Salvador Sostres

Unos días en Doñana

Rajoy hizo muy bien no compareciendo en el debate. Un presidente no es un número circense; es una misión.

Salvador Sostres
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Los niños reclamábamos la atención de los mayores, especialmente en la piscina, para mostrarles cada progreso que lográbamos buceando o tirándonos de cabeza. Si asistían con desidia o era necesario llamarles dos veces no podíamos comprenderlo, por lo realmente maravillosa que nos parecía nuestra nueva gesta.

Muchos reclamaron la presencia de Rajoy, en la pomposa pasarela del lunes. La reclamaron las nuevas vanidades de nuestra política; la reclamaron los opinadores que del insulto a la derecha han hecho la comodidad de sus vidas y que se repiten como el eructo de quien todavía no se ha quitado del terrible vicio de comer ajo.

Pero Rajoy hizo muy bien no compareciendo, y tomándose unos días de descanso en Doñana. Después de cuatro años de incansable trabajo para sacar a España del pozo, es dulce que deje un par de noches para que se exhiba la canalla.

Un presidente no es un cantante de rock, ni Norma Desmond en Sunset Boulevard. Un presidente no es un número circense, ni un anuncio de Nespresso, ni el barco que busca ser mirado para poder hundirse tranquilo.

Un presidente es una misión, una responsabilidad. Los problemas que ha resuelto y -«a presidental election is always about the future»- su capacidad para resolver los retos que vendrán.

La encarnación del poder del presidente Rajoy es prudente y mesurada, respetuosa con el cargo. La mayoría de los que le acusan de distante le habrían acusado de cualquier otra cosa y en cualquier caso; y de todos modos, los líderes carismáticos son más propios de repúblicas bananeras que de democracias consolidadas.

Con Soraya bastó para lidiar con nuestros narcisos ensimismados. Puedo entender que vivan enamorados de su espejo, y que se den mucha importancia, pero son sólo el niño que ha aprendido a tirarse de cabeza. Resulta enternecedor que reclamen la atención de sus padres, pero tienen que comprender que el presidente tiene trabajo, que no puede arrastrar la dignidad de su oficina acudiendo a peleas de pavos reales, ni volverse voluntariamente del tamaño del tocador de señoras a que la izquierda mediática ha rebajado la política española.

Un debate electoral es sólo cuando el presidente acude y lo demás son variedades. Está muy bien que las televisiones intenten hacer su negocio con programas de toda clase. Si vende que Pablo Iglesias y Albert Rivera se tiren del moño, que no decaiga el espectáculo. Pero el presidente Rajoy sabe que la democracia es sobre todo una cuestión formal, y que en tanto que él lidera su representación, tiene para preservarla que huir del insufrible mercadillo de las adolescencias mal curadas y del concurso de charlatanes con sus pócimas milagreras. A la turba no hay que complacerla, sino saberla llevar.

Entre las histéricas de un lado, que le reclamaban al Gobierno que pidiera el rescate y ahora que mande los tanques a Cataluña; y las del otro, que quieren convertirnos en una república bolivariana de soberanía fragmentada, sólo el presidente Rajoy entiende qué es España y cómo mecerla para que crezca sana y fuerte y no se nos muera en los brazos.

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