Pasaba por allí...

Sororidad contra la España macho

Los comunes, junto a Pablo Iglesias en Barcelona, exponen sus complejos procesistas en un mitin sin un lazo amarillo entre el público

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El Secretario General de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, durante el acto central de los comuns en Barcelona (España) EP

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Cero esteladas, cero lazos amarillos. No es ningún secreto que el público de En Comú Podem –los comunes, para abreviar– tira mucho mas al morado que al amarillo lazo. Morado feminista , morado republicano, un poco como en la acampada de plaza Universidad tolerada por la Junta Electoral, donde a los «indepes» más puretas eso de que se sumen a su Woodstock post sentencia los indios mapuches como que les suena raro, demasiado 15-M para entendernos . Ayer en las Cocheras de Sants de Barcelona , en el mitin central de los comunes en esta campaña, sucedía justo lo contrario.

Lo que desentonaba, lo que parecía fuera de lugar, no era el público –muy homogéneo en su querencia republicana–, sino quienes ocupaban el escenario, promotores del lazo amarillo en las instituciones, tirando a tibios con los vándalos de Barcelona, a quienes prestan asesoramiento legal con dinero público, más amarillos que morados, excéntricamente soberanistas para unos simpatizantes que, en realidad, lo que querían corear, y así lo hicieron con ganas y el puño en alto, es el «sí se puede» de Podemos , como si estuviesen en Cáceres o en Zaragoza.

Los más curtidos plumillas en la campaña de los comunes aseguran que, como ayer en Barcelona, en los mítines «terra endins», incluso en Gerona, tampoco se han visto lazos, sí en cambio muchas enseñas tricolor, pero estas llevadas de casa, cada uno lo suya. Aquí no repartimos banderas como otros partidos más avezados al marketing, aseguran en los comunes con cierto orgullo de partido viejo. De hecho, la cosa anoche arrancó con la partisana «Bella, ciao» coreada a gritos , rabiosamente moderno todo, pese a Netflix. En escena, y por orden de aparición, Colau, Asens e Iglesias.

Asens, un mal orador

Es quizás esa desconexión entre quienes subieron al escenario y los potenciales votantes lo que explica el menguante impacto de los comunes: de ganar las generales en Cataluña con Xavier Domènech en 2016 con doce escaños , a caer hasta el tercer puesto (siete diputados) en los comicios de abril, ya con Asens –independentista, abogado de «okupas», mister carisma, quizás el peor orador visto en años…– como cabeza de lista. El echarse pendiente abajo de los comunes –republicanos de día, soberanistas de noche– es quizás solo comparable al experimentado por el PSC en los albores del «procés», cuando los socialistas proclamaron que se abstendrían por sistema en toda votación relacionada con el asunto independentista… Tiro al pie: su electorado, claro, no se lo tomó bien.

Tampoco parecían entender mucho los que ayer llenaron las Cocheras de Sants – 800 sillas, muchos se quedaron fuera – cuando en un estupendo emplatado político, Asens reivindicó sin solución de continuidad al PSC de Maragall y Lluch, las Comisiones Obreras que se fundaron en la vecina parroquia de Sant Medir, al Lluís Companys «no independentista que se han apropiado los independentistas», la «nación de naciones» de Anselmo Carretero, Lorca, Machado… y hasta «la nueve» republicana que liberó París…

Cuando parecía que Asens se ponía decididamente «fraterno» con los «pueblos de España», en sintonía morada y no amarilla, decidió que había que competir con Rufián en defensa de quienes hace unas semanas incendiaron Barcelona ( «Rufián también es la Brimo» ) a la vez que prevenía contra «la España borbónica que quiere helarnos el corazón». Glups. A esas alturas la cosa ya se había desmadrado por completo. «Me dicen que tengo que acabar», acertó a decir Asens. Acabó.

«Testosterona y sororidad»

La ensalada de «conceptos» que sirvió el candidato por Barcelona fue tan formidable que casi dejó en anécdota las intervenciones de Colau, para abrir, y de Iglesias, para cerrar. Para resumir, la alcaldesa, como de costumbre, pegó un pescozón aquí y otro allí . A unos: «No nos creemos ese discurso reaccionario que dice que toda España es fascista». A los otros: «No permitiremos que la política de trincheras confronte a la clase trabajadora» . También tuvo contra la España macho: «Frente a la política de testosterona, sororidad».

A Iglesias le tocó cerrar, y fue cuando más morado se puso, cuando más fue ovacionado. Ondear de banderas republicanas, «¡sí se puede!», el asalto del palacio de invierno hasta parecía posible. «Visca la autonomía de Catalunya i visca l’escola catalana!», se vino arriba el candidato. «Ciao, bella».

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