Esperanza Aguirre durante su comparecencia
Esperanza Aguirre durante su comparecencia - EFE
operación púnica

Granados, como López Viejo

La indignación del PP nacional con el de Madrid es mayúscula. Reclaman una limpieza a fondo «y que rueden cabezas»

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Que el PP de Madrid es un partido dentro de otro —el de Rajoy— lo reconocen hasta los más fieles a Esperanza Aguirre. Los cónclaves regionales se cuentan por críticas a Moncloa. Los asistentes a estos comités relatan cómo buena parte de las discusiones se emplean en «buscarle las vueltas a los de la planta séptima». Por eso, los escándalos que afectan a la versión madrileña del PP, desde la trama Gürtel, la trama de los espías y Caja Madrid hasta la operación «púnica» de ayer, ha indignado especialmente a la dirección nacional, sabedora de que la falta de contundencia con la corrupción puede llevarse por delante sus expectativas electorales, diezmadas ya por el desgaste de la gestión de Rajoy.

El malestar por la detención del que fuera vicepresidente regional Francisco Granados, que ayer no disimulaban diputados, senadores y responsables orgánicos, obligó a Esperanza Aguirre, presidenta madrileña, a comparecer ante los medios para dar una explicación a lo sucedido. A las siete de ayer, convocaba a la Prensa y pedía perdón hasta una docena de veces, manifestaba su «profunda vergüenza» por lo ocurrido y aseguraba que «en ningún momento» tuvo «la menor sospecha» de que Granados se estaba enriqueciendo con dinero público. Parecida respuesta a la que ofreció cuando en noviembre de 2011 dijo, en referencia a la imputación en la trama de Correa de otro de sus colaboradores, Alberto López Viejo, que «de todos los nombramientos que he hecho éste es con el que más me he sentido traicionada».

Tanto era la confianza depositada por la presidenta en López Viejo que fue quien lo recuperó del ostracismo, tras ser expulsado de su equipo municipal por Gallardón cuando sustituyó a Manzano. Meses después de ser nombrado consejero de Deportes, la justicia lo imputaba por asociación ilícita, cohecho, tráfico de influencias, falsedad documental, blanqueo de capitales y fraude fiscal. También pesa sobre él la sospecha, como en el caso de Granados, de haber movido más de un millón de euros en cuentas opacas en Suiza. De hecho, fuentes populares establecen un claro paralelismo en los dos casos: «Tanto en un escándalo como en el otro los políticos implicados movían sus influencias para obligar a los técnicos a adjudicar contratos millonarios a las empresas escogidas a cambio de comisiones ilegales».

Desde que en una mañana de febrero de 2009 la policía registrara la sede de varios municipios madrileños y valencianos en busca del rastro de los negocios de Francisco Correa con cargos públicos del PP, dentro del partido ha ido creciendo la desazón por la falta de reacción interna. Y no solo en el número 13 de Génova. También sus compañeros valencianos han mostrado su desacuerdo con que el foco se haya dirigido a los órganos valencianos. La propia alcaldesa, Rita Barberá, lo dejó claro en ABC: «Por alguna razón que yo desconozco se han focalizado todas las acusaciones en Valencia, se han cebado con nosotros y aquí no nació la trama Gürtel».

De hecho, según la investigación que dirige el juez Ruz, el escándalo nació en los municipios del oeste de la Comunidad, como Majadahonda y Boadilla. Además, en el partido también se reprocha a sus compañeros madrileños los episodios oscuros que han acompañado el comportamiento de algunos de sus responsables. Desde el caso del espionaje político en la Comunidad de Madrid en 2008 con acusaciones de seguimientos ordenados por el propio Granados a Gallardón, Cobo, Alfredo Prada e Ignacio González, hasta el escándalo de la gestión de Caja Madrid, cuyo último episodio ha sido el uso fraudulento de tarjetas opacas entre los consejeros, 28 de los cuales fueron nombrados por el PP. Entre otros a Rodrigo Rato, al que ayer expulsó Rajoy del partido y que fue objeto de una lucha sin cuartel entre Rajoy y Aguirre. El primero avaló al que fuera su compañero en el Gobierno de Aznar y la segunda defendió la opción de Ignacio González. Al final, el presidente ganó la batalla pero la guerra, que se inició en el Congreso de Valencia en el que la expresidenta amagó con disputarle el liderazgo nacional, sigue abierta. Rajoy, ayer, volvió a recibir presiones de su entorno para que «haga una limpieza a fondo del partido». Le queda, además, por decidir si quiere a Aguirre como candidata.

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