Rosa Belmonte - Elecciones - GeneralesEl año que vivimos electoralmente

La popularidad ha sido la altura que había que conquistar antes de la cima

Rosa Belmonte
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George Stephanopoulos dijo en defensa de su jefe Bill Clinton que el presidente había mantenido todas las promesas que pretendía mantener. Parece una frase de Rajoy cuando Rajoy parece Mister Chance. Aquí casi se nos han olvidado las promesas. Durante la larga precampaña y la campaña oficial lo más importante ha sido quedar bien en la televisión, que «introduce personalidades en nuestro corazón, y no abstracciones en nuestra mente» (Neil Postman). Lo fundamental, el programa, las ideas, la confrontación de verdad (y no de teatro) han quedado diluidos.

La popularidad ha sido la altura que había que conquistar antes de la cima. La popularidad se ha comido al liderazgo. Y así nos hemos encontrado con un Mariano Rajoy en campaña que nada tiene que ver con el Mariano Rajoy en reposo de meses y años atrás.

De plasmas y plastas. «Tengo cierta tendencia a no ir a ningún sitio», le dijo a Bertín Osborne. Que será el verdadero Rajoy, pero no era el que la gente conocía. Su campaña se ha convertido en un ejercicio de storytelling. Una narración en la que ha habido collejas infantiles, debates (uno, casi ninguno), un tal Ruiz, palizas al ping pong, canciones de los Beatles, unas gafas por el espacio, reírse de sí mismo («si me vuelven a pegar voy a necesitar otras gafas») y acusaciones de muchas Mary Kate Danaher por hacer de Sean Thornton (por no denunciar). Como señala Montano, lo mismo se ha creído que su mejilla es suya y no de todos los españoles. «¿Te parezco aburrido como dicen algunos?», preguntó también a Bertín. Ha intentado demostrar que no. Y quizá lo ha conseguido.

Pedro Sánchez ha gritado y sacado los dientes sin lamentar nada. Albert Rivera ha desconcertado no asomando la patita (manteniéndose en una neutralidad de navaja suiza y metiéndose en jardines con el contrato único y la ley de violencia de género). Al calmado Pablo Iglesias (no te pongas nervioso) sólo le ha faltado ponerse un lazo en la cola y unas puntillas para parecer más cursi. Hasta ha llorado. Garzón, de outsider y excluido de los debates principales, se ha dedicado a llenar plazas. El año que vivimos electoralmente llega a su fin. Pero sólo el año. Las elecciones ya veremos si se han acabado.

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