Elecciones generales

La normalidad democrática de llamarte fascista

Dos tipos armados, un presidente oso, el pueblo que vota en 32 segundos... las anécdotas de la jornada electoral

Albert Rivera dimite como presidente de Ciudadanos

Elecciones: resultados, reacciones y última hora en directo

El presidente de la mesa electoral instalada en Osma, José Luis Lamela, se ha disfrazado de oso EFE
Rosa Belmonte

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La jornada electoral se desarrolló con normalidad. Boom. Acaba de explotar el lugarcomunismo. A Albert Rivera le explotaron las urnas. Su partido parece escrito por Richard Matheson («El increíble hombre menguante»). Pero es verdad que todo es normal en España. Por ejemplo, que a Inés Arrimadas le gritaran fascista cuando fue a votar al Colegio Público Ausiàs March de Barcelona. Y «Facha», «Fuera de aquí», «No nos quieres» y «Vete a Cádiz». Como Los Amaya. Vete, me has hecho daño, vete, estás vacía, vete, lejos de aquíiiii. Otra normalidad. Que Gabriel Rufián se fotografiara con apoderados de Vox en un colegio electoral de Sabadell. Y que luego se disculpara porque entiende que las imágenes podían molestar a su cuadra. Por supuesto, nunca se ha disculpado por retratarse con Otegui, moleste a quien moleste.

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La normalidad, esta mucho más amable, es asimismo que los ocho votantes de Villarroya (La Rioja) hayan batido su récord al votar en 32 segundos (desde hace cuatro años tenían el récord en diez segundos más). Los vecinos de Villarroya, España casi vacía de manual, son como los mecánicos en la Fórmula 1 en un box cambiando los neumáticos. Ahora hasta tienen televisión para grabar lo que parece la actividad más excitante de la localidad. Como la Tomatina en Buñol. La votanina en Villarroya.

Por lo demás, hubo una presidenta de mesa sorda en La Coruña, un presidente ciego en Alicante (con una amiga que le leía los DNI), la hija de Torra en la mesa donde votaba su padre (vestida de amarillo preso político) y uno disfrazado de oso en Osma (Soria). José Luis Lamela , que así se llama, iba de esa guisa en protesta por tener que estar ahí. Un jornalero que cree en la democracia asamblearia y sabe que con una camiseta con letreritos reivindicativos le habría caído un paquete.

Estar en una mesa puede ser todavía peor si te tocan ciudadanos de la banda «Yo no voto», esos que te llegan ahí y te sueltan un rollo explicando su acción, rompen la papeleta y se despiden dando la mano a los de la mesa como si fueran el presidente del Gobierno. Hay que ver las caras de los de la mesa, que bien podrían decirles, como el médico de «Amanece que no es poco» al tabernero: «Me cago en todos tus muertos, Tirso. Me cago en todos tus muertos uno a uno la tabarra que me estás dando».

Otros presidentes de mesa aguantan el pringue del embutido no vegano. A una de Madrid le colaron papeletas con rodajas de chorizo que se fueron transparentando en la urna a lo largo de la mañana. Luego la señora se empeñaba en palpar todos los sobres para ver si sólo contenía papel y no un sabor de maravilla. También hubo quien tuvo que aguantar votantes con pinzas en la nariz (uno en el barrio de Gracia de Barcelona porque eran las elecciones de un país que no les representa). Sin salir de Cataluña, un señor en el centro Cívico Sortidor de Poble Sec llevaba colgado del cuello un pedazo de cartón en el que escribió: «Vaig a votar. No empegueu» (voy a votar, no me peguen). Según él, su hijo recibió una paliza de la policía cuando fue a votar el 1 de octubre.

Otro presidente no lo fue porque el perro se había comido sus deberes. De verdad, que a veces estas excusas son ciertas. Pasó en Orense y el colegio cerró más tarde porque el perro del hombre, que, eso sí, se presentó muy formal a las 8.30 de la mañana, se había comido el correo certificado que acreditaba como presidente al presidente (la mesa se completó con la segunda sustituta y los vocales).

Armados y no se sabe si peligrosos (algo) hubo dos tipos. Uno de 70 años en el colegio de Poblenou del Delta (Tarragona) llevaba una pistola cargada. Y una navaja. En Valladolid hubo otro hombre armado de 29 años. Este, además, llevaba las manos ensangrentadas.

De los políticos, Javier Maroto fue dos veces a votar a Sotosalbos porque a la primera no lo consiguió. E Irene Montero se presentó en la mesa sin las papeletas de voto. Como en el viejo anuncio de «Anda, los Donuts». «Anda, la cartera». Anda, las papeletas. También se le olvidó la niña que se lleva a todos los debates televisivos porque, pobre, no tiene con quien dejarla ni tampoco dinero para sacaleches (si esa es la razón).

De las monjas que votaron, la más destacada fue una que, ya mayorcita, lo hacía por primera vez. Martina Romero ha sido misionera en Haití 44 años. De vuelta a España, ejerció su derecho. Lo mismo vuelve a votar en unos meses. Porque lo normal en España ahora es votar cada vez que estos señores que nos quieren gobernar no se ponen de acuerdo.

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