gastos de las tarjetas black…

-Me precio de tener una buena relación de amistad con Rodrigo Rato, espero que todo esto se aclare.

-Su primera declaración de intenciones al llegar al Ministerio de Industria: «Vamos a privatizar todas las empresas públicas en esta legislatura».

-Y prácticamente fue así: Telefónica, Endesa, Tabacalera, Repsol. Al principio la relación con los sindicatos fue muy difícil, pero a base de mucho diálogo y de hacer las cosas de forma transparente, se dieron cuenta de que para el futuro de los trabajadores y de la sostenibilidad de las empresas los procesos de privatización podían ser muy positivos. Gracias a los ingresos de las privatizaciones, pudimos garantizar todos los complementos de pensiones comprometidos, algo de lo que me siento muy orgulloso.

-Entró en el Gobierno por sorpresa, y en dos años se convierte en una de las personas de mayor confianza de José María Aznar.

-Me fui ganando la confianza del presidente con mi trabajo. Y me ofreció el cargo de portavoz, por el que estás obligado a tener toda la acción del Gobierno en la cabeza. Al ser un ministro sectorial tenía intervenciones públicas casi todos los días, me seguían los periodistas… Desde el punto de vista personal fue muy gratificante, aunque las posibilidades de meter la pata son siempre muy considerables.

-Con esa confianza con José María Aznar, ¿hablaban en catalán en la intimidad?

-(Se ríe) No, esa es otra leyenda urbana. Lo del catalán en la intimidad creo que se le escapó un día al presidente.

-Cuando era portavoz, saltó el caso Ercros (fue exculpado y la Audiencia Nacional lo archivó). ¿Cómo le influyó?

-Muy poco, porque sabía que no había absolutamente nada. Recuerdo una frase del presidente cuando estaba sometido a un acoso político y mediático por parte de un grupo de comunicación muy fuerte: «No te lamentes, eso quiere decir que te has convertido en una pieza de caza mayor».

-En esos términos, Alfredo Pérez Rubalcaba le llamó «halcón» del PP.

-La vida da muchas vueltas, y ahora tengo una relación excelente con Pérez Rubalcaba. Y sabe que no lo soy. Tiendo a aplicar siempre el sentido común y la moderación.

-Bruselas enmendó las tesis del Gobierno por el billón de ayudas a las eléctricas, ¿de aquellas negociaciones estamos con los problemas de tarifa de la luz?

-No. Los problemas que tenemos ahora son porque no se profundizó en el proceso de liberación que puso en marcha la ley de 1997, que no se cumplió, y dio origen al famoso déficit tarifario. No me arrepiento en absoluto de cómo planteamos la cuestión, nos equivocamos en la terminología. Volvería a hacer prácticamente lo mismo.

-¿Usted entiende la factura de la luz?

-Me pilla con un poco de ventaja, pero puedo compartir esa preocupación.

-Como ministro de Asuntos Exteriores, ¿cree que la foto de las Azores influyo negativamente en la política española?

-El origen de esa foto está en una ambición que comparto al cien por cien de mantener una relación privilegiada con Estados Unidos. Aprovechamos la renegociación de los acuerdos militares, para darle contenido político. Empezamos negociando el memorándum con la administración de Bill Clinton, y luego con la de George Bush. En situaciones dramáticas, como fue la guerra de Irak, ese apoyo político tuvo sus consecuencias negativas, porque gran parte de la población no lo entendió. Hay que recordar, porque sigue instalado en la mentalidad colectiva, que España jamás intervino en la guerra. Fue después bajo el mandato de Naciones Unidas, y en compañía de muchos otros países.

-¿Qué piensa de las palabras de Luis Bárcenas de que «Mariano Rajoy conocía la contabilidad B desde el principio»?

-No pienso nada. Estoy seguro de la honorabilidad del presidente y no lo estoy de la de Bárcenas.

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