Manuel Marín

Nadie quiere bailar en la fiesta

Tanta indefinición va convirtiéndose en un lastre de contradicciones

Manuel Marín
Madrid Actualizado: Guardar
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La cohorte de aduladores de Albert Rivera empieza a desmarcarse con un goteo de incomprensiones. Las quejas de Ciudadanos sobre cómo les penaliza la Ley D´Hondt abocan a la melancolía, y Rivera debe aterrizar de su luna de miel con la utopía del centrismo inmaculado. Medio millón de personas han castigado su acuerdo con el PSOE, y su discurso político solo resulta identificable cuando fulmina al populismo de la izquierda separatista con su lógica aplastante. En el resto, Ciudadanos no es muy reconocible. Su indefinición ha dejado de ser el armazón útil de su originario discurso pulcro y ambivalente. Era bien visto y aceptado porque la exigencia de una regeneración a fondo de nuestra democracia es imprescindible, pero en cierto modo tanta indefinición va convirtiéndose en un lastre de contradicciones.

Decir siempre una cosa y su contraria confunde demasiado y genera pérdida de fiabilidad.

La negociación de Rajoy para componer una investidura y formar Gobierno avanza rodeada de incertidumbre formal, pero con una certeza de fondo: no habrá terceras elecciones. Es legítimo que Rivera trate de evitar un desgaste que en pocos años convierta a Ciudadanos en el sucesor de UPyD en la nómina de partidos irrelevantes. Por eso descarga en el PSOE la responsabilidad de que pueda haber un gobierno del PP. Son lances de esgrima en esta fase incipiente de negociaciones. Pero Ciudadanos ya tiene asumido que forzar más comicios le reduciría, más temprano que tarde, a la ceniza de un partido residual.

Rajoy tiene hoy la legitimidad y la obligación de formar gobierno. Relevantes responsables del PSOE así lo entienden, inmersos como están en una virulenta discusión interna sobre cómo permitirlo sin asumir el coste emocional de una rendición ante el PP. El relevo de Sánchez quedará para después.

Si hay terceras elecciones, el electorado no hará prisioneros y disparará a matar. Por eso la capacidad de ceder, y no vetar, y la necesidad de pactar priorizando la estabilidad de una legislatura mínima de dos años, es lo que ahora se dilucida. Será extraño un acuerdo del PP con Ciudadanos, PNV y Coalición Canaria. No quieren bailar. Sería muy alambicado y, en el remoto caso de fructificar, todo dependería de un escaño más que el PSOE debería gestionar con inteligencia para rentabilizar, al menos, que no es el culpable de nuevos comicios. Sin embargo, lo lógico en un partido como el socialista, inmerso en la peor crisis electoral de su historia, necesitado de una refundación y consciente de que su termita es Pablo Iglesias, sería facilitar la investidura. Fernández Vara y otros líderes del PSOE sopesan prestar los escaños imprescindibles. Sánchez, no. Es rehén de sí mismo. Mientras, Rivera corre y corre en la rueda de su jaula…

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